Cuando “la grieta” se torna violenta
En muchos aspectos de la vida actual,
especialmente en los grandes temas como los sociales, políticos, económicos,
debiéramos aprender lo que la historia nos ha enseñado. Somos, en muchas
ocasiones, tan vanidosos, tan torpes, tan ciegos y sordos, que no aprovechamos
esas lecciones y “tropezamos varias veces con la misma piedra”, cual si
fuéramos tontos o cortos de “entendederas” (entendimiento o capacidad de comprensión de una situación).
Si aplicáramos esas enseñanzas del pasado, sobre todo las que
más angustias nos provocaron, podríamos cambiar nuestro futuro.
En cambio, insistiendo en repetir errores,
asumiendo fanatismos irreconciliables, siguiendo a conductores que, más allá de
su forma de pensar (cualquiera sea), utilizan como herramienta el odio, la
descalificación del que piensa distinto, la provocación alentando el
enfrentamiento; nos acercamos peligrosamente al caos.
La matemática del caos
Caos se refiere a lo impredecible. Es un concepto
complejo y, para quienes lo han estudiado, tiene naturaleza matemática. Es una palabra
que deriva del idioma griego (Χάος Kháos o cháos)
y también de la raíz indoeuropea ghn,
o ghen en el protoindoeuropeo. Debido
a las diversas variaciones lingüísticas, el significado de la palabra terminó
desplazándose a la acepción española de desorden.
El dios Caos |
Las enciclopedias la explican de un modo más
complicado todavía: el caos es la complejidad de la supuesta causalidad en la relación entre
fenómenos eventuales sin que se
observe una traza lineal que relacione la
causa con el efecto sino, más bien, un complejo cálculo matemático (usando
integrales y diferenciales) para intentar predecir planteamientos hipotéticos y
aproximar un resultado.
¡Dificilísimo! Dicho en palabras simples, cuando
uno pone en marcha ciertos eventos caóticos puede saber sólo cómo empiezan,
pero no tiene ni idea de cómo van a terminar.
La incapacidad de someter al fenómeno a, absolutamente,
todas las variables que se van generando, hace imposible conocer con exactitud
los acontecimientos futuros. A veces, ni siquiera a aproximarlos.
Como resultado de un sistema caótico obtenemos que
cualquier fenómeno del universo, por insignificante que sea, tiene el poder
potencial de desencadenar una ola de acontecimientos que alteren el sistema
completo.
El ejemplo habitual es el llamado Efecto Mariposa, que plantea que el
aleteo de una mariposa en un rincón del mundo puede desencadenar un tornado en
el otro.
Dicho esto, ya podemos ir aproximando al objeto de
esta nota, cual es tomar conciencia de adonde podemos ir a parar si seguimos alimentando
“grietas” en nuestra vida, en lo privado y en lo público.
Las “grietas” violentas
Henry Ashby Turner, Jr. |
En estos días, el periodista Carlos Pagni ha
abordado este tema del caos y la violencia creciente en nuestro país,
recordando al escritor Henry Ashby
Turner y su libro “A treinta días
del poder”. Detengámonos un momento en esto.
Henry Ashby Turner, Jr. (1932-2008) fue un historiador estadounidense,
especializado en la historia de Alemania y fue profesor en la
Universidad de Yale por más de cuarenta años. Su libro más conocido
fue “German Big Business y The Rise of Hitler” (El gran negocio alemán
y el surgimiento de Hitler) (1985) en el que desafió la teoría común
de que los industriales en Alemania eran los partidarios más
influyentes del Partido Nazi.
En opinión de Turner,
el Tercer Reich fue un
resultado posible, pero no inevitable de la historia alemana, y esto lo
llevó a oponerse a la tesis de Sonderweg. Turner sostuvo que la adquisición de poder por Adolf Hitler estuvo fuertemente influenciada por la contingencia. En su libro de 1996, “Hitler's
Thirty Days To Power” (A 30 días del poder), sostenía que eran las
acciones de algunos individuos, como el presidente alemán Paul von
Hindenburg y los cancilleres Franz von Papen y Kurt von
Schleicher , las que permitieron que Hitler llegara al poder a través de
medios semi-legales. La incompetencia política y la rivalidad personal
entre Papen y Schleicher llevaron finalmente a Hitler a ser nombrado canciller
de Alemania por el presidente Hindenburg el 30 de enero de 1933, sin haber
ganado nunca una mayoría en una elección nacional.
