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jueves, 1 de septiembre de 2016

Dos más dos son cuatro (y la matemática no es una opinión)

La lucha es fuerte y llevará un tiempo

Con algunos argumentos sé que me pongo cansador, pero después de todo, ¿acaso no hacen lo mismo los que hablan por radio o televisión, o escriben en los diarios, repitiendo y repitiendo?. Es que, la mayor parte de las veces, las noticias, las novedades informativas, se construyen sobre hechos o fenómenos reiterativos que constituyen la causa de todas las cosas que pasan después.

¿De qué estoy hablando? De varias noticias económicas que se están produciendo en estos días, y que son consecuencia y no causa en sí mismas: la caída de la producción industrial, la caída en la construcción, la baja en la venta de gas oil, la pulseada entre la tasa de interés y el dólar, y la baja de la inflación.

En el entorno de una fuerte inflación en el primer semestre y el pánico producido por la amenaza de un enorme aumento de las tarifas de los servicios públicos, la gente dejó de comprar, dejó o disminuyó sus salidas a comer afuera, paró de comprar electrodomésticos o electrónica y otras decisiones de ajuste en la economía familiar. Inclusive, dejando de lado los gastos considerados más suntuarios, bajó sus consumos de primera necesidad.

Es muy común, en estos días, cuando caminás por la calle o hablás con gente en los negocios, escuchar una frase simple: “no hay gente”.

Ante la disminución drástica de las ventas, la industria bajó la producción y, en medio de ese panorama, quién se atreve a seguir tocando los precios hacia arriba. En resumen, tenemos funcionando en todo su esplendor la más ortodoxa de las recetas: la inflación se frena con recesión.

La gente no compra porque las cosas están caras. La industria no produce porque la gente no compra, la construcción se para a la espera de mejores perspectivas. Los precios se frenan (o alguno baja) porque no se vende.

Pero vuelvo con los mismos argumentos repetidos y cansadores. Todo ese círculo claramente vicioso es consecuencia del……….. Sí claro, del déficit fiscal. Se acuerdan (si es que han leído este blog) que decíamos que “hay que corregir a la madre para curar a la hija”. Ese es el dato que hay que mirar. La “madre del borrego” es el déficit fiscal y la inflación, su hija descarriada.

El gobierno intenta emitir menos de lo que hace falta para cubrir el déficit y, de esta manera, ir “secando” la economía, pero en los subsidios a la energía tiene su enorme “talón de Aquiles”. Y el Fallo de la Corte no ayudó para nada, aunque la gente lo festeje. Pagaremos menos la luz y el gas, pero pagaremos más con la inflación que seguirá viva un buen tiempo más.

Más baja, tal vez. La recesión está haciendo su trabajo. Pero entre la euforia de Prat Gay y la prudencia de Sturzenegger, me quedo con el segundo, aunque los dos apunten al mismo y loable objetivo en el mediano y largo plazo que es destruir al monstruo inflacionario. 

No estoy tratando de enseñar a nadie. Esta nota es sólo descriptiva y busca reunir argumentos y explicaciones que andan sueltas, pero que todas confluyen en lo mismo. El gobierno tiene muy claro lo que pasa y los economistas (si actúan exentos de intención partidaria) mucho más. Aún aquellos que, al hablar, se debaten entre decir lo que es “políticamente correcto” y lo que no.

“La inflación ya no es un problema”, dijo Prat Gay (Ministro de Hacienda). Y Sturzenegger (Presidente del Banco Central) dijo “No cantemos victoria antes de tiempo”.

Si quiere llenarse de números, lea estas notas. Es denso, pero son los números que gobiernan el problema.







Vale la pena leer a Daniel Fernando Canedo en Clarín:

“En el Palacio de Hacienda creen que el tiempo político-electoral ganará peso en el corto plazo y perderá terreno la posibilidad de reducir el déficit, vía recorte de partidas presupuestarias”.

Y esta es una definición nueva: “Pero Sturzenegger, que hasta ahora siempre consiguió el respaldo del Presidente para llevar adelante su política de contracción monetaria, ya había adelantado su idea de que en los próximos tres años las tasa de interés debería ser 4 o 5 puntos positiva en términos reales” (recordemos que la tasa que se paga a los depositantes, o tasa pasiva, siempre fue históricamente negativa respecto de la inflación).


