Mostrando entradas con la etiqueta grieta. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta grieta. Mostrar todas las entradas

sábado, 14 de octubre de 2017

A veces, las cosas no son lo que parecen

La construcción de conceptos equivocados

Esta nota tiene el objeto de demostrar, con un simple ejemplo, cómo se pueden construir, en el imaginario colectivo, conceptos o conclusiones erróneas partiendo de la influencia de algunos que los comunican, por preconceptos que se nos instalan desprovistos de la información necesaria o por la intención de “fabricarlos” o retrasmitirlos para provocar confusión.

En estos días, compartiendo una charla con amigos, y hablando de economía, surgió una polémica acerca de en qué gobierno se había producido más devaluación de nuestra moneda respecto del dólar: si en el último mandato de Cristina Fernández o en lo que va del mandato de Mauricio Macri.

La cuestión se planteaba en el marco de una mentalidad argentina dolarizada y convencida sobre que la caída de nuestro peso frente al dólar tiene efecto directo sobre la inflación, es decir, toda devaluación produce un aumento de los precios. Unido esto a que la paridad cambiaria en un momento determinado tiene también influencia directa sobre la competitividad de los productos argentinos exportables y, a la vez, impacta sobre los costos de los componentes que debemos importar para fabricar en el país.

En un momento determinado de la conversación, algunos decían que durante el gobierno anterior se había devaluado poco como consecuencia de una política de “súper” retraso cambiario y que el gobierno actual, en cambio, había conducido a una mega devaluación desde el preciso momento en que asumió; y otros sosteníamos que en el período del gobierno anterior (diciembre de 2011 a diciembre de 2015) la devaluación había sido mayor que la producida en el presente.

Llegado a este punto, uno de los interlocutores me propuso: “Por qué no hacés una tablita sobre cómo evolucionó el valor del dólar desde diciembre de 2011 hasta el presente, con una parada en diciembre de 2015, y la vemos otro día. Y ahora, cambiemos de tema”.

La intención fue que intentáramos pasar un momento agradable, reunidos entre amigos, y no dejar que “la grieta”, en la discusión política, abriera una brecha entre nosotros como ha ocurrido, lamentablemente, en tantos casos.

Vayamos al punto, entonces, para dirimir estas diferencias de “impresión” con los números reales recogidos de la información pública que está disponible en internet para cualquiera.

El lector de este Blog puede guardar la tabla que surge de esta exploración para usarla como referencia en cualquier tema en que le resulte útil porque yo no pude encontrarla, así de simple, "googleando" sobre el asunto.


Tabla de prueba

A continuación, va una tabla que recoge la paridad peso-dólar al cierre del último día hábil de cada mes, desde diciembre de 2011 ($ 4,32 por dólar) hasta setiembre de 2017 ($ 17,66 por dólar). Luego veremos algunas consideraciones y porcentajes.

Valor del dólar al cierre del último día hábil de cada mes
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
Enero

4,35
4,98
8,02
8,67
14,16
16,27
Febrero

4,37
5,05
7,90
8,76
15,84
15,89
Marzo

4,39
5,13
8,05
8,85
14,93
15,68
Abril

4,43
5,19
8,05
8,94
14,35
15,78
Mayo

4,49
5,28
8,11
9,02
14,35
16,37
Junio

4,54
5,39
8,16
9,12
15,24
16,87
Julio

4,59
5,51
8,22
9,23
15,28
17,96
Agosto

4,65
5,67
8,41
9,35
15,24
17,66
Setiembre

4,70
5,79
8,45
9,49
15,56
17,66
Octubre

4,77
5,91
8,50
9,61
15,40
17,70
Noviembre

4,85
6,14
8,54
9,75
16,07
Diciembre
4,32
4,92
6,53
8,58
13,43
16,30
% s/Año Ant.
0,00
13,89
32,72
31,39
56,53
21,37
8,59
% Acumul.
0,00
13,89
51,16
98,61
210,88
277,31
309,72

 Valor al 13-10-2017


Para tener en cuenta

Recordemos primero la traumática salida de la “convertibilidad”. El polémico uno a uno del peso argentino con el dólar duró desde marzo de 1991 hasta que, el 6 de enero de 2002, la Cámara de Diputados de la Nación aprobó la ley de emergencia pública que le puso fin.

Esto ocurrió durante la presidencia provisional de Eduardo Duhalde y con su Ministro de Economía Jorge Remes Lenicov, quienes dispusieron aquella famosa “pesificación asimétrica” de los préstamos y depósitos en el sistema financiero.