Alemania era una república
cuando Hitler fue nombrado canciller y muchos dan por hecho que fue elegido
democráticamente por una mayoría de ciudadanos alemanes. Sin embargo, no
fue así. Su ascenso al poder fue, con mucho, más complicado y, sobre todo, más
azaroso. El libro realiza un análisis exhaustivo de los espectaculares sucesos de
enero de 1933, el mes crucial tras el que Hitler se convirtió en jefe del gobierno
alemán.
Pero el objeto de esta referencia no es
analizar estos eventos. Los libros citados están disponibles en diversas
editoriales on line. De lo que se
trata es de referenciar, como ejemplo dramático, que su ascenso al poder fue, más bien, el producto de un caos que él perversamente
provocó. Por supuesto que las consecuencias, tal como se dieron, ni
siquiera él mismo pudo prever en toda su dimensión y, mucho menos, sus
opositores.
El caos lo llevó al poder convirtiendo a su gobierno en una
dictadura brutal, con una guerra mundial y millones de muertos. Duró 12 años
(1933-1945).
No se trata de comparar el ascenso de Hitler al poder con la situación política argentina, sino de dar un ejemplo de las derivaciones impredecibles que puede tener la generación de caos, donde se conocen las causas, pero no se pueden prever las consecuencias, donde se sabe adónde empieza, pero no cómo y cuándo termina.
La estrategia, ayudada por las condiciones del entorno (inflación, desempleo, desigualdad social, moneda degradada) fue generar una “grieta” basada en un fundamentalismo nacionalista y acompañarla con una sucesión de hechos violentos provocados por aparatos clandestinos.
Cuando la polarización es producto de la grieta
Las polarizaciones electorales no son ni malas
ni buenas en sí mismas. De hecho se plantean con naturalidad en muchos países
donde prevalece el bipartidismo. En general, aunque también compitan
democráticamente otras expresiones minoritarias, las elecciones suelen
resolverse entre dos grandes partidos que concentran la mayoría del interés de
los ciudadanos votantes.
Pero en nuestro país, en los últimos tiempos,
se ha producido un funcionamiento de este fenómeno, aparentemente simple,
provocado por la instalación de una división perversa del pensamiento político entre
sus ciudadanos y ha alimentado, no una razonable diferencia de ideas y de
planes para gobernar, sino un odio y una descalificación hacia el que piensa
diferente. Se plantea así: los que no piensan y actúan como nosotros no son
adversarios, son enemigos a batir y erradicar.
Esto, resumido en una sola palabra, es la “grieta”.
Ha separado, en la vida cotidiana, no sólo a
militantes partidarios en ocasión de dirimir elecciones, sino lo que es más
terrible, ha separado a familias y a amigos que, por apoyar a un lado o al
otro, entraron en un proceso de distanciamiento muy difícil de curar. Y esto no
tiene perdón.
La polarización no es planteada sólo como una
forma de atraer adherentes hacia una de dos opciones prevalentes, con
propuestas proactivas, sino como una “disyuntiva de hierro” entre dos versiones
profundamente antagónicas y acompañada por una instalación del miedo en los diagnósticos que profetizan: “somos
nosotros o el ajuste salvaje”, “somos nosotros o la vuelta al pasado al que
nadie quiere volver”, “somos nosotros o la Argentina colapsa”, “somos nosotros
o el desempleo y la pobreza”.
Inevitablemente, estas sentencias extremas
generan angustia e incertidumbre en la población y alimenta rebeliones. Algunas
pacíficas y que producen un estrés silencioso en lo personal y familiar con el
consiguiente daño en la calidad de vida; y otras se tornan violentas y
promueven manifestaciones irracionales cargadas de “locura”, vandalismo y daño
indiscriminado a personas y cosas. Esta es la forma más segura de ingresar al
caos.
Porque en medio de reclamos que podrían
calificarse de justos, siempre aparecen los inescrupulosos que generan el caos
premeditadamente, como ejecutores de las directivas de un autor intelectual o,
simplemente, como una masa caótica de energúmenos a los que nada le importa.
Es una “guerra de facciones” que sólo piensa en cómo “destruir
al enemigo”.
