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jueves, 21 de septiembre de 2017

La sinceridad de corregir andando en retroceso

Un viaje imaginario hacia la redención personal y colectiva

Les propongo un “juego”. Imaginemos que, detenidos en este mismísimo instante del presente, y parados de frente hacia el futuro, tuviéramos a nuestro lado un espejo retrovisor que nos permitiera ver y revisar cada momento anterior de nuestra vida.

Que, al menos jugando con la imaginación y la memoria, pudiéramos trazar una línea de tiempo inversa de toda nuestra existencia y tuviéramos la posibilidad de ir volviendo hacia atrás usando una, por ahora, virtual “máquina del tiempo”, que nos llevara a cada momento vivido.

Y, en ese viaje, ir salteando los miles de momentos comunes e intrascendentes que todos tenemos, pero deteniéndonos en todos aquellos en los que consideramos que, por decisión u omisión, tuvimos comportamientos equivocados, erróneos, incorrectos, imperfectos, desconsiderados, indebidos, prohibidos, ilegales. Cualquiera de estas calificaciones debería surgir con independencia de si tal comportamiento nos produjo un beneficio o un perjuicio.

Esto es porque errar forma parte de la naturaleza humana y muchas veces podemos habernos equivocado tomando decisiones que nos perjudicaron a nosotros y a nuestro entorno. Pero también están las otras, que fueron tomadas sabiendo que estaban mal, con el solo  y espurio fin de beneficiarse. Desde la cosa más simple a la más sofisticada.

En la vida, la mayoría hemos tomado malas decisiones o realizado malas acciones, equivocándonos de buena fe o con mala intención, que nos han costado trastornos de diferente magnitud. Jesús le dijo a los lapidadores: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.

En esos desórdenes y dificultades hay de todo: pérdida del trabajo, o de los ahorros, o del matrimonio o pareja, o fundimos nuestro negocio, o rompimos una amistad, o perjudicamos a nuestros vecinos, o nos aprovechamos de algo indebidamente, o confiamos en alguien o en algo indebidamente, o defraudamos una confianza recibida, o invertimos mal, o nos equivocamos con nuestros hijos o con nuestros padres, o eludimos responsabilidades irrenunciables, o perjudicamos al prójimo de algún modo, o incumplimos reglas sociales o legales, y la lista puede seguir. También están los que han cometido delitos, estén presos o no.

El cambio personal

Sigamos imaginando, entonces, que llegados a cada uno de esos momentos de acción o decisión, tuviéramos la posibilidad, con sinceridad, de modificarlo por el comportamiento que hubiera sido el correcto o, al menos, el adecuado.

Llegaríamos así, uno por uno, al mismísimo comienzo de nuestra vida, pero desataríamos, en cada corrección, una sucesión de acontecimientos modificados y desconocidos que cambiarían por completo nuestra historia personal. Se supone que por una mucho mejor o, por lo menos, mucho más exenta de fallos.

Y, desde allí, “volvamos al futuro”. Al volver a este mismísimo instante en el que comenzamos nuestro viaje en reversa, veríamos que hemos construido una historia de vida completamente distinta. En cada parada en la que apliquemos una corrección, el GPS de esa historia aplicaría el conocido “recalculando”.

Como este resultado es imposible de imaginar, el valor simbólico del ejercicio debiera ser el adquirir la conciencia de que podríamos haber vivido siendo mejores. Tal vez ese hipotético presente nos entregue un resultado en que estemos igual, mejor o peor, pero con la tranquilidad de haber hecho lo correcto o lo mejor que estaba a  nuestro alcance.
 
Claro que la posibilidad de realizar este ejercicio de corrección es falsa por la imposibilidad de llevarla a cabo, pero entraña la intención de lograr que, a través del “juego”, todos hiciéramos el esfuerzo de revisar nuestra vida detectando errores, malos hábitos y actos indebidos para evitarlos o no cometerlos más, aunque sea de acá para adelante.

Federico Nietzsche decía: “Solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado”. A mí me gustaría agregar, a modo de parafraseo: “Solamente aquel que tiene el valor de juzgar su pasado puede contribuir a construir el futuro”.

Esto podría ser nuestro aporte personal cooperando, de manera decisiva, a la construcción del futuro, más allá de los castigos que el sistema, cuando corresponda, le imponga a los que lo merecen.

El cambio colectivo

Obviamente, si todos y cada uno tuviéramos esta posibilidad de revisión y pusiéramos en marcha este gigantesco cambio masivo de historias de vida, es mucho más inimaginable adonde desembocaría este presente. El entrelazamiento de cambios sería tan infinito que no podrían calcularse y cada uno de ellos, el nuestro y el de los demás, obligaría a volver a revisar indefinidamente cada momento en el que deseamos intervenir.

