jueves, 21 de septiembre de 2017

La sinceridad de corregir andando en retroceso

Un viaje imaginario hacia la redención personal y colectiva

Les propongo un “juego”. Imaginemos que, detenidos en este mismísimo instante del presente, y parados de frente hacia el futuro, tuviéramos a nuestro lado un espejo retrovisor que nos permitiera ver y revisar cada momento anterior de nuestra vida.

Que, al menos jugando con la imaginación y la memoria, pudiéramos trazar una línea de tiempo inversa de toda nuestra existencia y tuviéramos la posibilidad de ir volviendo hacia atrás usando una, por ahora, virtual “máquina del tiempo”, que nos llevara a cada momento vivido.

Y, en ese viaje, ir salteando los miles de momentos comunes e intrascendentes que todos tenemos, pero deteniéndonos en todos aquellos en los que consideramos que, por decisión u omisión, tuvimos comportamientos equivocados, erróneos, incorrectos, imperfectos, desconsiderados, indebidos, prohibidos, ilegales. Cualquiera de estas calificaciones debería surgir con independencia de si tal comportamiento nos produjo un beneficio o un perjuicio.

Esto es porque errar forma parte de la naturaleza humana y muchas veces podemos habernos equivocado tomando decisiones que nos perjudicaron a nosotros y a nuestro entorno. Pero también están las otras, que fueron tomadas sabiendo que estaban mal, con el solo  y espurio fin de beneficiarse. Desde la cosa más simple a la más sofisticada.

En la vida, la mayoría hemos tomado malas decisiones o realizado malas acciones, equivocándonos de buena fe o con mala intención, que nos han costado trastornos de diferente magnitud. Jesús le dijo a los lapidadores: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.

En esos desórdenes y dificultades hay de todo: pérdida del trabajo, o de los ahorros, o del matrimonio o pareja, o fundimos nuestro negocio, o rompimos una amistad, o perjudicamos a nuestros vecinos, o nos aprovechamos de algo indebidamente, o confiamos en alguien o en algo indebidamente, o defraudamos una confianza recibida, o invertimos mal, o nos equivocamos con nuestros hijos o con nuestros padres, o eludimos responsabilidades irrenunciables, o perjudicamos al prójimo de algún modo, o incumplimos reglas sociales o legales, y la lista puede seguir. También están los que han cometido delitos, estén presos o no.

El cambio personal

Sigamos imaginando, entonces, que llegados a cada uno de esos momentos de acción o decisión, tuviéramos la posibilidad, con sinceridad, de modificarlo por el comportamiento que hubiera sido el correcto o, al menos, el adecuado.

Llegaríamos así, uno por uno, al mismísimo comienzo de nuestra vida, pero desataríamos, en cada corrección, una sucesión de acontecimientos modificados y desconocidos que cambiarían por completo nuestra historia personal. Se supone que por una mucho mejor o, por lo menos, mucho más exenta de fallos.

Y, desde allí, “volvamos al futuro”. Al volver a este mismísimo instante en el que comenzamos nuestro viaje en reversa, veríamos que hemos construido una historia de vida completamente distinta. En cada parada en la que apliquemos una corrección, el GPS de esa historia aplicaría el conocido “recalculando”.

Como este resultado es imposible de imaginar, el valor simbólico del ejercicio debiera ser el adquirir la conciencia de que podríamos haber vivido siendo mejores. Tal vez ese hipotético presente nos entregue un resultado en que estemos igual, mejor o peor, pero con la tranquilidad de haber hecho lo correcto o lo mejor que estaba a  nuestro alcance.
 
Claro que la posibilidad de realizar este ejercicio de corrección es falsa por la imposibilidad de llevarla a cabo, pero entraña la intención de lograr que, a través del “juego”, todos hiciéramos el esfuerzo de revisar nuestra vida detectando errores, malos hábitos y actos indebidos para evitarlos o no cometerlos más, aunque sea de acá para adelante.

Federico Nietzsche decía: “Solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado”. A mí me gustaría agregar, a modo de parafraseo: “Solamente aquel que tiene el valor de juzgar su pasado puede contribuir a construir el futuro”.