El problema es que, según las definiciones de
caos mencionadas más arriba, cuando se genera caos y violencia para conseguir
espurios fines, los protagonistas saben cómo iniciarlos, cómo llevarlos
adelante, pero no tienen idea que el conjunto de eventualidades que ponen en
marcha derivará en consecuencias impredecibles, la mayoría fuera del control
del autor de las causas.
La tarea que viene requiere mucha sensibilidad y profesionalismo
De todos modos, a esta altura me viene a la
mente un viejo proverbio chino que puede parecer una paradoja, pero que esconde una
verdad casi inconmovible. Y que dice:
“Cuanto más grande es el caos, más cerca está la solución”.
“Si un
problema no tiene solución, agrándalo”, decía Eisenhower; o “Logra la liberación a través
de los trastornos”, aseguraba un viejo maestro. Para Einstein “la necesidad y el hambre son los motores
de cambio de la humanidad”. Muchas veces lo mejor que nos puede pasar es
aquello que jamás hubiésemos deseado que nos ocurriese porque es entonces, a partir
de ese momento, cuando se puede iniciar el cambio en serio, rompiendo los
estigmas y paradigmas del pasado e ingresando a un futuro con pautas
completamente diferentes.
Aunque suene duro decirlo, habitualmente el hombre sólo cambia cuando todo tiembla a su alrededor. De otro modo es capaz de postergar sus decisiones y seguir en una sensación de insatisfacción permanente (controlada o no) para evitar dar un golpe de timón a su vida.
Sólo cuando las circunstancias nos ponen en situaciones límite solemos
hacer aquello que deberíamos haber hecho cuando las aguas estaban calmadas.
La Argentina está próxima a enfrentar estos cambios
de fondo y que no hay que asumirlos solamente como el plan e intención de un
partido político, sino como la oportunidad de ser un país diferente, con nuevos
planes, nuevas estrategias, nuevas viabilidades, que nos alejen definitivamente
del populismo y que hagan más previsible, como país normal, las expectativas y
esperanzas sobre el futuro. Especialmente, para las futuras generaciones y,
dentro de ellas, las que surjan exentas de los prejuicios y errores del pasado
que se repitieron hasta el cansancio.
Antes que “salga el sol”, todavía tenemos que
transitar caminos complicados que llevarán un buen tiempo. Se vienen reformas
necesarias en lo impositivo y laboral, cambios en la justicia y sus códigos, drásticos
cambios en la educación en formato y contenidos que den formación para los
empleos del futuro y, sobre todo, un cambio “cultural” en la población que
modifique conductas y comportamientos “viciados” y que fueron gestados por años
de frustración y decepciones.
Para lograr estos objetivos hace
falta mucha sensibilidad y profesionalismo.
Sensibilidad para que
las reformas impacten a cada integrante de la sociedad según su condición. Para
sacar a muchos de la pobreza, con recursos que todavía no alcanzan, no hay más
remedio que modificar con justicia la distribución de la riqueza.
Por ejemplo, si me dan a elegir (aunque no me guste
ninguna de las dos alternativas) prefiero aumentos en la nafta premium para
autos de alta gama y no aumentos en el transporte público; o más impuesto a las
ganancias y bienes personales para los que más ganan y tienen, y menos IVA e
Ingresos Brutos para los que viven de salarios.
Si van a reducir drásticamente los subsidios a la
energía y el transporte, lo que se traducirá en más aumentos en estos rubros,
tendrán que aumentar el “gasto social” para contener el impacto sobre los
perjudicados más vulnerables. Tal vez por eso,
en el presupuesto para 2018, el Ministerio de Desarrollo Social
contemple un incremento de sus partidas superior al 21% frente a un 16% del
resto de la administración nacional (con una inflación proyectada del 15%).
Profesionalismo porque
todas estas fórmulas complejas y combinadas, económicas y sociales, durante el
tiempo (bastante largo para la impaciencia y cortoplacismo argentinos) que
todavía se necesita para transitar esas reformas de fondo que nos vayan
acercando al futuro de un país normal, cultural, económica y socialmente
viable, requerirán muchísima pericia y “timing”. Ni tecnocracia en estado puro,
“ajustando a lo bestia”, ni populismo “berreta” que hipoteque el futuro.
El futuro de un país no paga hipotecas, quienes las pagan son
las personas que vivirán en ese futuro.
