lunes, 22 de agosto de 2016

Inteligencia Emocional

Una reflexión sobre lo cotidiano

Existen cientos de tratados sobre este, relativamente reciente, concepto de una variante particular de la inteligencia, respecto de la concebida en el sentido tradicional. No voy a escribir nada nuevo sobre el particular, ya que ha sido abordado por expertos ampliamente. Mi única aspiración es reflexionar sobre conductas cercanas, útiles para una autoevaluación y para entender las de los demás.

Por supuesto que todo esto vale, en general, para todas las personas en su vida cotidiana en el plano laboral o en lo afectivo, en las relaciones humanas en sentido amplio. Y cuando las conductas responden a sentimientos que consideramos dominados por el “corazón”, como el Amor o el leal sentido de pertenencia, se genera un lazo especial en las emociones que inclusive, a veces, ni se pueden explicar.

Lo que me interesa analizar aquí, para que cada quien tenga sus propias conclusiones, es el caso de las relaciones más volátiles, más especulativas, más “desconfiadas”, en las relaciones humanas y, dentro de ellas, lo que ocurre con los políticos a los ojos de la gente.

No se trata de caer en el lugar común que indica que los políticos gozan (o se han ganado) un alto desprestigio porque eso no construye nada. La realidad es que la función política existe, alguien tiene que hacerla y se trata evaluar mejor por qué se genera empatía con algunos y con otros no. Si la inteligencia emocional es un concepto aceptado y valioso, quiénes la tienen y quiénes no, e invitar a explorar si tienen conciencia que es una habilidad, no siempre nata, que hay que aprender a adquirir si se quiere tener éxito.

En sentido amplio

John Mayer definió a la inteligencia emocional como "una habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las propias emociones y las de los demás, promoviendo un crecimiento emocional e intelectual. De esta manera se puede usar esta información para guiar nuestra forma de pensar y nuestro comportamiento".

Daniel Goleman, en su libro titulado “Inteligencia Emocional”, clasifica la inteligencia emocional desde distintos puntos de vista y establece que la capacidad de motivarse a uno mismo sería un muy buen ejemplo para lograr una estabilidad emocional plena.

La Revista Mercado comentaba recientemente ciertas conclusiones que nos obligan a reflexionar. Por ejemplo, cuenta que Travis Bradberry y Jean Greaves publicaron un libro que explica en forma clara y sencilla, cómo manejar las emociones en forma creativa y aplicar nuestra inteligencia para combatir rasgos que impiden triunfar en el trabajo.

Parece que la experiencia y el conocimiento están perdiendo relevancia para el éxito en el trabajo. El economista de Harvard, David Deming, estudió las tareas laborales desde 1980 hasta la actualidad y encontró que aquellas que enfatizan las habilidades sociales crecían 20% mientras que las tareas que exigen conocimiento técnico e inteligencia experimentaban poco crecimiento. Deming también descubrió que los salarios aumentaron más para las tareas que ponen mucho énfasis en las habilidades sociales.
Plantea metafóricamente que, dada esta marcada tendencia hacia las habilidades sociales, aquellos que no las tienen se destacan como una cebra en un campo lleno de caballos. Y son, entre otros, los temerosos, los orgullosos, los que no paran de hablar cuando en realidad hay que hacer, los que se adueñan de las ideas de los demás. La lista es larga.
Y también hay personas inteligentes que una y otra vez se boicotean a sí mismas sin darse cuenta. Esta falta de autoconciencia y de habilidades sociales actúa en detrimento de sus carreras laborales, ya sea un trabajo cualquiera o en la política. Porque, al final de cuentas, la función política es un trabajo como cualquier otro.

En el libro de Bradberry y Greaves, hablando de habilidades sociales y la autoconciencia, se analizan a más de un millón de personas para demostrar que la inteligencia emocional es responsable de más de 58% del desempeño en el trabajo. Aquellos que no la tienen están en clara desventaja.
Pero hay ciertos tipos de personas cuya carencia de inteligencia emocional daña su carrera más que a otras. El miedo, por ejemplo, es un motivador poderoso. Por eso es que los candidatos presidenciales le dicen a la gente que su contrincante va a destruir la economía y hay anuncios que advierten que el fumar mata. En el trabajo la gente temerosa recurre a conductas irracionales y dañinas. Culpan a otros para cubrir errores importantes y no se plantan para defender lo que está bien.
También está la gente negativa. Esa que tiene la habilidad de transmitir su pesimismo a todos los que siempre ven el vaso medio vacío e inyectan miedo y preocupación ante las situaciones más benignas.
Los arrogantes ven todo lo que hacen los demás como un desafío personal. La arrogancia es falsa confianza y siempre esconde una gran inseguridad. En el trabajo los arrogantes suelen mostrar un desempeño inferior y a tener más problemas cognitivos que los demás.
Los temperamentales son gente sin control sobre sus emociones. Se enfurecen, insultan, acusan y siempre piensan que los demás son la causa de sus malestares. Muestran bajo rendimiento porque las emociones les enturbian el juicio y su falta de autocontrol destruye sus relaciones.
Algo parecido pasa con las víctimas (en el sentido de perjudicados). Es difícil identificarlas porque, inicialmente, uno empatiza con sus problemas. Pero a medida que pasa el tiempo, uno comienza a darse cuenta de que algunas siempre están en problemas. Las víctimas alejan toda responsabilidad personal convirtiendo cada obstáculo en el camino en una montaña imposible de atravesar. No ven los tiempos difíciles como oportunidades para aprender y crecer. Es la clásica actitud que les hace sostener que “la culpa siempre la tiene el otro”.
Ahora, la buena noticia es que ninguna de estas conductas son demasiado graves porque se pueden erradicar mejorando la inteligencia emocional. Todo lo que hace falta es darse cuenta y desear cambiar.

En la política

Y todas estas cosas planteadas en sentido amplio, valen perfectamente para la política y para los políticos.

La gente se da cuenta bastante fácil si el que les habla, promete o realiza alguna acción, lo hace honestamente o es demagogia. Y esto no se da solamente en la ida y vuelta entre políticos y ciudadanos. También se da entre pares. Algunos hechos recientes en el Concejo Deliberante de Bahía Blanca o en el Congreso de la Nación dan cuenta de ello.

Ahora bien, es ausencia de experiencia, ingenuidad, malicia, torpeza, o es ausencia de esta habilidad de ser emocionalmente inteligente, que no les interesa o no son capaces de adquirir.

A veces hasta tenemos la tendencia a valorar ciertos comportamientos como “picardía” política, en lugar de diferenciar el valor de una inteligente estrategia, que siempre es bueno tenerla, del desvalor de la mala intención.

Queremos pensar que hay buenos políticos y malos políticos, pero en general no sabemos establecer la frontera entre los unos y los otros. Y el político no logra establecer empatía y no sabe por qué.

Caramba. Nadie nace sabiendo. Vivimos aprendiendo y nunca paramos de hacerlo. Sólo hace falta tener la humildad de reconocer en nosotros mismos las falencias, tener voluntad para cambiar, saber que tiene arreglo y poner manos a la obra.

Un balance adecuado de obediencia hacia el corazón y al cerebro parece ser el secreto.

Claro. Es más fácil decirlo que hacerlo.












Si quiere profundizar sobre estos temas, puede consultar este link, o este otro, o los muchos libros que hay sobre el asunto.

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