Esto podría ser nuestro aporte personal cooperando, de manera decisiva, a la construcción del futuro, más allá de los castigos que el sistema, cuando corresponda, le imponga a los que lo merecen.

El cambio colectivo

Obviamente, si todos y cada uno tuviéramos esta posibilidad de revisión y pusiéramos en marcha este gigantesco cambio masivo de historias de vida, es mucho más inimaginable adonde desembocaría este presente. El entrelazamiento de cambios sería tan infinito que no podrían calcularse y cada uno de ellos, el nuestro y el de los demás, obligaría a volver a revisar indefinidamente cada momento en el que deseamos intervenir.

Por eso el planteo es completamente de ficción. Pero lleva consigo nuevamente el valor simbólico de comprender que el futuro de una sociedad mejor se construye con la millonaria sumatoria de los comportamientos de todos sus integrantes.

Cuando se trata del futuro de un país, algunos tienen más responsabilidades que otros, pero cada historia de vida cuenta.

Millones de mejores historias de vida seguramente darán un mejor país.

Por eso los dirigentes, que son los que tienen más responsabilidades, deben tener siempre claro que sus decisiones modifican la vida de otros para mejor o para peor y estos, condicionados por esas decisiones, asumirán comportamientos para aprovechar las oportunidades o resistir en defensa propia.

“El futuro lo construimos entre todos” puede sonar a frase proselitista o a mensaje de oportunidad, pero su contenido, la diga quien la diga, es de una verdad incontrastable. Es “entre todos”, cada cual desde su lugar.

Es cómodo y no es justo pedir buenos ejemplos, si yo mismo no soy un buen ejemplo.

Si no podemos viajar en “la máquina del tiempo” para revisar y, eventualmente, corregir los hechos del pasado, al menos ejercitemos la sincera reflexión de “quitar la basura” de acá para adelante. Conectemos el GPS desde este instante en el presente y, si el sentido crítico nos hace arrepentir de errores, comportamientos o algunas maneras de pensar, apliquemos el “recalculando”.





“Más allá de las ideologías, tenemos que lograr que el futuro sea distinto que el pasado, simplemente porque éste último, a juzgar por los resultados obtenidos, tiene muchos más errores que aciertos”.

“Creo que sólo un cambio masivo en el pensamiento y actitud de los ciudadanos, por convicción o por hartazgo, será capaz de eliminar la “grieta” que tanto daño nos hace”.

“Sólo una sociedad unida por objetivos comunes, sin miembros enardecidos en contra de sus vecinos, puede producir un futuro con una historia mejor”.

Conclusiones

Prácticamente todas las personas tenemos una vida transcurrida plagada de errores o malas decisiones (por supuesto que también puede contener muchos aciertos), que produjeron consecuencias y que, en general, recordamos muy bien.

¡Cómo nos gustaría volver para atrás y corregir!

Todos nos contagiamos y entusiasmamos demandando un futuro mejor, pero la mayoría de las veces hacemos recaer la responsabilidad de dárnoslo en los demás.

La Educación es la esencia de un futuro mejor
Claro que los que dirigen o gobiernan tienen mucho más compromiso, porque las decisiones que planean y ejecutan nos afectan a todos, pero eso no nos exime de nuestra cuota parte en todos los actos simples de la vida.

Sólo la sumatoria de millones de cambios personales puede producir el gran cambio colectivo. Es egoísta e insensato pensar que cada uno de nosotros no tiene nada que ver.


Debiéramos dejar de hablar y proclamar la unión de todos los argentinos y unirnos en serio, desde cada uno y hacia arriba. Eso generará inspiración y nos será devuelto.

Probemos practicar el “juego”. Total, ¿qué nos puede costar?







domingo, 17 de septiembre de 2017

Sensibilidad y profesionalismo para vencer al caos

Cuando “la grieta” se torna violenta

En muchos aspectos de la vida actual, especialmente en los grandes temas como los sociales, políticos, económicos, debiéramos aprender lo que la historia nos ha enseñado. Somos, en muchas ocasiones, tan vanidosos, tan torpes, tan ciegos y sordos, que no aprovechamos esas lecciones y “tropezamos varias veces con la misma piedra”, cual si fuéramos tontos o cortos de “entendederas” (entendimiento o capacidad de comprensión de una situación).