Por eso el planteo es completamente de ficción. Pero lleva consigo nuevamente el valor simbólico de comprender que el futuro de una sociedad mejor se construye con la millonaria sumatoria de los comportamientos de todos sus integrantes.

Cuando se trata del futuro de un país, algunos tienen más responsabilidades que otros, pero cada historia de vida cuenta.

Millones de mejores historias de vida seguramente darán un mejor país.

Por eso los dirigentes, que son los que tienen más responsabilidades, deben tener siempre claro que sus decisiones modifican la vida de otros para mejor o para peor y estos, condicionados por esas decisiones, asumirán comportamientos para aprovechar las oportunidades o resistir en defensa propia.

“El futuro lo construimos entre todos” puede sonar a frase proselitista o a mensaje de oportunidad, pero su contenido, la diga quien la diga, es de una verdad incontrastable. Es “entre todos”, cada cual desde su lugar.

Es cómodo y no es justo pedir buenos ejemplos, si yo mismo no soy un buen ejemplo.

Si no podemos viajar en “la máquina del tiempo” para revisar y, eventualmente, corregir los hechos del pasado, al menos ejercitemos la sincera reflexión de “quitar la basura” de acá para adelante. Conectemos el GPS desde este instante en el presente y, si el sentido crítico nos hace arrepentir de errores, comportamientos o algunas maneras de pensar, apliquemos el “recalculando”.





“Más allá de las ideologías, tenemos que lograr que el futuro sea distinto que el pasado, simplemente porque éste último, a juzgar por los resultados obtenidos, tiene muchos más errores que aciertos”.

“Creo que sólo un cambio masivo en el pensamiento y actitud de los ciudadanos, por convicción o por hartazgo, será capaz de eliminar la “grieta” que tanto daño nos hace”.

“Sólo una sociedad unida por objetivos comunes, sin miembros enardecidos en contra de sus vecinos, puede producir un futuro con una historia mejor”.

Conclusiones

Prácticamente todas las personas tenemos una vida transcurrida plagada de errores o malas decisiones (por supuesto que también puede contener muchos aciertos), que produjeron consecuencias y que, en general, recordamos muy bien.

¡Cómo nos gustaría volver para atrás y corregir!

Todos nos contagiamos y entusiasmamos demandando un futuro mejor, pero la mayoría de las veces hacemos recaer la responsabilidad de dárnoslo en los demás.

La Educación es la esencia de un futuro mejor
Claro que los que dirigen o gobiernan tienen mucho más compromiso, porque las decisiones que planean y ejecutan nos afectan a todos, pero eso no nos exime de nuestra cuota parte en todos los actos simples de la vida.

Sólo la sumatoria de millones de cambios personales puede producir el gran cambio colectivo. Es egoísta e insensato pensar que cada uno de nosotros no tiene nada que ver.


Debiéramos dejar de hablar y proclamar la unión de todos los argentinos y unirnos en serio, desde cada uno y hacia arriba. Eso generará inspiración y nos será devuelto.

Probemos practicar el “juego”. Total, ¿qué nos puede costar?







domingo, 17 de septiembre de 2017

Sensibilidad y profesionalismo para vencer al caos

Cuando “la grieta” se torna violenta

En muchos aspectos de la vida actual, especialmente en los grandes temas como los sociales, políticos, económicos, debiéramos aprender lo que la historia nos ha enseñado. Somos, en muchas ocasiones, tan vanidosos, tan torpes, tan ciegos y sordos, que no aprovechamos esas lecciones y “tropezamos varias veces con la misma piedra”, cual si fuéramos tontos o cortos de “entendederas” (entendimiento o capacidad de comprensión de una situación).

Si aplicáramos esas enseñanzas del pasado, sobre todo las que más angustias nos provocaron, podríamos cambiar nuestro futuro.

En cambio, insistiendo en repetir errores, asumiendo fanatismos irreconciliables, siguiendo a conductores que, más allá de su forma de pensar (cualquiera sea), utilizan como herramienta el odio, la descalificación del que piensa distinto, la provocación alentando el enfrentamiento; nos acercamos peligrosamente al caos.

La matemática del caos

Caos se refiere a lo impredecible. Es un concepto complejo y, para quienes lo han estudiado, tiene naturaleza matemática. Es una palabra que deriva del idioma griego (Χάος Kháos o cháos) y también de la raíz indoeuropea ghn, o ghen en el protoindoeuropeo. Debido a las diversas variaciones lingüísticas, el significado de la palabra terminó desplazándose a la acepción española de desorden.