La liberación cambiaria disparó el valor del dólar que, en poco tiempo, tocó el precio de cuatro pesos. Luego la paridad comenzó a asentarse y llegó al valor de $ 3 por dólar en mayo de 2003, cuando asumió el presidente Néstor Kirchner, quien declaró que “el dólar de 3 pesos está bien para la Argentina”.

Desde allí, a lo largo de 103 meses (8 años y 7 meses desde mayo de 2003 a diciembre de 2011), y durante los mandatos de Néstor Kirchner (tiempos de “superávits gemelos” y precio de la soja por las nubes) y el primero de Cristina Fernández, el dólar escaló desde los $ 3 hasta el de $ 4,32 en diciembre de 2011, donde se inicia nuestra tabla. Veamos que, en todo ese tiempo, nuestra moneda perdió “sólo” un 44% de su valor.

A partir del segundo mandato de Cristina Fernández, la paridad cambiaria fue marcando pequeñas mini devaluaciones durante todo 2012 y 2013 (agregando algo más de otro 50% de depreciación), hasta que en enero de 2014 se produce un salto inusual inducido por el gobierno del orden del 23% que lleva el cambio de $ 6,53 a $ 8,02. Mientras tanto, el gobierno negaba las devaluaciones.



Con el mismo criterio de graduales devaluaciones transcurre todo el 2014 y el 2015, para llegar al fin de ese mandato de gobierno con un dólar “oficial” de $ 9,92.

Pero se llega allí en medio de una economía y déficit fiscal desquiciados, con el “corset” de un “cepo cambiario” que impedía conseguir un dólar a ese precio, salvo algunas operaciones especiales previamente autorizadas por el gobierno.

Había aparecido con fuerza el denominado “dólar blue” (o paralelo) cuyo valor, a mediados de diciembre de 2015, ya estaba en el orden de $ 14,48 por dólar. Este era el verdadero valor que el mercado le asignaba al dólar en ese momento y no el poco creíble de $ 9,92.

Llega la asunción del gobierno de Mauricio Macri y algunas de las primeras medidas tomadas, en materia económica y cambiaria, fueron la eliminación del “cepo” y la liberación del mercado de cambios. El, hasta entonces, llamado “dólar oficial” saltó de $ 9,92 el 16 de diciembre de 2015 a $ 13,95 el 17 de diciembre. Ese mismo día, el dólar blue estaba a $ 14,48 para la venta.

En el tiempo que lleva el gobierno actual, la moneda argentina se devaluó un 21,37% durante 2016 (de $ 13,43 a $ 16,30) más un 8,59% en lo que va de 2017 (de $ 16,30 a $ 17,70 el 13 de octubre, fecha de corte de esta nota).

La resolución de la polémica

Hay dos maneras de dirimir la polémica inicial acerca de en qué gobierno hubo mayor devaluación. Y de la tabla surgen ambas posibilidades.

Una es considerar como “precio de salida” del dólar del gobierno anterior los $ 9,92 de la “cotización oficial”; y la otra es tomar el valor “sincerado” de diciembre de 2015 en $ 13,43, después de la salida del cepo y con el cambio liberado y acercado al valor “blue” de $ 14,48. Desde ya adelanto que yo me inclino por la segunda.

Primera opción

Durante la administración anterior nuestra moneda se depreció un 130% en 4 años, pasando de $ 4,32 a $ 9,92.

Durante la administración actual, la depreciación fue del 79% en algo más de 21 meses, pasando de $ 9,92 a $ 17,70.

Segunda opción

Creo que la mirada adecuada es considerar el salto de diciembre 2015 como el sinceramiento del real valor del dólar en el mercado que, en la práctica, ya estaba por encima de los catorce pesos. Si es así, entonces:

Durante la administración anterior nuestra moneda se depreció un 211% en 4 años, pasando de $ 4,32 a $ 13,43.

Durante la administración actual, la depreciación fue del 32% en algo más de 21 meses, pasando de $ 13,43 a $ 17,70.

Conclusiones

Más allá de dirimir una polémica circunstancial en una charla con amigos, y con un tema relativamente sencillo porque bastaba con ir a los números para resolverlo por encima de impresiones o suposiciones, lo que quiero señalar aquí y con este simple ejemplo, es lo que nos sucede cuando se construyen conceptos o conclusiones erróneas en el imaginario colectivo de la población.