Un tránsito que, en el marco de la
sensibilidad y gradualismo aludidos, pero con la firmeza de no torcer un rumbo
necesario e inevitable, tenga la capacidad de resistir el embate de los agentes
del caos. Y esto lo digo con beneficio de inventario porque tales agentes podrían estar en ambas
márgenes de la “grieta” y la malintencionada polarización.
¨Podría ser la oposición, con mecanismos de
creación de desorden (recordémoslo como acepción española del caos) o el
mismísimo oficialismo, tentado por el consejo de Eisenhower: “Si un problema no se puede resolver, amplíalo”.
Y violencia no es sólo la expresada en hechos
violentos, desorden, vandalismo, enfrentamientos, atentados contra las personas
y las cosas que “alteran la paz social”. Este es el formato que más fácilmente
reconocemos, pero hay otra violencia mucho más sutil, más silenciosa, que se
manifiesta por la falta de trabajo, de un techo digno, del sueldo que no
alcanza, del medicamento al que cuesta acceder, del joven recién graduado al
que le piden experiencia previa para emplearlo, la ausencia de condiciones
sanitarias elementales, la inflación que desespera, las rutas que tienen
licencia para matar, la educación que no está preparando para lo que se viene, los
parientes o los amigos que la “grieta” nos quitó, y todo otro factor que usted
esté pensando que le preocupa o lo angustia.
Primero hay que creer y tener la esperanza que todo
esto se va a arreglar, luego se necesita “sentir en carne propia” los resultados.
Los responsables de las decisiones han comenzado por entregar esa esperanza.
Ahora falta lo demás.
Más allá de las ideologías, digo rumbo necesario e
inevitable porque tenemos que lograr que el futuro sea distinto que el
pasado, simplemente porque éste último, a juzgar por los resultados
obtenidos, tiene muchos más errores que aciertos.
Así que la población deberá estar muy atenta, para
deslindar unos y otros comportamientos que, aunque nadie debería desearlos, pueden
suceder. Y la historia está plagada de ejemplos.
Y también creo que sólo un cambio masivo en
el pensamiento y actitud de los ciudadanos, por convicción o por hartazgo, será
capaz de eliminar la “grieta” que tanto daño nos hace. No me parece que podamos
esperarlo de los dirigentes, cualquiera sea la organización donde militan o
trabajan porque, hasta acá, han demostrado que son parte del problema y no de
la solución.
Conclusiones
La historia de la Argentina nos enseña que
hemos cometido muchos errores y vivido muchas crisis. Casi todas han producido “grietas”
y dividido a la sociedad (unitarios y federales, radicales y conservadores,
peronistas y “gorilas”, kirchneristas y anti kirchneristas).
Si aplicáramos la dialéctica hegeliana
(simplificando este complejo sistema filosófico) podríamos pensar que, de cada
hipótesis y su antítesis, podría haber surgido una síntesis superadora. Pero
nuestra historia nos demuestra que eso no pasó. Las “grietas” se han quedado a
vivir por mucho tiempo y las crisis se convirtieron en recurrentes.
La creación de caos no surge por casualidad.
Hay que ser conscientes que puede ser una herramienta planificada y utilizada maliciosamente
para provocarlo, pero que luego ni sus propios autores pueden dominar sus
derivaciones impredecibles.
Desconfiemos de los creadores de “grietas” y promotores
del caos, vengan de donde vengan. Y no seamos ingenuos practicando fanatismos que
nos han impuesto, adorando “ídolos” mentirosos, ni creyendo que de tal desorden
se sale indemne. Razonemos si los “vendedores de miedo” dicen la verdad o nos
están embaucando.
Ninguna “grieta”, violenta o silenciosa,
puede ser buena para nadie. Sólo una sociedad unida por objetivos comunes, sin
miembros enardecidos en contra de sus vecinos, puede producir un futuro con una
historia mejor. Aunque, entretanto, haya que trabajar mucho para buscar la
equidad.
Y nótese que digo “equidad” y no “igualdad”. Porque
la igualdad, en cualquier sociedad, es una utopía imposible e inclusive
injusta. En cambio, la equidad en cualquier sistema social es la que entrega a
cada quien lo que le corresponde.
Iluminación
para quienes tienen que guiarnos en el camino y evolución mental para los que
tenemos que transitarlo.
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