El dios Caos
Las enciclopedias la explican de un modo más complicado todavía: el caos es la complejidad de la supuesta causalidad en la relación entre fenómenos eventuales sin que se observe una traza lineal que relacione la causa con el efecto sino, más bien, un complejo cálculo matemático (usando integrales y diferenciales) para intentar predecir planteamientos hipotéticos y aproximar un resultado.

¡Dificilísimo! Dicho en palabras simples, cuando uno pone en marcha ciertos eventos caóticos puede saber sólo cómo empiezan, pero no tiene ni idea de cómo van a terminar.

La incapacidad de someter al fenómeno a, absolutamente, todas las variables que se van generando, hace imposible conocer con exactitud los acontecimientos futuros. A veces, ni siquiera a aproximarlos.

Como resultado de un sistema caótico obtenemos que cualquier fenómeno del universo, por insignificante que sea, tiene el poder potencial de desencadenar una ola de acontecimientos que alteren el sistema completo.

El ejemplo habitual es el llamado Efecto Mariposa, que plantea que el aleteo de una mariposa en un rincón del mundo puede desencadenar un tornado en el otro.

Dicho esto, ya podemos ir aproximando al objeto de esta nota, cual es tomar conciencia de adonde podemos ir a parar si seguimos alimentando “grietas” en nuestra vida, en lo privado y en lo público.


Las “grietas” violentas

Henry Ashby Turner, Jr.
En estos días, el periodista Carlos Pagni ha abordado este tema del caos y la violencia creciente en nuestro país, recordando al escritor Henry Ashby Turner y su libro “A treinta días del poder”. Detengámonos un momento en esto.

Henry Ashby Turner, Jr. (1932-2008) fue un historiador estadounidense, especializado en la historia de Alemania y fue profesor en la Universidad de Yale por más de cuarenta años. Su libro más conocido fue “German Big Business y The Rise of Hitler” (El gran negocio alemán y el surgimiento de Hitler) (1985) en el que desafió la teoría común de que los industriales en Alemania eran los partidarios más influyentes del Partido Nazi.

En opinión de Turner, el Tercer Reich fue un resultado posible, pero no inevitable de la historia alemana, y esto lo llevó a oponerse a la tesis de Sonderweg. Turner sostuvo que la adquisición de poder por Adolf Hitler estuvo fuertemente influenciada por la contingencia. En su libro de 1996, “Hitler's Thirty Days To Power” (A 30 días del poder), sostenía que eran las acciones de algunos individuos, como el presidente alemán Paul von Hindenburg y los cancilleres Franz von Papen y Kurt von Schleicher , las que permitieron que Hitler llegara al poder a través de medios semi-legales. La incompetencia política y la rivalidad personal entre Papen y Schleicher llevaron finalmente a Hitler a ser nombrado canciller de Alemania por el presidente Hindenburg el 30 de enero de 1933, sin haber ganado nunca una mayoría en una elección nacional.

Alemania era una república cuando Hitler fue nombrado canciller y muchos dan por hecho que fue elegido democráticamente por una mayoría de ciudadanos alemanes. Sin embargo, no fue así. Su ascenso al poder fue, con mucho, más complicado y, sobre todo, más azaroso. El libro realiza un análisis exhaustivo de los espectaculares sucesos de enero de 1933, el mes crucial tras el que Hitler se convirtió en jefe del gobierno alemán. 

Pero el objeto de esta referencia no es analizar estos eventos. Los libros citados están disponibles en diversas editoriales on line. De lo que se trata es de referenciar, como ejemplo dramático, que su ascenso al poder fue, más bien, el producto de un caos que él perversamente provocó. Por supuesto que las consecuencias, tal como se dieron, ni siquiera él mismo pudo prever en toda su dimensión y, mucho menos, sus opositores.
  
El caos lo llevó al poder convirtiendo a su gobierno en una dictadura brutal, con una guerra mundial y millones de muertos. Duró 12 años (1933-1945).

No se trata de comparar el ascenso de Hitler al poder con la situación política argentina, sino de dar un ejemplo de las derivaciones impredecibles que puede tener la generación de caos, donde se conocen las causas, pero no se pueden prever las consecuencias, donde se sabe adónde empieza, pero no cómo y cuándo termina.

La estrategia, ayudada por las condiciones del entorno (inflación, desempleo, desigualdad social, moneda degradada) fue generar una “grieta” basada en un fundamentalismo nacionalista y acompañarla con una sucesión de hechos violentos provocados por aparatos clandestinos.

