lunes, 15 de agosto de 2016

Bahienses, a las cosas. Parte I

Entre la vocación de hacer y la “máquina de impedir”

Obviamente, con el título, estoy parafraseando a la famosa expresión del pensador español que quería ser argentino, José Ortega y Gasset, cuando dijo ¡argentinos, a las cosas!

En efecto, antes de ir al tema que esta nota se propone, vale la pena hacer una digresión para recordar que, en 1939, Ortega y Gasset nos decía desde una conferencia en La Plata la inmortal frase “Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva…”. Y refiriéndose a las utopías y la lucha que suele verlas como un horizonte inalcanzable, pero indispensables como motor de cambio, remataba irónicamente “en la Argentina las utopías no son necesarias porque los argentinos viven desde sus ilusiones como si éstas fueran ya realidad”.

También quiero decir que, en estas reflexiones y propuestas, no sólo abogo por la concreción de cosas que estimo son buenas para nuestra ciudad y su puerto, esperando que las hagan otros, sino que también contienen una gran e impiadosa autocrítica por las que pensé, imaginé y propuse, en mis tiempos de responsabilidades públicas, y que no pude lograr o convencer para que se hicieran. Otras las propusieron otros, y tampoco se hicieron. Lo habremos hecho bien? Las propuestas eran buenas o malas? Habremos insistido lo suficiente? Supimos demostrar a los demás que eran buenas? Estaban acordes a su tiempo o contexto? Me la paso buscando estas respuestas.

Vieron que, cuando se propone algo, siempre surge la clásica “hay cosas más importantes que esa” o “eso no es prioridad en este momento”. Pues siempre, cuando se propone una obra o una acción, habrá alguna otra cosa más prioritaria, más necesaria. Siempre habrá una cuadra más importante que asfaltar, una ayuda social que dar, una sala médica que mejorar. Pero esa reacción inmoviliza y, a veces,  no se hace ni una cosa ni la otra.

Entre los años 2007 y 2011 se hicieron en Bahía Blanca la mayor cantidad de obras que se pueda recordar en algún mandato comunal. Me tocó ser parte de ese equipo y hoy, mirando hacia atrás, me apena percibir que al intendente que lideró esa gestión se lo recuerda, casi exclusivamente, porque no asumió el segundo mandato. Las obras están ahí, y las seguimos tocando y pisando. Fue una “avalancha” de realizaciones, pero poco se las valora.

Tiene su lógica. Será porque traicionó la voluntad popular? Será porque violentó expectativas que la ola de obras continuaría, cosa que después se frenó en seco? Las respuestas pueden ser múltiples y los bahienses son los dueños de ellas.

Pero en verdad poco se recuerda que, en esos tiempos, se hicieron, entre otras: la repavimentación del Camino Sesquicentenario y de La Carrindanga, el acceso a Gral. Cerri, la terminal de ómnibus, la iluminación de la Av. Raúl Alfonsín y Jorge Newbery, la autovía Juan Pablo II, la remodelación del aeropuerto, la puesta en valor del Parque de Mayo y del Paseo de las Esculturas, decenas de plazas y el parque lineal de calle Cuyo, el Memorial de Malvinas y el monumento a César Milstein, la puesta en valor de la Plaza
Rivadavia, el Centro de Gestión Comunal en la vieja Estación Rosario, la puesta en valor interior y exterior del Teatro Municipal y de la Iglesia Catedral, la nueva sede del Concejo Deliberante, la peatonal Drago, la puesta en valor de la Estación Sud del FFCC, las semipeatonales de O´Higgins y de Alsina, la rémora del “Centro Cívico” convertido en la Torre del Bicentenario, el ensanche de la Av. Alem desde Florida hasta la ruta, la Av. Parchappe, la conexión de la Av. Cerri con calle Montevideo, la pavimentación e iluminación de calle Pilmaiquén, la iluminación de la Av. Arias, la nueva sala de emergencias del Hospital Municipal.
También, en materia de saneamiento y vía pública, se hicieron 100 km de cloacas, 50 km de red de agua potable, 46 km de cordón cuneta, 91 km de bicisendas, 150 km de redes de gas, 2.500 columnas de alumbrado público, los colectores mayores Irupé y Patagonia, 450 cuadras de pavimentación y repavimentación, la Av. Dasso en Ing. White y la pavimentación del Boulevard Juan B. Justo, 80 esquinas semaforizadas y 15.000 nuevas señales de tránsito.

Y quedaron proyectados el Valle del Napostá a lo largo de la Av. Cabrera, el corredor-borde ferroviario desde calle Belgrano hasta Av. Cerri y Parchappe, el ensanche de la Av. Perú y de la Av. 14 de Julio, la calle Guillermo Torres en Ing. White y las fases siguientes del Frente Costero, Paseo del Humedal y su acceso.

Sólo al verlas listadas de esta manera su puede apreciar, de manera abrumadora, su dimensión. Y están escritas a propósito en un solo párrafo y de corrido, porque no se pueden leer de un golpe y sin respirar.

Como buen contador debería poner al pie de esta lista “S. E. u O.” (salvo error u omisión).
De todos modos, me dirán que el intendente que lideró esta enorme cantidad de realizaciones se fue, que no asumió después de su reelección, y no les niego razón en ese aspecto; pero no podrán decirme que las obras no están porque, como dije al principio, las podemos ver y pisar todos los días.

Y lo hecho, hecho está. Y no tendrán que hacerlas los que vienen luego. Tendrán que hacer otras, continuando las que se proyectaron y las nuevas que los tiempos reclamen.

Por eso, la gestión que siguió sólo buscó concentrarse en la necesidad de pavimentos (que será eterna e inagotable). No había mucho más en qué pensar, salvo los proyectos heredados, como el Plan Director de Ingeniero White, que durmió demasiado. Y casi me olvidaba, la apertura de calle Blandengues entre Malvinas y Sixto Laspiur y la rotonda de Cabrera y Pilmaiquén, que se hicieron y eran muy necesarias.

Para que no haya malos entendidos ni malas interpretaciones, quiero dejar claro que esto no es una vuelta al pasado ni crítica ni reproche. A cada quien le toca un tiempo distinto. Sólo intento mostrar que si se quiere hacer, se puede. Al fin de cuentas todo se pudo realizar en esos años con presupuestos estándar sin contener recursos demasiado extraordinarios.

En la Parte II de esta nota, recorreré algunas cosas que, me parece, bien pueden hacerse, sin un esfuerzo tan extraordinario y, por supuesto, con el concierto del esfuerzo público y los aportes privados.

Y ojalá podamos contradecir aquellas tempranas ironías y escepticismo de don Ortega y Gasset.







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