Si aplicáramos esas enseñanzas del pasado, sobre todo las que más angustias nos provocaron, podríamos cambiar nuestro futuro.

En cambio, insistiendo en repetir errores, asumiendo fanatismos irreconciliables, siguiendo a conductores que, más allá de su forma de pensar (cualquiera sea), utilizan como herramienta el odio, la descalificación del que piensa distinto, la provocación alentando el enfrentamiento; nos acercamos peligrosamente al caos.

La matemática del caos

Caos se refiere a lo impredecible. Es un concepto complejo y, para quienes lo han estudiado, tiene naturaleza matemática. Es una palabra que deriva del idioma griego (Χάος Kháos o cháos) y también de la raíz indoeuropea ghn, o ghen en el protoindoeuropeo. Debido a las diversas variaciones lingüísticas, el significado de la palabra terminó desplazándose a la acepción española de desorden.

El dios Caos
Las enciclopedias la explican de un modo más complicado todavía: el caos es la complejidad de la supuesta causalidad en la relación entre fenómenos eventuales sin que se observe una traza lineal que relacione la causa con el efecto sino, más bien, un complejo cálculo matemático (usando integrales y diferenciales) para intentar predecir planteamientos hipotéticos y aproximar un resultado.

¡Dificilísimo! Dicho en palabras simples, cuando uno pone en marcha ciertos eventos caóticos puede saber sólo cómo empiezan, pero no tiene ni idea de cómo van a terminar.

La incapacidad de someter al fenómeno a, absolutamente, todas las variables que se van generando, hace imposible conocer con exactitud los acontecimientos futuros. A veces, ni siquiera a aproximarlos.

Como resultado de un sistema caótico obtenemos que cualquier fenómeno del universo, por insignificante que sea, tiene el poder potencial de desencadenar una ola de acontecimientos que alteren el sistema completo.

El ejemplo habitual es el llamado Efecto Mariposa, que plantea que el aleteo de una mariposa en un rincón del mundo puede desencadenar un tornado en el otro.

Dicho esto, ya podemos ir aproximando al objeto de esta nota, cual es tomar conciencia de adonde podemos ir a parar si seguimos alimentando “grietas” en nuestra vida, en lo privado y en lo público.


Las “grietas” violentas

Henry Ashby Turner, Jr.
En estos días, el periodista Carlos Pagni ha abordado este tema del caos y la violencia creciente en nuestro país, recordando al escritor Henry Ashby Turner y su libro “A treinta días del poder”. Detengámonos un momento en esto.

Henry Ashby Turner, Jr. (1932-2008) fue un historiador estadounidense, especializado en la historia de Alemania y fue profesor en la Universidad de Yale por más de cuarenta años. Su libro más conocido fue “German Big Business y The Rise of Hitler” (El gran negocio alemán y el surgimiento de Hitler) (1985) en el que desafió la teoría común de que los industriales en Alemania eran los partidarios más influyentes del Partido Nazi.

En opinión de Turner, el Tercer Reich fue un resultado posible, pero no inevitable de la historia alemana, y esto lo llevó a oponerse a la tesis de Sonderweg. Turner sostuvo que la adquisición de poder por Adolf Hitler estuvo fuertemente influenciada por la contingencia. En su libro de 1996, “Hitler's Thirty Days To Power” (A 30 días del poder), sostenía que eran las acciones de algunos individuos, como el presidente alemán Paul von Hindenburg y los cancilleres Franz von Papen y Kurt von Schleicher , las que permitieron que Hitler llegara al poder a través de medios semi-legales. La incompetencia política y la rivalidad personal entre Papen y Schleicher llevaron finalmente a Hitler a ser nombrado canciller de Alemania por el presidente Hindenburg el 30 de enero de 1933, sin haber ganado nunca una mayoría en una elección nacional.