Cuando la polarización es producto de la grieta

Las polarizaciones electorales no son ni malas ni buenas en sí mismas. De hecho se plantean con naturalidad en muchos países donde prevalece el bipartidismo. En general, aunque también compitan democráticamente otras expresiones minoritarias, las elecciones suelen resolverse entre dos grandes partidos que concentran la mayoría del interés de los ciudadanos votantes.

Pero en nuestro país, en los últimos tiempos, se ha producido un funcionamiento de este fenómeno, aparentemente simple, provocado por la instalación de una división perversa del pensamiento político entre sus ciudadanos y ha alimentado, no una razonable diferencia de ideas y de planes para gobernar, sino un odio y una descalificación hacia el que piensa diferente. Se plantea así: los que no piensan y actúan como nosotros no son adversarios, son enemigos a batir y erradicar.

Esto, resumido en una sola palabra, es la “grieta”.

Ha separado, en la vida cotidiana, no sólo a militantes partidarios en ocasión de dirimir elecciones, sino lo que es más terrible, ha separado a familias y a amigos que, por apoyar a un lado o al otro, entraron en un proceso de distanciamiento muy difícil de curar. Y esto no tiene perdón.

La polarización no es planteada sólo como una forma de atraer adherentes hacia una de dos opciones prevalentes, con propuestas proactivas, sino como una “disyuntiva de hierro” entre dos versiones profundamente antagónicas y acompañada por una instalación del miedo en los diagnósticos que profetizan: “somos nosotros o el ajuste salvaje”, “somos nosotros o la vuelta al pasado al que nadie quiere volver”, “somos nosotros o la Argentina colapsa”, “somos nosotros o el desempleo y la pobreza”.

Inevitablemente, estas sentencias extremas generan angustia e incertidumbre en la población y alimenta rebeliones. Algunas pacíficas y que producen un estrés silencioso en lo personal y familiar con el consiguiente daño en la calidad de vida; y otras se tornan violentas y promueven manifestaciones irracionales cargadas de “locura”, vandalismo y daño indiscriminado a personas y cosas. Esta es la forma más segura de ingresar al caos.

Porque en medio de reclamos que podrían calificarse de justos, siempre aparecen los inescrupulosos que generan el caos premeditadamente, como ejecutores de las directivas de un autor intelectual o, simplemente, como una masa caótica de energúmenos a los que nada le importa.

Es una “guerra de facciones” que sólo piensa en cómo “destruir al enemigo”.

El problema es que, según las definiciones de caos mencionadas más arriba, cuando se genera caos y violencia para conseguir espurios fines, los protagonistas saben cómo iniciarlos, cómo llevarlos adelante, pero no tienen idea que el conjunto de eventualidades que ponen en marcha derivará en consecuencias impredecibles, la mayoría fuera del control del autor de las causas.

La tarea que viene requiere mucha sensibilidad y profesionalismo

De todos modos, a esta altura me viene a la mente un viejo proverbio chino que puede parecer una paradoja, pero que esconde una verdad casi inconmovible. Y que dice:

Cuanto más grande es el caos, más cerca está la solución”.

“Si un problema no tiene solución, agrándalo”, decía Eisenhower; o “Logra la liberación a través de los trastornos”, aseguraba un viejo maestro. Para Einstein “la necesidad y el hambre son los motores de cambio de la humanidad”. Muchas veces lo mejor que nos puede pasar es aquello que jamás hubiésemos deseado que nos ocurriese porque es entonces, a partir de ese momento, cuando se puede iniciar el cambio en serio, rompiendo los estigmas y paradigmas del pasado e ingresando a un futuro con pautas completamente diferentes.

Aunque suene duro decirlo, habitualmente el hombre sólo cambia cuando todo tiembla a su alrededor. De otro modo es capaz de postergar sus decisiones y seguir en una sensación de insatisfacción permanente (controlada o no) para evitar dar un golpe de timón a su vida.

Sólo cuando las circunstancias nos ponen en situaciones límite solemos hacer aquello que deberíamos haber hecho cuando las aguas estaban calmadas.

La adversidad como "oportunidad" es, a veces, nuestra mejor aliada para sacarnos del aletargamiento que tanto dolor e inseguridad nos produce, pero para el que no tenemos las agallas de plantarle la cara.

La Argentina está próxima a enfrentar estos cambios de fondo y que no hay que asumirlos solamente como el plan e intención de un partido político, sino como la oportunidad de ser un país diferente, con nuevos planes, nuevas estrategias, nuevas viabilidades, que nos alejen definitivamente del populismo y que hagan más previsible, como país normal, las expectativas y esperanzas sobre el futuro. Especialmente, para las futuras generaciones y, dentro de ellas, las que surjan exentas de los prejuicios y errores del pasado que se repitieron hasta el cansancio.