Dice Martín Bedegaray: “En 2005, las transferencias económicas al sector energético eran de $ 3.300 millones. Ahora, si se llega a $ 220.000 millones de subsidios, el subsidio estatal escaló 165 veces (lo transcribo textual, pero creo que erró en la cuenta: 220.000/3.300 da 66,67) . En dólares, se trepa de US$ 1.000 millones en 2005 a cerca de US$ 14.500 millones este año”.



Retrotrayendo las tarifas de los servicios públicos hemos prevenido que se cometan algunas injusticias con los que tienen problemas, pero también hemos logrado que los porteños de Recoleta (y algunos más) sigan pagando $ 150 de luz por mes. Y a nuestro Estado le costará $ 220.000 millones en subsidios que pagaremos con inflación y, dentro del mismo esquema, con más recesión. Y los habitantes de todo el país.



Los industriales, y el resto de los agentes económicos, reclaman que la economía arranque y entre en un período de crecimiento (y después el desarrollo). El gobierno les responde que estamos mucho mejor, pero todavía estamos atravesando una difícil coyuntura. Y llama al diálogo para “acordar políticas estructurales de largo plazo entre todos, sentados en una mesa”.




En definitiva, es una tarea titánica para la que habrá que armarse de paciencia. Es un asunto que nos afecta a todos, especialmente a las generaciones que están armando su porvenir. Los que vivimos todos los tiempos en los que les sacamos 13 ceros a nuestra moneda, tenemos la piel curtida y nos abruma la recurrencia batiéndonos el ánimo, pero están los que esperan con esperanza porque todavía tienen mucho camino por recorrer.

Mirar para atrás para aprender y no cometer los mismos errores (aunque en eso parece que somos bastante testarudos –o testaduros-), pero sobre todo, mirar para adelante porque, como siempre, los que nos afectará la vida está allí, en el futuro. Lo que ya pasó servirá para acordarse de los responsables, pero lo hecho, hecho está.

Este es un trabajo de alta profesionalidad para los que toman decisiones, pero también es una profunda tarea de solidaridad social donde cada uno tenemos que poner lo nuestro y, si estamos en condiciones de contribuir, no hacernos los distraídos.

Como dijo Henry Jones, Sr. (Sean Connery) en “Indiana Jones y la última cruzada”, ojalá todos consigamos “iluminación”.







Por el Cr. Hugo Antonio Borelli


jueves, 28 de julio de 2016

Más fácil decirlo que hacerlo

La inflación se detendrá cuando los precios dejen de subir

La frase que antecede no es una verdad de Perogrullo ni una obviedad. La economía argentina (y sus precios) están buscando la nueva “meseta” en la que buscará asentarse. Y los precios, después de la tremenda escalada del primer semestre, no han terminado de subir.

Llevamos casi 40% en lo que va del año y todavía nos esperan algunos meses del 3% mensual. Falta el real impacto del aumento de las tarifas, el de recientes paritarias y de otros servicios que siguen subiendo porque tienen aumentos autorizados. Llegar al 1,5% mensual en diciembre todavía parece una tarea titánica.

No es imposible. Por el contrario, es bastante posible, pero los argentinos volveremos a la experiencia muchas veces repetida de intentar estacionar los precios de la economía (y seguramente de los salarios) en una meseta a muchos metros más de altura que la anterior.

Y toda esta tensión y pelea entre vendedores y consumidores, entre formadores de precios y el gobierno, estará inevitablemente conducida por la más ortodoxa de las herramientas no deseables de cualquier economía: la recesión. La Real Academia Española define a recesión como “la depresión de las actividades económicas en general, que tiende a ser pasajera”. Dicho en criollo: cuando los vendedores vean que no venden porque los consumidores no están dispuestos a convalidar los precios que piden, y no compren, entonces detendrán los aumentos o incluso a algunos los bajarán.

Penosa receta, pero así ha quedado demostrado que funcionan estos fenómenos, acá o en cualquier parte del mundo.

