miércoles, 14 de marzo de 2018

Inflación, la “hija descarriada del déficit fiscal”, sigue vivita y coleando


Actualización de “El vaso medio vacío o medio lleno”

Por favor, vean con cuidado los resultados de esta nota, que es la actualización de otra anterior, porque este tema viene siendo “vapuleado” en casi todos los medios de comunicación, con análisis, entrevistas, diagnósticos y pronósticos.

Está concebida como una nota sobre economía en la vida cotidiana, que es la que mejor entendemos todos.

En casi todos los espacios en los que se trata nuestro actual proceso inflacionario se preguntan por qué los precios siguen subiendo, pero además, se plantea una pregunta que se contesta poco: ¿por qué muchos productos de consumo habitual (alimentos, ropa) son más caros que en el resto del mundo? Por supuesto, medidos en moneda dura.

En mi nota de agosto de 2016 “El vaso medio vacío o medio lleno - ¿El déficit fiscal subió o bajó?”y analizando el impacto de la inflación en la vida cotidiana, referencié un análisis publicado en setiembre de 2015 por Infobae, que resumía los resultados de la inflación de los últimos 12 años entre 2003 y 2015, para un listado de productos de consumo comunes y sus precios en supermercados conocidos (por simplificación, a los efectos de este análisis, me ubico en el final de 2015).



Al pie del cuadro dije que dejaba para otra oportunidad hacer una nueva comparación contra precios actuales de los mismos productos y en los mismos supermercados.

También definí en mi nota “Más fácil decirlo que hacerlo”, y como una verdad de Perogrullo, que “la inflación se detendrá cuando los precios dejen de subir”, que “la inflación es la hija descarriada del déficit fiscal” y que “las tasas de interés son las hijas obedientes de la inflación”.

Como está claro, son fenómenos “enganchados” y el dólar, como cualquier otra “mercadería”, tarde o temprano sigue la misma tendencia. Yo no me preocuparía por el valor del dólar como un dato aislado en sí mismo, sino por las causas que provocan su valor respecto de nuestro peso.

Los últimos 27 meses

Estos son los resultados para Marzo de 2018, donde se puede ver la evolución de los mismos precios en los últimos 2 años y tres meses (haga click en el enlace):


Como se ve, para los 12 años entre 2003 y 2015, la inflación para estos productos estuvo entre el 20 y el 30% anual acumulativo, sin solución de continuidad.

Para los siguientes 27 meses, hasta la actualidad, el impacto inflacionario no sólo no ha quedado a la saga de 2015, sino que ha sido superior, en términos de porcentaje anualizado, en la mayoría de los casos, salvo muy pocas excepciones (por caso, el aceite de girasol).

Además, nótese la gran dispersión de la evolución inflacionaria sobre los distintos productos. Incluso medidos en dólares, la mayoría de los productos ha aumentado su valor en esa moneda, en porcentajes asombrosos.

Esto indica, muy a priori, que los formadores de precios actúan de manera bastante disímil en las distintas categorías de productos, pero lo que queda muy claro es que NUNCA SE QUEDAN ATRÁS.

Contestando la pregunta del principio (precios más altos que en el resto del mundo) algunos analistas han respondido que el fenómeno es producto de una “cultura” crónica desarrollada, al menos, en los últimos 50 años. Esta cultura, en los que forman o ponen precios, los impulsa a la conducta del “me cubro por las dudas”.

Cuando, en nuestro país, se dice que tal o cual cosa (en general, negativa) es producto de una “cultura”, se tiende a minimizar el concepto porque parece un argumento genérico que dice poco. Pero, profundizándolo, es mucho más fuerte de lo que parece.

Muy superficialmente significa que, cuando nos acostumbramos a actuar de determinada manera y, sobre todo, cuando nos “afecta el bolsillo”, la razón se nos nubla y prevalece el “sálvese quien pueda”. Y para los que ponen precios, ni siquiera los cambios en el consumo y la falta de ventas les hace “poner la marcha atrás”.

La “trampa” de las promociones

Una demostración de este hecho la he notado desde hace tiempo y tiene que ver con las clásicas promociones de los supermercados, en particular, y de muchos comercios, en general:

Cuando ponen precios siguiendo esta cultura del “me cubro por las dudas”, en general se pasan de largo.

Entonces, atraen al público con “ofertas” de, por ejemplo, 50% de descuento en la 2da. unidad. Y van rotando de un producto a otro y de un fabricante a otro.

Esto demuestra que se pasaron de largo con el precio. Aunque el precio promocional ofrecido contenga una pequeña proporción de descuento real, el grueso de la “baja” es producto de un precio exagerado. Y de paso, venden 2 o más unidades.

Por ejemplo, en esta búsqueda actual de precios encontré muchos casos. Voy con uno: un supermercado ofrece un producto a $ 30,85 y “promociona” un 40% de descuento en la 2da. unidad. Y entonces publica: “llevando 2 $ 24,68 c/u.”

Estoy convencido que ese producto tendría que valer alrededor de $ 25.-, pero en la cadena de formadores de precios, se “pasaron de largo”. La manera de lograr el precio correcto es “disfrazarlo” de promoción y, de paso, es un buen marketing. El problema es que, cuando la promoción se corta para cambiarla por otra, vuelve a aparecer el precio lleno que está sobrevaluado. Y el diferencial de rentabilidad va a parar desde nuestros bolsillos a la cadena comercial.

Esta cuestión, cultural como le gusta decir a algunos, es una de las explicaciones de por qué muchos productos son más caros que en otros lugares del mundo medidos, por ejemplo, en dólares.

Como dije al principio, elegí actualizar el mismo cuadro de productos publicado en mi nota de agosto de 2016, tal lo comprometido, pero podría analizarse del mismo modo cualquier canasta de productos que usted prefiera.

