Entre la vocación de
hacer y la “máquina de impedir”
Obviamente,
con el título, estoy parafraseando a la famosa expresión del pensador español
que quería ser argentino, José Ortega y Gasset, cuando dijo ¡argentinos, a las
cosas!
En
efecto, antes de ir al tema que esta nota se propone, vale la pena hacer una
digresión para recordar que, en 1939, Ortega y Gasset nos decía desde una
conferencia en La Plata la inmortal frase “Argentinos, a las cosas, a las
cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de
narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día
que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las
cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de
vivir a la defensiva…”. Y refiriéndose a las utopías y la lucha que suele
verlas como un horizonte inalcanzable, pero indispensables como motor de
cambio, remataba irónicamente “en la
Argentina las utopías no son necesarias porque los argentinos viven desde sus
ilusiones como si éstas fueran ya realidad”.
También quiero decir que, en estas reflexiones y propuestas, no sólo abogo por la concreción de cosas que estimo son buenas para nuestra ciudad y su puerto, esperando que las hagan otros, sino que también contienen una gran e impiadosa autocrítica por las que pensé, imaginé y propuse, en mis tiempos de responsabilidades públicas, y que no pude lograr o convencer para que se hicieran. Otras las propusieron otros, y tampoco se hicieron. Lo habremos hecho bien? Las propuestas eran buenas o malas? Habremos insistido lo suficiente? Supimos demostrar a los demás que eran buenas? Estaban acordes a su tiempo o contexto? Me la paso buscando estas respuestas.
Vieron
que, cuando se propone algo, siempre surge la clásica “hay cosas más
importantes que esa” o “eso no es prioridad en este momento”. Pues siempre,
cuando se propone una obra o una acción, habrá alguna otra cosa más
prioritaria, más necesaria. Siempre habrá una cuadra más importante que
asfaltar, una ayuda social que dar, una sala médica que mejorar. Pero esa
reacción inmoviliza y, a veces, no se
hace ni una cosa ni la otra.
Entre
los años 2007 y 2011 se hicieron en Bahía Blanca la mayor cantidad de obras que
se pueda recordar en algún mandato comunal. Me tocó ser parte de ese equipo y
hoy, mirando hacia atrás, me apena percibir que al intendente que lideró esa
gestión se lo recuerda, casi exclusivamente, porque no asumió el segundo mandato.
Las obras están ahí, y las seguimos tocando y pisando. Fue una “avalancha” de
realizaciones, pero poco se las valora.
Tiene
su lógica. Será porque traicionó la voluntad popular? Será porque violentó
expectativas que la ola de obras continuaría, cosa que después se frenó en
seco? Las respuestas pueden ser múltiples y los bahienses son los dueños de
ellas.
Pero
en verdad poco se recuerda que, en esos tiempos, se hicieron, entre otras: la
repavimentación del Camino Sesquicentenario y de La Carrindanga, el acceso a
Gral. Cerri, la terminal de ómnibus, la iluminación de la Av. Raúl Alfonsín y
Jorge Newbery, la autovía Juan Pablo II, la remodelación del aeropuerto, la
puesta en valor del Parque de Mayo y del Paseo de las Esculturas, decenas de
plazas y el parque lineal de calle Cuyo, el Memorial de Malvinas y el monumento
a César Milstein, la puesta en valor de la Plaza
Rivadavia, el Centro de
Gestión Comunal en la vieja Estación Rosario, la puesta en valor interior y
exterior del Teatro Municipal y de la Iglesia Catedral, la nueva sede del
Concejo Deliberante, la peatonal Drago, la puesta en valor de la Estación Sud
del FFCC, las semipeatonales de O´Higgins y de Alsina, la rémora del “Centro Cívico” convertido en la Torre del Bicentenario, el ensanche de la Av. Alem desde Florida hasta la ruta, la Av. Parchappe, la conexión de la Av. Cerri con calle Montevideo, la pavimentación e iluminación de calle Pilmaiquén, la iluminación de la Av. Arias, la nueva sala de emergencias del Hospital Municipal.
También,
en materia de saneamiento y vía pública, se hicieron 100 km de cloacas, 50 km
de red de agua potable, 46 km de cordón cuneta, 91 km de bicisendas, 150 km de
redes de gas, 2.500 columnas de alumbrado público, los colectores mayores Irupé
y Patagonia, 450 cuadras de pavimentación y repavimentación, la Av. Dasso en
Ing. White y la pavimentación del Boulevard Juan B. Justo, 80 esquinas
semaforizadas y 15.000 nuevas señales de tránsito.
Y
quedaron proyectados el Valle del Napostá a lo largo de la Av. Cabrera, el
corredor-borde ferroviario desde calle Belgrano hasta Av. Cerri y Parchappe, el
ensanche de la Av. Perú y de la Av. 14 de Julio, la calle Guillermo Torres en
Ing. White y las fases siguientes del Frente Costero, Paseo del Humedal y su
acceso.
Sólo
al verlas listadas de esta manera su puede apreciar, de manera abrumadora, su
dimensión. Y están escritas a propósito en un solo párrafo y de corrido, porque
no se pueden leer de un golpe y sin respirar.
Como
buen contador debería poner al pie de esta lista “S. E. u O.” (salvo error u
omisión).
De todos modos, me dirán que el intendente que lideró esta enorme
cantidad de realizaciones se fue, que no asumió después de su reelección, y no
les niego razón en ese aspecto; pero no podrán decirme que las obras no están
porque, como dije al principio, las podemos ver y pisar todos los días.
Y
lo hecho, hecho está. Y no tendrán que hacerlas los que vienen luego. Tendrán
que hacer otras, continuando las que se proyectaron y las nuevas que los
tiempos reclamen.
Por
eso, la gestión que siguió sólo buscó concentrarse en la necesidad de
pavimentos (que será eterna e inagotable). No había mucho más en qué pensar,
salvo los proyectos heredados, como el Plan Director de Ingeniero White, que
durmió demasiado. Y casi me olvidaba, la apertura de calle Blandengues entre
Malvinas y Sixto Laspiur y la rotonda de Cabrera y Pilmaiquén, que se hicieron
y eran muy necesarias.
Para
que no haya malos entendidos ni malas interpretaciones, quiero dejar claro que
esto no es una vuelta al pasado ni crítica ni reproche. A cada quien le toca un
tiempo distinto. Sólo intento mostrar que si se quiere hacer, se puede. Al fin
de cuentas todo se pudo realizar en esos años con presupuestos estándar sin
contener recursos demasiado extraordinarios.
En
la Parte II de esta nota, recorreré algunas cosas que, me parece, bien pueden
hacerse, sin un esfuerzo tan extraordinario y, por supuesto, con el concierto
del esfuerzo público y los aportes privados.
Y
ojalá podamos contradecir aquellas tempranas ironías y escepticismo de don
Ortega y Gasset.
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