Ahora bien, la inflación es la hija descarriada del déficit fiscal. El Estado gasta más de lo que recauda reciclando la misma masa de dinero que circula en la economía y, para financiar la diferencia, o emite más dinero o toma deuda. No es casual que cualquier miembro del gobierno o cualquier economista sensato diga que de esta situación se sale con desarrollo y mayor producción.

Y las tasas de interés son las hijas obedientes de la inflación. Los depositantes recibirán siempre una tasa de interés menor a la inflación (tasas negativas), pero nunca demasiado lejos de ésta. Es decir que los que depositan ganarán intereses, pero perderán plata, o sea, el poder adquisitivo de ese depósito. Nadie pondría plata al 10% anual con una inflación del 40%. Pero aceptan el 25% porque no tienen más remedio u otra alternativa mejor para su dinero. Un ahorrista con 100 o 200 mil pesos en el banco no tiene demasiado margen para emprender otra cosa. Y de estos hay miles.

Esto de las Lebac (letras con las que el Banco Central emite deuda mediante una licitación realizada cada martes y a diferentes plazos) al 30%, que a su vez generan tasas en los bancos del 25%, son consecuencia directa de la tasa de inflación. Y no hay “tu tía”.

Ahora, la contrapartida de las tasas negativas a los depositantes son las tasas positivas que los bancos le cobran a los tomadores de préstamos. Y estas tasas están totalmente alejadas (por lo altas) de las máximas toleradas para las necesidades de crecimiento. No hay mayor producción ni desarrollo si no hay crédito. Los manuales dicen que una combinación adecuada de capital propio y de terceros (dinero prestado) es la mejor alternativa para un emprendedor. Muy pocos tienen la totalidad del capital necesario para financiar su industria o comercio. O simplemente el crédito es el instrumento que permite neutralizar las diferencias entre los plazos de venta y de pago.

Y así dice Carlos Burgueño en Ámbito:Hay algo en lo que este ala (se refiere a Federico Sturzenegger desde el Banco Central) coincide con la visión del Ministerio de Hacienda de Alfonso Prat Gay y la cartera de Producción de Francisco Cabrera: tasas de interés en los actuales niveles hacen prohibitivo pensar en una recuperación de la economía. Los datos que maneja hoy la economía real son de préstamos para privados destinados a la inversión no menores al 40% y con niveles que pueden llegar al 70% de piso para las pymes. Se habla además de tasas de interés para créditos personales de no menos de 48%, y para clientes con buena performance en el sistema financiero. Hilando más fino, se menciona que para descubiertos y cambio de cheque (mecanismos habituales en las pequeñas y medianas empresas y comercios), los intereses superan hoy el 80%”. 

La interna ministerial, que el Presidente Macri prohíbe y de la que no quiere escuchar hablar, y muchos menos que trascienda a la población, no es producto de enconos personales o “rabietas” histéricas sino de los objetivos que persigue cada protagonista y de las herramientas que pretende utilizar para conseguirlos. Instrumentos “desarrollistas” versus “monetaristas”, el huevo o la gallina primero, bajamos la tasa de interés para bajar la inflación o bajamos la inflación para bajar la tasa de interés. Ud. ya sabe cómo funciona.

Y en este contexto, aparece el pensamiento “keynesiano”. En su tiempo, para salir de la crisis norteamericana, Keynes dijo que “aunque sea, hay que hacer pozos para después taparlos”, con tal de generar salarios y capacidad de consumo, como un círculo virtuoso para impulsar la economía. Hoy en la Argentina no hace falta hacer pozos para taparlos, sino un serio programa de obra pública, que tanto le hace falta al país. Y parece que el gobierno en eso está.

Nota de esperanza. Por supuesto. “Siempre que llovió, paró”, dice el viejo dicho. Podemos llegar a niveles del 1,5% mensual de inflación en diciembre, y proyectar un 2017 más tranquilo y una economía en crecimiento? Claro que podemos.

Pero estaremos asentados (o “amesetados”) en una economía con números más altos y la gente tendrá que tener más pesos para afrontarlos. Menos mal que tendremos billetes de 200 y 500 pesos, porque el de 100 casi no vale nada.

Optimismo moderado, pero optimismo al fin.





Nota en Ámbito por Carlos Burgueño