La discusión sobre quién devaluó más no reviste gravedad porque, finalmente, se refiere al pasado, a algo que ya pasó y no tiene remedio. Pero el problema es cuando estas diferencias, basadas en ignorancia o información deficiente, tratan temas que tienen que ver con nuestro futuro y con decisiones o posiciones que aún no hemos tomado.

Es por eso que, así como hay buenas cosas, hay tanta “basura” comunicativa, especialmente en las redes sociales que, exentas de chequeo o de información certera, se difunden y retransmiten provocando desinformación y confusión.

Y cuando se trata de asuntos que nos importan o afectan a todos, generan polémicas o divisiones que sólo contribuyen a agrandar “la grieta” y no a cerrarla.

Y guay de los que lo hacen con malas y oscuras intenciones.








domingo, 17 de septiembre de 2017

Sensibilidad y profesionalismo para vencer al caos

Cuando “la grieta” se torna violenta

En muchos aspectos de la vida actual, especialmente en los grandes temas como los sociales, políticos, económicos, debiéramos aprender lo que la historia nos ha enseñado. Somos, en muchas ocasiones, tan vanidosos, tan torpes, tan ciegos y sordos, que no aprovechamos esas lecciones y “tropezamos varias veces con la misma piedra”, cual si fuéramos tontos o cortos de “entendederas” (entendimiento o capacidad de comprensión de una situación).

Si aplicáramos esas enseñanzas del pasado, sobre todo las que más angustias nos provocaron, podríamos cambiar nuestro futuro.

En cambio, insistiendo en repetir errores, asumiendo fanatismos irreconciliables, siguiendo a conductores que, más allá de su forma de pensar (cualquiera sea), utilizan como herramienta el odio, la descalificación del que piensa distinto, la provocación alentando el enfrentamiento; nos acercamos peligrosamente al caos.

La matemática del caos

Caos se refiere a lo impredecible. Es un concepto complejo y, para quienes lo han estudiado, tiene naturaleza matemática. Es una palabra que deriva del idioma griego (Χάος Kháos o cháos) y también de la raíz indoeuropea ghn, o ghen en el protoindoeuropeo. Debido a las diversas variaciones lingüísticas, el significado de la palabra terminó desplazándose a la acepción española de desorden.

El dios Caos
Las enciclopedias la explican de un modo más complicado todavía: el caos es la complejidad de la supuesta causalidad en la relación entre fenómenos eventuales sin que se observe una traza lineal que relacione la causa con el efecto sino, más bien, un complejo cálculo matemático (usando integrales y diferenciales) para intentar predecir planteamientos hipotéticos y aproximar un resultado.

¡Dificilísimo! Dicho en palabras simples, cuando uno pone en marcha ciertos eventos caóticos puede saber sólo cómo empiezan, pero no tiene ni idea de cómo van a terminar.

La incapacidad de someter al fenómeno a, absolutamente, todas las variables que se van generando, hace imposible conocer con exactitud los acontecimientos futuros. A veces, ni siquiera a aproximarlos.

Como resultado de un sistema caótico obtenemos que cualquier fenómeno del universo, por insignificante que sea, tiene el poder potencial de desencadenar una ola de acontecimientos que alteren el sistema completo.

El ejemplo habitual es el llamado Efecto Mariposa, que plantea que el aleteo de una mariposa en un rincón del mundo puede desencadenar un tornado en el otro.

Dicho esto, ya podemos ir aproximando al objeto de esta nota, cual es tomar conciencia de adonde podemos ir a parar si seguimos alimentando “grietas” en nuestra vida, en lo privado y en lo público.


Las “grietas” violentas

Henry Ashby Turner, Jr.
En estos días, el periodista Carlos Pagni ha abordado este tema del caos y la violencia creciente en nuestro país, recordando al escritor Henry Ashby Turner y su libro “A treinta días del poder”. Detengámonos un momento en esto.

Henry Ashby Turner, Jr. (1932-2008) fue un historiador estadounidense, especializado en la historia de Alemania y fue profesor en la Universidad de Yale por más de cuarenta años. Su libro más conocido fue “German Big Business y The Rise of Hitler” (El gran negocio alemán y el surgimiento de Hitler) (1985) en el que desafió la teoría común de que los industriales en Alemania eran los partidarios más influyentes del Partido Nazi.