Alemania era una república cuando Hitler fue nombrado canciller y muchos dan por hecho que fue elegido democráticamente por una mayoría de ciudadanos alemanes. Sin embargo, no fue así. Su ascenso al poder fue, con mucho, más complicado y, sobre todo, más azaroso. El libro realiza un análisis exhaustivo de los espectaculares sucesos de enero de 1933, el mes crucial tras el que Hitler se convirtió en jefe del gobierno alemán. 

Pero el objeto de esta referencia no es analizar estos eventos. Los libros citados están disponibles en diversas editoriales on line. De lo que se trata es de referenciar, como ejemplo dramático, que su ascenso al poder fue, más bien, el producto de un caos que él perversamente provocó. Por supuesto que las consecuencias, tal como se dieron, ni siquiera él mismo pudo prever en toda su dimensión y, mucho menos, sus opositores.
  
El caos lo llevó al poder convirtiendo a su gobierno en una dictadura brutal, con una guerra mundial y millones de muertos. Duró 12 años (1933-1945).

No se trata de comparar el ascenso de Hitler al poder con la situación política argentina, sino de dar un ejemplo de las derivaciones impredecibles que puede tener la generación de caos, donde se conocen las causas, pero no se pueden prever las consecuencias, donde se sabe adónde empieza, pero no cómo y cuándo termina.

La estrategia, ayudada por las condiciones del entorno (inflación, desempleo, desigualdad social, moneda degradada) fue generar una “grieta” basada en un fundamentalismo nacionalista y acompañarla con una sucesión de hechos violentos provocados por aparatos clandestinos.

Cuando la polarización es producto de la grieta

Las polarizaciones electorales no son ni malas ni buenas en sí mismas. De hecho se plantean con naturalidad en muchos países donde prevalece el bipartidismo. En general, aunque también compitan democráticamente otras expresiones minoritarias, las elecciones suelen resolverse entre dos grandes partidos que concentran la mayoría del interés de los ciudadanos votantes.

Pero en nuestro país, en los últimos tiempos, se ha producido un funcionamiento de este fenómeno, aparentemente simple, provocado por la instalación de una división perversa del pensamiento político entre sus ciudadanos y ha alimentado, no una razonable diferencia de ideas y de planes para gobernar, sino un odio y una descalificación hacia el que piensa diferente. Se plantea así: los que no piensan y actúan como nosotros no son adversarios, son enemigos a batir y erradicar.

Esto, resumido en una sola palabra, es la “grieta”.

Ha separado, en la vida cotidiana, no sólo a militantes partidarios en ocasión de dirimir elecciones, sino lo que es más terrible, ha separado a familias y a amigos que, por apoyar a un lado o al otro, entraron en un proceso de distanciamiento muy difícil de curar. Y esto no tiene perdón.

La polarización no es planteada sólo como una forma de atraer adherentes hacia una de dos opciones prevalentes, con propuestas proactivas, sino como una “disyuntiva de hierro” entre dos versiones profundamente antagónicas y acompañada por una instalación del miedo en los diagnósticos que profetizan: “somos nosotros o el ajuste salvaje”, “somos nosotros o la vuelta al pasado al que nadie quiere volver”, “somos nosotros o la Argentina colapsa”, “somos nosotros o el desempleo y la pobreza”.

Inevitablemente, estas sentencias extremas generan angustia e incertidumbre en la población y alimenta rebeliones. Algunas pacíficas y que producen un estrés silencioso en lo personal y familiar con el consiguiente daño en la calidad de vida; y otras se tornan violentas y promueven manifestaciones irracionales cargadas de “locura”, vandalismo y daño indiscriminado a personas y cosas. Esta es la forma más segura de ingresar al caos.

Porque en medio de reclamos que podrían calificarse de justos, siempre aparecen los inescrupulosos que generan el caos premeditadamente, como ejecutores de las directivas de un autor intelectual o, simplemente, como una masa caótica de energúmenos a los que nada le importa.

Es una “guerra de facciones” que sólo piensa en cómo “destruir al enemigo”.

El problema es que, según las definiciones de caos mencionadas más arriba, cuando se genera caos y violencia para conseguir espurios fines, los protagonistas saben cómo iniciarlos, cómo llevarlos adelante, pero no tienen idea que el conjunto de eventualidades que ponen en marcha derivará en consecuencias impredecibles, la mayoría fuera del control del autor de las causas.