Los números pueden verificarse en las páginas web de los supermercados citados:

El costo argentino

No obstante esta cultura de nunca olvidarse de remarcar, con motivo o por las dudas, la comparación con los precios internacionales para el mismo producto tiene, para muchos, el fundamento del “alto costo argentino”. Y no les falta razón.

La altísima presión tributaria, las altas cargas laborales, la falta de crédito a tasas razonables, y los altos costos logísticos, en particular, el transporte, agregan unos componentes a los precios que dan algo de justificación legítima a los que los forman.

Por ejemplo, para eliminar el perverso y regresivo Impuesto a los Ingresos Brutos que cobran las provincias, el gobierno se tomará cinco años. Mientras tanto, y aprovechando que el Pacto Fiscal se los permite, algunas provincias no sólo lo mantienen sino que aumentaron las alícuotas.

Parece mentira que, mientras la gente no puede más con los aumentos de todo, y aún con un dólar subiendo, los sueldos en la Argentina son más altos (en dólares) que en Brasil u otros países de la región e, incluso, mayores que en algunos países de Europa.

Como si todo esto fuera poco, y para agregar tensión a las cuentas nacionales que por sus desequilibrios producen inflación, seguimos sin poder dar vuelta una balanza comercial deficitaria en la que importamos mucho más que lo que podemos venderle al exterior.

¿Qué hacer?

Algún lector me dirá que esto es simple diagnóstico y descripción de la realidad, pero nada dice sobre cómo salir del problema. Primero digo que nos es mi responsabilidad hacerlo o, en todo caso, nadie me invitó a aportar algo. Pero algo diré, aunque la cuestión es extremadamente compleja para resumirla en pocas frases.

Tres conductas que creo imprescindibles:

El Gobierno: cortar lo más rápidamente posible con el déficit fiscal y, dentro de él, achicar o erradicar el creciente déficit comercial; dedicar el transitorio (espero que sea transitorio) endeudamiento externo a eliminar impuestos distorsivos y no a financiar gasto corriente; contribuir al achicamiento de los componentes del “costo argentino”, entre ellos las cargas laborales, el transporte y las tasas de interés para préstamos al sector productivo.

Los formadores de precios (fabricantes y supermercados): racionalizar sus costos de producción hasta el último centavo dejando de “cubrirse por las dudas”. Parece voluntarismo, pero no hablo de control de precios, sino de rendir cuentas (por ejemplo, ante la Secretaría de Comercio) de los grandes componentes del costo que terminan formando el precio.

Por ejemplo, el litro leche de La Serenísima (y otros de sus productos) vale $ 30 cuando otras marcas alternativas valen $ 20. Más allá de discusiones sobre la calidad, todos sabemos que el precio tiene un componente publicitario enorme. Creo en la libertad, pero a veces hay que ponerle ciertos límites cuando afecta a tanta gente.

Otro ejemplo: cuando Carrefour inició su campaña de “precios corajudos” para los productos de marca propia, manteniéndolos fijos durante 6 meses, todos sus clientes se dieron cuenta que, en el principio, esos precios eran bastante superiores a los de marcas alternativas. Cubrieron de antemano el “congelamiento”. Claro, con el tiempo las diferencias se fueron licuando hasta convertirse en "buenas ofertas", pero ¿y las diferencias iniciales?. No hay magia.

Los consumidores: estar muy atentos y no resignarse a absorber los precios que les ponen por delante. Si no les gusta, no compren y busquen una alternativa. La soberanía del consumidor es imbatible, es una conducta colectiva que tiene un poder inigualable.

Conclusiones

La inflación sigue muy presente en la Argentina con todas las explicaciones que se pueden dar sobre los factores macroeconómicos harto analizados (déficit fiscal, endeudamiento externo, emisión monetaria, tasas de interés, expectativas, confianza, etc. etc.), pero también tiene un componente “cultural” propiamente argentino por el que los actores económicos que forman precios nunca “aflojan” ni ceden nada. Y no hay pedido ni clamor desde las altas esferas de quienes gobiernan que les haga mella.

El proceso de cambio llevará mucho tiempo, si es que alguna vez cambia. Entretanto, los consumidores debiéramos ser más selectivos y, desde nuestro pequeño pero importante papel (porque somos los que ponemos la plata), darles una lección y, si notamos alguna “avivada”, dejar de comprar. 

Como corolario, y como lamentable ironía sobre el valor de nuestro peso, también dije en aquella nota: “Aunque, como el billete actual de 100 pesos no alcanza para nada, por lo menos tuvimos que admitir que hizo falta uno de 200 y otro de 500, para empezar”. Bueno, pues ya tenemos el de 1.000 también. Y su valor aún sigue siendo menor a 50 dólares.

Los títulos de las dos notas anteriores que motivaron esta actualización, “El vaso medio vacío o medio lleno” y “Más fácil decirlo que hacerlo”, lamentablemente mantienen toda su vigencia.

Más vale que el vaso empiece a llenarse y que todo lo que se dice con el optimismo del “vamos bien” se convierta en hechos. Más temprano que tarde. Porque en realidad parece que, por ahora, “no le encuentran el mango a la bocha”.

Menos violento y cruel que el monstruo de la guerra, pero no menos maligno, el monstruo de la inflación también es un “monstruo grande que pisa fuerte”.

Nos hemos acostumbrado tanto a vivir con inflación alta, con una batalla constante entre precios y salarios, que la tenemos incorporada “culturalmente” y nos hace creer que “la vamos llevando”. Pero pareciera que no tenemos idea del daño brutal que provoca, en el presente y en el futuro.


No debería ser así. Depende de todos, pero de algunos más que de otros.