Antes que “salga el sol”, todavía tenemos que transitar caminos complicados que llevarán un buen tiempo. Se vienen reformas necesarias en lo impositivo y laboral, cambios en la justicia y sus códigos, drásticos cambios en la educación en formato y contenidos que den formación para los empleos del futuro y, sobre todo, un cambio “cultural” en la población que modifique conductas y comportamientos “viciados” y que fueron gestados por años de frustración y decepciones.

Para lograr estos objetivos hace falta mucha sensibilidad y profesionalismo.

Sensibilidad para que las reformas impacten a cada integrante de la sociedad según su condición. Para sacar a muchos de la pobreza, con recursos que todavía no alcanzan, no hay más remedio que modificar con justicia la distribución de la riqueza.

Por ejemplo, si me dan a elegir (aunque no me guste ninguna de las dos alternativas) prefiero aumentos en la nafta premium para autos de alta gama y no aumentos en el transporte público; o más impuesto a las ganancias y bienes personales para los que más ganan y tienen, y menos IVA e Ingresos Brutos para los que viven de salarios.

Si van a reducir drásticamente los subsidios a la energía y el transporte, lo que se traducirá en más aumentos en estos rubros, tendrán que aumentar el “gasto social” para contener el impacto sobre los perjudicados más vulnerables. Tal vez por eso,  en el presupuesto para 2018, el Ministerio de Desarrollo Social contemple un incremento de sus partidas superior al 21% frente a un 16% del resto de la administración nacional (con una inflación proyectada del 15%).

Profesionalismo porque todas estas fórmulas complejas y combinadas, económicas y sociales, durante el tiempo (bastante largo para la impaciencia y cortoplacismo argentinos) que todavía se necesita para transitar esas reformas de fondo que nos vayan acercando al futuro de un país normal, cultural, económica y socialmente viable, requerirán muchísima pericia y “timing”. Ni tecnocracia en estado puro, “ajustando a lo bestia”, ni populismo “berreta” que hipoteque el futuro.

El futuro de un país no paga hipotecas, quienes las pagan son las personas que vivirán en ese futuro.

Un tránsito que, en el marco de la sensibilidad y gradualismo aludidos, pero con la firmeza de no torcer un rumbo necesario e inevitable, tenga la capacidad de resistir el embate de los agentes del caos. Y esto lo digo con beneficio de inventario porque tales agentes podrían estar en ambas márgenes de la “grieta” y la malintencionada polarización.

¨Podría ser la oposición, con mecanismos de creación de desorden (recordémoslo como acepción española del caos) o el mismísimo oficialismo, tentado por el consejo de Eisenhower: “Si un problema no se puede resolver, amplíalo”.

Y violencia no es sólo la expresada en hechos violentos, desorden, vandalismo, enfrentamientos, atentados contra las personas y las cosas que “alteran la paz social”. Este es el formato que más fácilmente reconocemos, pero hay otra violencia mucho más sutil, más silenciosa, que se manifiesta por la falta de trabajo, de un techo digno, del sueldo que no alcanza, del medicamento al que cuesta acceder, del joven recién graduado al que le piden experiencia previa para emplearlo, la ausencia de condiciones sanitarias elementales, la inflación que desespera, las rutas que tienen licencia para matar, la educación que no está preparando para lo que se viene, los parientes o los amigos que la “grieta” nos quitó, y todo otro factor que usted esté pensando que le preocupa o lo angustia.

Primero hay que creer y tener la esperanza que todo esto se va a arreglar, luego se necesita “sentir en carne propia” los resultados.

Los responsables de las decisiones han comenzado por entregar esa esperanza. Ahora falta lo demás.

Más allá de las ideologías, digo rumbo necesario e inevitable porque tenemos que lograr que el futuro sea distinto que el pasado, simplemente porque éste último, a juzgar por los resultados obtenidos, tiene muchos más errores que aciertos.

Así que la población deberá estar muy atenta, para deslindar unos y otros comportamientos que, aunque nadie debería desearlos, pueden suceder. Y la historia está plagada de ejemplos.

Y también creo que sólo un cambio masivo en el pensamiento y actitud de los ciudadanos, por convicción o por hartazgo, será capaz de eliminar la “grieta” que tanto daño nos hace. No me parece que podamos esperarlo de los dirigentes, cualquiera sea la organización donde militan o trabajan porque, hasta acá, han demostrado que son parte del problema y no de la solución.