En opinión de Turner, el Tercer Reich fue un resultado posible, pero no inevitable de la historia alemana, y esto lo llevó a oponerse a la tesis de Sonderweg. Turner sostuvo que la adquisición de poder por Adolf Hitler estuvo fuertemente influenciada por la contingencia. En su libro de 1996, “Hitler's Thirty Days To Power” (A 30 días del poder), sostenía que eran las acciones de algunos individuos, como el presidente alemán Paul von Hindenburg y los cancilleres Franz von Papen y Kurt von Schleicher , las que permitieron que Hitler llegara al poder a través de medios semi-legales. La incompetencia política y la rivalidad personal entre Papen y Schleicher llevaron finalmente a Hitler a ser nombrado canciller de Alemania por el presidente Hindenburg el 30 de enero de 1933, sin haber ganado nunca una mayoría en una elección nacional.

Alemania era una república cuando Hitler fue nombrado canciller y muchos dan por hecho que fue elegido democráticamente por una mayoría de ciudadanos alemanes. Sin embargo, no fue así. Su ascenso al poder fue, con mucho, más complicado y, sobre todo, más azaroso. El libro realiza un análisis exhaustivo de los espectaculares sucesos de enero de 1933, el mes crucial tras el que Hitler se convirtió en jefe del gobierno alemán. 

Pero el objeto de esta referencia no es analizar estos eventos. Los libros citados están disponibles en diversas editoriales on line. De lo que se trata es de referenciar, como ejemplo dramático, que su ascenso al poder fue, más bien, el producto de un caos que él perversamente provocó. Por supuesto que las consecuencias, tal como se dieron, ni siquiera él mismo pudo prever en toda su dimensión y, mucho menos, sus opositores.
  
El caos lo llevó al poder convirtiendo a su gobierno en una dictadura brutal, con una guerra mundial y millones de muertos. Duró 12 años (1933-1945).

No se trata de comparar el ascenso de Hitler al poder con la situación política argentina, sino de dar un ejemplo de las derivaciones impredecibles que puede tener la generación de caos, donde se conocen las causas, pero no se pueden prever las consecuencias, donde se sabe adónde empieza, pero no cómo y cuándo termina.

La estrategia, ayudada por las condiciones del entorno (inflación, desempleo, desigualdad social, moneda degradada) fue generar una “grieta” basada en un fundamentalismo nacionalista y acompañarla con una sucesión de hechos violentos provocados por aparatos clandestinos.

Cuando la polarización es producto de la grieta

Las polarizaciones electorales no son ni malas ni buenas en sí mismas. De hecho se plantean con naturalidad en muchos países donde prevalece el bipartidismo. En general, aunque también compitan democráticamente otras expresiones minoritarias, las elecciones suelen resolverse entre dos grandes partidos que concentran la mayoría del interés de los ciudadanos votantes.

Pero en nuestro país, en los últimos tiempos, se ha producido un funcionamiento de este fenómeno, aparentemente simple, provocado por la instalación de una división perversa del pensamiento político entre sus ciudadanos y ha alimentado, no una razonable diferencia de ideas y de planes para gobernar, sino un odio y una descalificación hacia el que piensa diferente. Se plantea así: los que no piensan y actúan como nosotros no son adversarios, son enemigos a batir y erradicar.

Esto, resumido en una sola palabra, es la “grieta”.

Ha separado, en la vida cotidiana, no sólo a militantes partidarios en ocasión de dirimir elecciones, sino lo que es más terrible, ha separado a familias y a amigos que, por apoyar a un lado o al otro, entraron en un proceso de distanciamiento muy difícil de curar. Y esto no tiene perdón.

La polarización no es planteada sólo como una forma de atraer adherentes hacia una de dos opciones prevalentes, con propuestas proactivas, sino como una “disyuntiva de hierro” entre dos versiones profundamente antagónicas y acompañada por una instalación del miedo en los diagnósticos que profetizan: “somos nosotros o el ajuste salvaje”, “somos nosotros o la vuelta al pasado al que nadie quiere volver”, “somos nosotros o la Argentina colapsa”, “somos nosotros o el desempleo y la pobreza”.

Inevitablemente, estas sentencias extremas generan angustia e incertidumbre en la población y alimenta rebeliones. Algunas pacíficas y que producen un estrés silencioso en lo personal y familiar con el consiguiente daño en la calidad de vida; y otras se tornan violentas y promueven manifestaciones irracionales cargadas de “locura”, vandalismo y daño indiscriminado a personas y cosas. Esta es la forma más segura de ingresar al caos.