La tarea que viene requiere mucha sensibilidad y profesionalismo

De todos modos, a esta altura me viene a la mente un viejo proverbio chino que puede parecer una paradoja, pero que esconde una verdad casi inconmovible. Y que dice:

Cuanto más grande es el caos, más cerca está la solución”.

“Si un problema no tiene solución, agrándalo”, decía Eisenhower; o “Logra la liberación a través de los trastornos”, aseguraba un viejo maestro. Para Einstein “la necesidad y el hambre son los motores de cambio de la humanidad”. Muchas veces lo mejor que nos puede pasar es aquello que jamás hubiésemos deseado que nos ocurriese porque es entonces, a partir de ese momento, cuando se puede iniciar el cambio en serio, rompiendo los estigmas y paradigmas del pasado e ingresando a un futuro con pautas completamente diferentes.

Aunque suene duro decirlo, habitualmente el hombre sólo cambia cuando todo tiembla a su alrededor. De otro modo es capaz de postergar sus decisiones y seguir en una sensación de insatisfacción permanente (controlada o no) para evitar dar un golpe de timón a su vida.

Sólo cuando las circunstancias nos ponen en situaciones límite solemos hacer aquello que deberíamos haber hecho cuando las aguas estaban calmadas.

La adversidad como "oportunidad" es, a veces, nuestra mejor aliada para sacarnos del aletargamiento que tanto dolor e inseguridad nos produce, pero para el que no tenemos las agallas de plantarle la cara.

La Argentina está próxima a enfrentar estos cambios de fondo y que no hay que asumirlos solamente como el plan e intención de un partido político, sino como la oportunidad de ser un país diferente, con nuevos planes, nuevas estrategias, nuevas viabilidades, que nos alejen definitivamente del populismo y que hagan más previsible, como país normal, las expectativas y esperanzas sobre el futuro. Especialmente, para las futuras generaciones y, dentro de ellas, las que surjan exentas de los prejuicios y errores del pasado que se repitieron hasta el cansancio.

Antes que “salga el sol”, todavía tenemos que transitar caminos complicados que llevarán un buen tiempo. Se vienen reformas necesarias en lo impositivo y laboral, cambios en la justicia y sus códigos, drásticos cambios en la educación en formato y contenidos que den formación para los empleos del futuro y, sobre todo, un cambio “cultural” en la población que modifique conductas y comportamientos “viciados” y que fueron gestados por años de frustración y decepciones.

Para lograr estos objetivos hace falta mucha sensibilidad y profesionalismo.

Sensibilidad para que las reformas impacten a cada integrante de la sociedad según su condición. Para sacar a muchos de la pobreza, con recursos que todavía no alcanzan, no hay más remedio que modificar con justicia la distribución de la riqueza.

Por ejemplo, si me dan a elegir (aunque no me guste ninguna de las dos alternativas) prefiero aumentos en la nafta premium para autos de alta gama y no aumentos en el transporte público; o más impuesto a las ganancias y bienes personales para los que más ganan y tienen, y menos IVA e Ingresos Brutos para los que viven de salarios.

Si van a reducir drásticamente los subsidios a la energía y el transporte, lo que se traducirá en más aumentos en estos rubros, tendrán que aumentar el “gasto social” para contener el impacto sobre los perjudicados más vulnerables. Tal vez por eso,  en el presupuesto para 2018, el Ministerio de Desarrollo Social contemple un incremento de sus partidas superior al 21% frente a un 16% del resto de la administración nacional (con una inflación proyectada del 15%).

Profesionalismo porque todas estas fórmulas complejas y combinadas, económicas y sociales, durante el tiempo (bastante largo para la impaciencia y cortoplacismo argentinos) que todavía se necesita para transitar esas reformas de fondo que nos vayan acercando al futuro de un país normal, cultural, económica y socialmente viable, requerirán muchísima pericia y “timing”. Ni tecnocracia en estado puro, “ajustando a lo bestia”, ni populismo “berreta” que hipoteque el futuro.

El futuro de un país no paga hipotecas, quienes las pagan son las personas que vivirán en ese futuro.