Conclusiones

La historia de la Argentina nos enseña que hemos cometido muchos errores y vivido muchas crisis. Casi todas han producido “grietas” y dividido a la sociedad (unitarios y federales, radicales y conservadores, peronistas y “gorilas”, kirchneristas y anti kirchneristas).

Si aplicáramos la dialéctica hegeliana (simplificando este complejo sistema filosófico) podríamos pensar que, de cada hipótesis y su antítesis, podría haber surgido una síntesis superadora. Pero nuestra historia nos demuestra que eso no pasó. Las “grietas” se han quedado a vivir por mucho tiempo y las crisis se convirtieron en recurrentes.



La creación de caos no surge por casualidad. Hay que ser conscientes que puede ser una herramienta planificada y utilizada maliciosamente para provocarlo, pero que luego ni sus propios autores pueden dominar sus derivaciones impredecibles.

Desconfiemos de los creadores de “grietas” y promotores del caos, vengan de donde vengan. Y no seamos ingenuos practicando fanatismos que nos han impuesto, adorando “ídolos” mentirosos, ni creyendo que de tal desorden se sale indemne. Razonemos si los “vendedores de miedo” dicen la verdad o nos están embaucando.

Ninguna “grieta”, violenta o silenciosa, puede ser buena para nadie. Sólo una sociedad unida por objetivos comunes, sin miembros enardecidos en contra de sus vecinos, puede producir un futuro con una historia mejor. Aunque, entretanto, haya que trabajar mucho para buscar la equidad.

Y nótese que digo “equidad” y no “igualdad”. Porque la igualdad, en cualquier sociedad, es una utopía imposible e inclusive injusta. En cambio, la equidad en cualquier sistema social es la que entrega a cada quien lo que le corresponde.



Iluminación para quienes tienen que guiarnos en el camino y evolución mental para los que tenemos que transitarlo.










lunes, 19 de junio de 2017

O lo creés o te podés quedar afuera

Todavía no hay conciencia sobre los trabajos del futuro

Como en ocasiones anteriores, hoy quiero compartir reflexiones y ratificaciones sobre los desafíos para los nuevos empleos, a partir de una nueva nota del tecnólogo Santiago Bilinkis, autor del libro “Pasaje al Futuro”.

La nota fue publicada el 17 de junio de 2017, lleva el título “Los trabajos del futuro” y tiene directa relación con las que publiqué en octubre del año pasado bajo los títulos Viejos y nuevos empleos: ¿estamos calificados? Parte 1 y Parte 2”, Argentina puede ser el Arabia Saudita de las energías renovables y Aprender toda la vida.


Bilinkis comienza con una suposición extrema que resulta un ejemplo claro y esclarecedor para introducir al tema, y dice:

“Imaginate que recibís una carta anunciándote que vas a competir en los próximos Juegos Olímpicos. ¡Ya está! Tenés tu lugar asegurado en Tokio 2020. Pero hay una salvedad: no se sabe aún en qué disciplina te tocará competir. Eso se decidirá en un sorteo el día anterior al comienzo de los Juegos y puede tocarte cualquier alternativa: sea tiro al plato, levantamiento de pesas, maratón, lucha grecorromana o clavado desde un trampolín. ¿Cómo te prepararías para esa competencia?”.
Y continúa:
“Ese es el desafío que enfrentamos hoy todos con respecto a los trabajos del futuro. Con creciente frecuencia diferentes estudios hablan de la inminente destrucción de empleo que las tecnologías generarán en las próximas dos décadas. Dos tercios de los trabajos actuales, los informes auguran, van a desaparecer. En su lugar surgirán roles nuevos muy diferentes de los que hoy desempeñamos. El cambio no será tan repentino, hay tiempo de irnos preparando. Pero prepararnos, ¿para qué? ¡Lo único que sabemos de esos nuevos empleos es que no tenemos idea de cómo serán!
El problema, de todos modos, es mayor de lo que parece porque la mayoría de las personas desatendemos las alertas. A pesar de que ve en los medios cada vez más notas sobre estos temas, seguimos adelante con nuestra vida sin hacernos cargo de lo que acabábamos de leer. ¡Dos de cada tres trabajos actuales pronto dejarán de existir!”

¡Dos de cada tres trabajos actuales pronto dejarán de existir!

La toma de conciencia

Santiago nos cuenta que, en su columna radial de hace unas semanas, realizó una encuesta a varios miles de personas para incorporar datos para este trabajo. Los resultados fueron claros: 71% de las personas creen que su trabajo no desaparecerá. Y aun cuando eso pasara, 69% se considera ya preparado para los nuevos trabajos que surjan. ¿Tendrán razón o es una increíble falta de conciencia sobre el problema?