Porque en medio de reclamos que podrían calificarse de justos, siempre aparecen los inescrupulosos que generan el caos premeditadamente, como ejecutores de las directivas de un autor intelectual o, simplemente, como una masa caótica de energúmenos a los que nada le importa.

Es una “guerra de facciones” que sólo piensa en cómo “destruir al enemigo”.

El problema es que, según las definiciones de caos mencionadas más arriba, cuando se genera caos y violencia para conseguir espurios fines, los protagonistas saben cómo iniciarlos, cómo llevarlos adelante, pero no tienen idea que el conjunto de eventualidades que ponen en marcha derivará en consecuencias impredecibles, la mayoría fuera del control del autor de las causas.

La tarea que viene requiere mucha sensibilidad y profesionalismo

De todos modos, a esta altura me viene a la mente un viejo proverbio chino que puede parecer una paradoja, pero que esconde una verdad casi inconmovible. Y que dice:

Cuanto más grande es el caos, más cerca está la solución”.

“Si un problema no tiene solución, agrándalo”, decía Eisenhower; o “Logra la liberación a través de los trastornos”, aseguraba un viejo maestro. Para Einstein “la necesidad y el hambre son los motores de cambio de la humanidad”. Muchas veces lo mejor que nos puede pasar es aquello que jamás hubiésemos deseado que nos ocurriese porque es entonces, a partir de ese momento, cuando se puede iniciar el cambio en serio, rompiendo los estigmas y paradigmas del pasado e ingresando a un futuro con pautas completamente diferentes.

Aunque suene duro decirlo, habitualmente el hombre sólo cambia cuando todo tiembla a su alrededor. De otro modo es capaz de postergar sus decisiones y seguir en una sensación de insatisfacción permanente (controlada o no) para evitar dar un golpe de timón a su vida.

Sólo cuando las circunstancias nos ponen en situaciones límite solemos hacer aquello que deberíamos haber hecho cuando las aguas estaban calmadas.

La adversidad como "oportunidad" es, a veces, nuestra mejor aliada para sacarnos del aletargamiento que tanto dolor e inseguridad nos produce, pero para el que no tenemos las agallas de plantarle la cara.

La Argentina está próxima a enfrentar estos cambios de fondo y que no hay que asumirlos solamente como el plan e intención de un partido político, sino como la oportunidad de ser un país diferente, con nuevos planes, nuevas estrategias, nuevas viabilidades, que nos alejen definitivamente del populismo y que hagan más previsible, como país normal, las expectativas y esperanzas sobre el futuro. Especialmente, para las futuras generaciones y, dentro de ellas, las que surjan exentas de los prejuicios y errores del pasado que se repitieron hasta el cansancio.

Antes que “salga el sol”, todavía tenemos que transitar caminos complicados que llevarán un buen tiempo. Se vienen reformas necesarias en lo impositivo y laboral, cambios en la justicia y sus códigos, drásticos cambios en la educación en formato y contenidos que den formación para los empleos del futuro y, sobre todo, un cambio “cultural” en la población que modifique conductas y comportamientos “viciados” y que fueron gestados por años de frustración y decepciones.

Para lograr estos objetivos hace falta mucha sensibilidad y profesionalismo.

Sensibilidad para que las reformas impacten a cada integrante de la sociedad según su condición. Para sacar a muchos de la pobreza, con recursos que todavía no alcanzan, no hay más remedio que modificar con justicia la distribución de la riqueza.

Por ejemplo, si me dan a elegir (aunque no me guste ninguna de las dos alternativas) prefiero aumentos en la nafta premium para autos de alta gama y no aumentos en el transporte público; o más impuesto a las ganancias y bienes personales para los que más ganan y tienen, y menos IVA e Ingresos Brutos para los que viven de salarios.

Si van a reducir drásticamente los subsidios a la energía y el transporte, lo que se traducirá en más aumentos en estos rubros, tendrán que aumentar el “gasto social” para contener el impacto sobre los perjudicados más vulnerables. Tal vez por eso,  en el presupuesto para 2018, el Ministerio de Desarrollo Social contemple un incremento de sus partidas superior al 21% frente a un 16% del resto de la administración nacional (con una inflación proyectada del 15%).

Profesionalismo porque todas estas fórmulas complejas y combinadas, económicas y sociales, durante el tiempo (bastante largo para la impaciencia y cortoplacismo argentinos) que todavía se necesita para transitar esas reformas de fondo que nos vayan acercando al futuro de un país normal, cultural, económica y socialmente viable, requerirán muchísima pericia y “timing”. Ni tecnocracia en estado puro, “ajustando a lo bestia”, ni populismo “berreta” que hipoteque el futuro.