Un tránsito que, en el marco de la sensibilidad y gradualismo aludidos, pero con la firmeza de no torcer un rumbo necesario e inevitable, tenga la capacidad de resistir el embate de los agentes del caos. Y esto lo digo con beneficio de inventario porque tales agentes podrían estar en ambas márgenes de la “grieta” y la malintencionada polarización.

¨Podría ser la oposición, con mecanismos de creación de desorden (recordémoslo como acepción española del caos) o el mismísimo oficialismo, tentado por el consejo de Eisenhower: “Si un problema no se puede resolver, amplíalo”.

Y violencia no es sólo la expresada en hechos violentos, desorden, vandalismo, enfrentamientos, atentados contra las personas y las cosas que “alteran la paz social”. Este es el formato que más fácilmente reconocemos, pero hay otra violencia mucho más sutil, más silenciosa, que se manifiesta por la falta de trabajo, de un techo digno, del sueldo que no alcanza, del medicamento al que cuesta acceder, del joven recién graduado al que le piden experiencia previa para emplearlo, la ausencia de condiciones sanitarias elementales, la inflación que desespera, las rutas que tienen licencia para matar, la educación que no está preparando para lo que se viene, los parientes o los amigos que la “grieta” nos quitó, y todo otro factor que usted esté pensando que le preocupa o lo angustia.

Primero hay que creer y tener la esperanza que todo esto se va a arreglar, luego se necesita “sentir en carne propia” los resultados.

Los responsables de las decisiones han comenzado por entregar esa esperanza. Ahora falta lo demás.

Más allá de las ideologías, digo rumbo necesario e inevitable porque tenemos que lograr que el futuro sea distinto que el pasado, simplemente porque éste último, a juzgar por los resultados obtenidos, tiene muchos más errores que aciertos.

Así que la población deberá estar muy atenta, para deslindar unos y otros comportamientos que, aunque nadie debería desearlos, pueden suceder. Y la historia está plagada de ejemplos.

Y también creo que sólo un cambio masivo en el pensamiento y actitud de los ciudadanos, por convicción o por hartazgo, será capaz de eliminar la “grieta” que tanto daño nos hace. No me parece que podamos esperarlo de los dirigentes, cualquiera sea la organización donde militan o trabajan porque, hasta acá, han demostrado que son parte del problema y no de la solución.




Conclusiones

La historia de la Argentina nos enseña que hemos cometido muchos errores y vivido muchas crisis. Casi todas han producido “grietas” y dividido a la sociedad (unitarios y federales, radicales y conservadores, peronistas y “gorilas”, kirchneristas y anti kirchneristas).

Si aplicáramos la dialéctica hegeliana (simplificando este complejo sistema filosófico) podríamos pensar que, de cada hipótesis y su antítesis, podría haber surgido una síntesis superadora. Pero nuestra historia nos demuestra que eso no pasó. Las “grietas” se han quedado a vivir por mucho tiempo y las crisis se convirtieron en recurrentes.



La creación de caos no surge por casualidad. Hay que ser conscientes que puede ser una herramienta planificada y utilizada maliciosamente para provocarlo, pero que luego ni sus propios autores pueden dominar sus derivaciones impredecibles.

Desconfiemos de los creadores de “grietas” y promotores del caos, vengan de donde vengan. Y no seamos ingenuos practicando fanatismos que nos han impuesto, adorando “ídolos” mentirosos, ni creyendo que de tal desorden se sale indemne. Razonemos si los “vendedores de miedo” dicen la verdad o nos están embaucando.

Ninguna “grieta”, violenta o silenciosa, puede ser buena para nadie. Sólo una sociedad unida por objetivos comunes, sin miembros enardecidos en contra de sus vecinos, puede producir un futuro con una historia mejor. Aunque, entretanto, haya que trabajar mucho para buscar la equidad.

Y nótese que digo “equidad” y no “igualdad”. Porque la igualdad, en cualquier sociedad, es una utopía imposible e inclusive injusta. En cambio, la equidad en cualquier sistema social es la que entrega a cada quien lo que le corresponde.



Iluminación para quienes tienen que guiarnos en el camino y evolución mental para los que tenemos que transitarlo.