La inflación se detendrá
cuando los precios dejen de subir
La
frase que antecede no es una verdad de Perogrullo ni una obviedad. La economía
argentina (y sus precios) están buscando la nueva “meseta” en la que buscará
asentarse. Y los precios, después de la tremenda escalada del primer semestre,
no han terminado de subir.
Llevamos
casi 40% en lo que va del año y todavía nos esperan algunos meses del 3% mensual.
Falta el real impacto del aumento de las tarifas, el de recientes paritarias y
de otros servicios que siguen subiendo porque tienen aumentos autorizados.
Llegar al 1,5% mensual en diciembre todavía parece una tarea titánica.
No
es imposible. Por el contrario, es bastante posible, pero los argentinos
volveremos a la experiencia muchas veces repetida de intentar estacionar los
precios de la economía (y seguramente de los salarios) en una meseta a muchos
metros más de altura que la anterior.
Y
toda esta tensión y pelea entre vendedores y consumidores, entre formadores de
precios y el gobierno, estará inevitablemente conducida por la más ortodoxa de
las herramientas no deseables de cualquier economía: la recesión. La Real Academia Española define a recesión como “la
depresión de las actividades económicas en general, que tiende a ser pasajera”.
Dicho en criollo: cuando los vendedores vean que no venden porque los
consumidores no están dispuestos a convalidar los precios que piden, y no
compren, entonces detendrán los aumentos o incluso a algunos los bajarán.
Penosa
receta, pero así ha quedado demostrado que funcionan estos fenómenos, acá o en
cualquier parte del mundo.
Ahora
bien, la inflación es la hija
descarriada del déficit fiscal. El Estado gasta más de lo que recauda
reciclando la misma masa de dinero que circula en la economía y, para financiar
la diferencia, o emite más dinero o toma deuda. No es casual que cualquier
miembro del gobierno o cualquier economista sensato diga que de esta situación
se sale con desarrollo y mayor producción.
Y
las tasas de interés son las hijas
obedientes de la inflación. Los depositantes recibirán siempre una tasa de
interés menor a la inflación (tasas negativas), pero nunca demasiado lejos de ésta. Es decir que los que depositan ganarán intereses, pero perderán plata, o
sea, el poder adquisitivo de ese depósito. Nadie pondría plata al 10% anual con
una inflación del 40%. Pero aceptan el 25% porque no tienen más remedio u otra
alternativa mejor para su dinero. Un ahorrista con 100 o 200 mil pesos en el
banco no tiene demasiado margen para emprender otra cosa. Y de estos hay miles.
Esto
de las Lebac (letras con las que el Banco Central emite deuda mediante una
licitación realizada cada martes y a diferentes plazos) al 30%, que a su vez
generan tasas en los bancos del 25%, son consecuencia directa de la tasa de
inflación. Y no hay “tu tía”.
Ahora,
la contrapartida de las tasas negativas a los depositantes son las tasas
positivas que los bancos le cobran a los tomadores de préstamos. Y estas tasas
están totalmente alejadas (por lo altas) de las máximas toleradas para las
necesidades de crecimiento. No hay mayor producción ni desarrollo si no hay
crédito. Los manuales dicen que una combinación adecuada de capital propio y de
terceros (dinero prestado) es la mejor alternativa para un emprendedor. Muy
pocos tienen la totalidad del capital necesario para financiar su industria o
comercio. O simplemente el crédito es el instrumento que permite neutralizar
las diferencias entre los plazos de venta y de pago.
Y
así dice Carlos Burgueño en Ámbito: “Hay
algo en lo que este ala (se refiere a Federico Sturzenegger desde el Banco
Central) coincide con la visión del Ministerio de Hacienda de Alfonso Prat Gay
y la cartera de Producción de Francisco Cabrera: tasas de interés en los
actuales niveles hacen prohibitivo pensar en una recuperación de la economía.
Los datos que maneja hoy la economía real son de préstamos para privados
destinados a la inversión no menores al 40% y con niveles que pueden llegar al 70% de piso para las pymes. Se habla
además de tasas de interés para créditos personales de no menos de 48%, y para
clientes con buena performance en el sistema financiero. Hilando más fino, se
menciona que para descubiertos y cambio
de cheque (mecanismos habituales en las pequeñas y medianas empresas y
comercios), los intereses superan hoy el
80%”.
La
interna ministerial, que el Presidente Macri prohíbe y de la que no quiere
escuchar hablar, y muchos menos que trascienda a la población, no es producto
de enconos personales o “rabietas” histéricas sino de los objetivos que
persigue cada protagonista y de las herramientas que pretende utilizar para
conseguirlos. Instrumentos “desarrollistas” versus “monetaristas”, el huevo o
la gallina primero, bajamos la tasa de interés para bajar la inflación o
bajamos la inflación para bajar la tasa de interés. Ud. ya sabe cómo funciona.
Y
en este contexto, aparece el pensamiento “keynesiano”. En su tiempo, para salir
de la crisis norteamericana, Keynes dijo que “aunque sea, hay que hacer pozos
para después taparlos”, con tal de generar salarios y capacidad de consumo,
como un círculo virtuoso para impulsar la economía. Hoy en la Argentina no hace
falta hacer pozos para taparlos, sino un serio
programa de obra pública, que tanto le hace falta al país. Y parece que el
gobierno en eso está.
Nota
de esperanza. Por supuesto. “Siempre que llovió, paró”, dice el viejo dicho.
Podemos llegar a niveles del 1,5% mensual de inflación en diciembre, y
proyectar un 2017 más tranquilo y una economía en crecimiento? Claro que
podemos.
Pero
estaremos asentados (o “amesetados”) en una economía con números más altos y la
gente tendrá que tener más pesos para afrontarlos. Menos mal que tendremos
billetes de 200 y 500 pesos, porque el de 100 casi no vale nada.
Optimismo
moderado, pero optimismo al fin.
Por el Cr. Hugo Antonio Borelli
Nota en Ámbito por Carlos Burgueño
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