Por eso sentencia:

“¡El primer paso para solucionar un problema es reconocerlo como tal!”

También nos dice que consultó los Gerentes de Adquisición y Retención de Talento de varias de las mayores empresas que operan en el país. Les preguntó qué rasgos eran los más buscados al seleccionar un candidato hace 10 años, cuáles ahora y cuáles estimaban que serán los necesarios de aquí a una década. “La conclusión fue reveladora: antes se buscaba conocimiento técnico y dedicación, es decir, habilidades duras y cumplimiento de normas. Hoy lo más importante es el trabajo en equipo, la empatía y la resiliencia (1), habilidades más blandas. En el futuro, la clave será la flexibilidad, el aprendizaje continuo y la creatividad/innovación, habilidades mucho más blandas aún y la capacidad ya no de cumplir sino de romper las reglas”.

Y así, Bilinkis remata su nota concluyendo que “la visión de estas personas nos da una pista de cómo prepararnos para esos “Juegos Olímpicos” del ejemplo inicial:

No importa tanto aprender cosas específicas como desarrollar la capacidad de seguir aprendiendo de manera constante e incentivar nuestra creatividad.

Y propone preguntas que cada uno debería hacerse a sí mismo:

Una primera pregunta sería si te parece que esas son las habilidades que privilegia la institución que hayas elegido para educar a tus hijos. Si apunta sobre todo al conocimiento técnico y el cumplimiento de normas, debés concluir que ¡tus chicos se están preparando para el año 2005 en vez de hacerlo para el 2025!

La siguiente pregunta que propone pensar es si estás anticipando correctamente los cambios que se avecinan en tu propia actividad profesional.

Y finalmente, la última cosa para que te cuestiones es qué lugar ocupa tu propia formación en tu vida y qué habilidades estás priorizando desarrollar. ¿Te estás preparando para seguir aprendiendo siempre y para romper las reglas?

Concluye enfáticamente diciendo que, seguramente, esto sea la clave para tu trabajo del futuro.

Jóvenes y no tan jóvenes

No hace falta decirlo (pero, por las dudas igual lo digo) que adherir y difundir todas estas advertencias no tienen vinculación alguna con ningún tipo de interés personal sobre el tema. Los que me conocen saben que estoy en la frontera de la edad jubilatoria y este monumental cambio de paradigma sobre la educación y el empleo impacta sobre los miles de jóvenes que estudian y trabajan, los que están por ingresar al sistema educativo  y también, peligrosamente, sobre aquellos que están todavía en plena vida laboral activa, de más de 40 años, para quienes la pérdida de su empleo podría resultar dramática por una muy dificultosa reinserción.

Con la excepción, por supuesto, de seguir practicando aquello de “Aprender toda la vida” porque, trabaje o no trabaje, estará vigente en mí hasta el final de mis días.

En mis notas anteriores, citadas al principio, decía que:

No veo que se advierta de manera masiva que lo aprendido, o lo que hoy se enseña, servirá para poco en los empleos que se ofrecerán en este futuro cercano.

Y planteaba que, según los especialistas, en los próximos veinte años, la tecnología avanzará más que en los anteriores mil. El avance del conocimiento del genoma humano permitirá avances en la medicina no imaginados hasta hace poco y hasta se piensa que se podrá prolongar la vida humana en diez años cada cinco.

La robótica y la Inteligencia Artificial (IA) se desarrollarán hasta ser capaces de hacer hasta casi todo y, en algunas cosas, mejor que el cerebro humano. Tal vez a muchos esto nos pone “la piel de gallina”, pero es lo que se viene. O, mejor dicho, ya está entre nosotros. Pues, entonces, ¿en qué y con qué capacitación, trabajarán las personas en ese futuro?

La disrupción es el fenómeno más temido. Por eso, avizorar el porvenir no es un juego de diletantes. Es entrenarse para leer los signos ocultos de lo que puede acontecer y estar preparado para enfrentarlo.

Es posible que los que pierdan su empleo carezcan de las habilidades necesarias para competir por los nuevos empleos.

Si no nos anticipamos a la amenaza, tendremos que estar dispuestos a pagar un altísimo costo económico y social.

Las empresas tendrán que apostar por el desarrollo del talento como pilar mismo de su crecimiento futuro. Más complejo es el papel que deberán cumplir los políticos, que deberán liderar un cambio en el sistema educativo y la regulación del mercado de trabajo, que llevan décadas de retraso en muchos países. 

Los políticos deberán liderar un cambio en el sistema educativo.