El futuro de un país no paga hipotecas, quienes las pagan son las personas que vivirán en ese futuro.

Un tránsito que, en el marco de la sensibilidad y gradualismo aludidos, pero con la firmeza de no torcer un rumbo necesario e inevitable, tenga la capacidad de resistir el embate de los agentes del caos. Y esto lo digo con beneficio de inventario porque tales agentes podrían estar en ambas márgenes de la “grieta” y la malintencionada polarización.

¨Podría ser la oposición, con mecanismos de creación de desorden (recordémoslo como acepción española del caos) o el mismísimo oficialismo, tentado por el consejo de Eisenhower: “Si un problema no se puede resolver, amplíalo”.

Y violencia no es sólo la expresada en hechos violentos, desorden, vandalismo, enfrentamientos, atentados contra las personas y las cosas que “alteran la paz social”. Este es el formato que más fácilmente reconocemos, pero hay otra violencia mucho más sutil, más silenciosa, que se manifiesta por la falta de trabajo, de un techo digno, del sueldo que no alcanza, del medicamento al que cuesta acceder, del joven recién graduado al que le piden experiencia previa para emplearlo, la ausencia de condiciones sanitarias elementales, la inflación que desespera, las rutas que tienen licencia para matar, la educación que no está preparando para lo que se viene, los parientes o los amigos que la “grieta” nos quitó, y todo otro factor que usted esté pensando que le preocupa o lo angustia.

Primero hay que creer y tener la esperanza que todo esto se va a arreglar, luego se necesita “sentir en carne propia” los resultados.

Los responsables de las decisiones han comenzado por entregar esa esperanza. Ahora falta lo demás.

Más allá de las ideologías, digo rumbo necesario e inevitable porque tenemos que lograr que el futuro sea distinto que el pasado, simplemente porque éste último, a juzgar por los resultados obtenidos, tiene muchos más errores que aciertos.

Así que la población deberá estar muy atenta, para deslindar unos y otros comportamientos que, aunque nadie debería desearlos, pueden suceder. Y la historia está plagada de ejemplos.

Y también creo que sólo un cambio masivo en el pensamiento y actitud de los ciudadanos, por convicción o por hartazgo, será capaz de eliminar la “grieta” que tanto daño nos hace. No me parece que podamos esperarlo de los dirigentes, cualquiera sea la organización donde militan o trabajan porque, hasta acá, han demostrado que son parte del problema y no de la solución.




Conclusiones

La historia de la Argentina nos enseña que hemos cometido muchos errores y vivido muchas crisis. Casi todas han producido “grietas” y dividido a la sociedad (unitarios y federales, radicales y conservadores, peronistas y “gorilas”, kirchneristas y anti kirchneristas).

Si aplicáramos la dialéctica hegeliana (simplificando este complejo sistema filosófico) podríamos pensar que, de cada hipótesis y su antítesis, podría haber surgido una síntesis superadora. Pero nuestra historia nos demuestra que eso no pasó. Las “grietas” se han quedado a vivir por mucho tiempo y las crisis se convirtieron en recurrentes.



La creación de caos no surge por casualidad. Hay que ser conscientes que puede ser una herramienta planificada y utilizada maliciosamente para provocarlo, pero que luego ni sus propios autores pueden dominar sus derivaciones impredecibles.

Desconfiemos de los creadores de “grietas” y promotores del caos, vengan de donde vengan. Y no seamos ingenuos practicando fanatismos que nos han impuesto, adorando “ídolos” mentirosos, ni creyendo que de tal desorden se sale indemne. Razonemos si los “vendedores de miedo” dicen la verdad o nos están embaucando.

Ninguna “grieta”, violenta o silenciosa, puede ser buena para nadie. Sólo una sociedad unida por objetivos comunes, sin miembros enardecidos en contra de sus vecinos, puede producir un futuro con una historia mejor. Aunque, entretanto, haya que trabajar mucho para buscar la equidad.

Y nótese que digo “equidad” y no “igualdad”. Porque la igualdad, en cualquier sociedad, es una utopía imposible e inclusive injusta. En cambio, la equidad en cualquier sistema social es la que entrega a cada quien lo que le corresponde.



Iluminación para quienes tienen que guiarnos en el camino y evolución mental para los que tenemos que transitarlo.