El último informe de Davos (Foro Económico Mundial) recomienda que los gobiernos y las empresas deberán tomar acciones urgentes y específicas lo antes posible, para gestionar la transición a corto plazo y generar una fuerza de trabajo con habilidades a prueba de futuro. Solo así se puede hacer frente al creciente desempleo y la desigualdad.

En nuestra Argentina (aunque creo que es válido para cualquier país) también tendrán que entender, y actuar en consecuencia, los sindicatos. Me refiero a sus dirigentes.

Los sindicatos y sus dirigentes también deberán reaccionar y contribuir a la capacitación de sus afiliados para que puedan defender sus empleos o conseguir nuevos.

Conclusiones

Los expertos sostienen que la “fecha de expiración” del conocimiento no llega hoy a los 10 años. Es decir, estamos en una era en la que los conocimientos durarán cada vez menos tiempo y muchos tipos de empleos actuales serán eliminados.

Por eso, en lugar de destinar el 100% del tiempo durante el 20% de la vida (de los 5 a los 25 años de edad) a aprender y después muy poco pensando que ya se lo sabe todo, la propuesta es:

Pasar de estudiar el 100% del tiempo durante el 20% de la vida, a estudiar el 20% del tiempo durante el 100% de  la vida.

Así que, más allá de los conflictos que el sistema educativo tiene, los salarios docentes y la infraestructura deficiente, se trata de un “borrón y cuenta nueva” en materia de contenidos. No se trata de “maquillar” una reforma, se trata de concebir todo de nuevo y cambiarlo de cabo a rabo. De lo contrario, para los nuevos empleos no habrá quien esté capacitado para ocuparlos.

Un chico que apenas termine el secundario (ni hablar si ni siquiera lo logra) o un universitario con este sistema, no tendrá cabida en este nuevo paradigma. No calificará y nadie lo tomará. Si no se cambia rápido, se pueden perder una o dos generaciones a las que les costará tener una salida laboral. Y aquí la pobreza será crónica.

Por eso les dejo la misma conclusión que en mi nota anterior sobre este tema:

Espero haberte ayudado a pensar. O mucho mejor que eso, a estimularte para que te prepares, vos y tus hijos, para lo que está pasando. Como se suele decir, el futuro es ahora.

Creo que la disyuntiva es “de hierro”: o lo creés o te podés quedar afuera.



(1)
Resiliencia viene del término latín resilio: “volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar”. El término se adaptó al uso en psicología y otras ciencias sociales para referirse a las personas que, a pesar de sufrir situaciones estresantes, no son afectadas psicológicamente por ellas.
Sin embargo, el término desarrolla diferentes adaptaciones, según sea la ciencia o disciplina en la que se aplique.
Resiliencia puede referirse a:
·         La resiliencia; en psicología, capacidad de las personas de sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas.
·         La resiliencia; en periodontología, capacidad los tejidos blandos de recuperar su forma natural al hacer leve presión sobre el tejido, hay grosor adecuado que permite la compresión ligera.
·         La resiliencia; en sociología, capacidad que tienen los grupos sociales para sobreponerse a los resultados adversos, reconstruyendo sus vínculos internos, a fin de hacer prevalecer su homeostasis colectiva de modo tal que no fracasen en su propia sinergia.
·         La resiliencia; en ecología, capacidad de las comunidades y ecosistemas de absorber perturbaciones sin alterar significativamente sus características de estructura y funcionalidad, pudiendo regresar a su estado original una vez que la perturbación ha cesado.
·         La resiliencia; en ingeniería, energía de deformación (por unidad de volumen) que puede ser recuperada de un cuerpo deformado cuando cesa el esfuerzo que causa la deformación.
·         La resiliencia; en sistemas tecnológicos, capacidad de un sistema de soportar y recuperarse ante desastres y perturbaciones.
·         La resiliencia; en la cultura emprendedora, capacidad que tiene el emprendedor para confrontar situaciones que compliquen la generación y desarrollo de su plan de negocios o su proyecto a emprender, generando sinergia con sus socios o colaboradores para salir airoso y con determinación de ella; basado en la previsión del riesgo.
·         La resiliencia; en derecho, capacidad de las personas, dentro del marco general de los derechos humanos, de recuperar su estado original de libertad, igualdad, inocencia, etc. después de haber sido sometidas a las acciones de fuerza del Estado.
·         La resiliencia; en urbanismo, es la capacidad de la ciudad para resistir una amenaza, también absorber, adaptarse y recuperarse de sus efectos de manera oportuna y eficiente, incluye la preservación y restauración de sus estructuras y funciones básicas.
·         La resiliencia; en arte, es la capacidad de la obra de arte para conservar a través de la estética su particularidad, a pesar del creciente subjetivismo.