Los ganadores no juegan a la perinola
La palabra “progreso” utilizada en el título
está conscientemente elegida en su sentido etimológico, filosófico y
sociológico: es un concepto que indica la existencia de un sentido de mejora en la
condición humana. Su contrario es la regresión.
Pienso que los instrumentos
de la democracia y, en especial, sus procesos electorales, deben tener esta
búsqueda como uno sus principales objetivos. Cualquier otra meta de menor jerarquía
y, en particular, las más mezquinas y personalistas, deberían ser percibidas por la población a la hora de votar y
castigarlas en consecuencia.
Todos
los portales de noticias, por estos días, analizan, o justifican, o critican la
decisión (que atribuyen a Macri) de intentar “polarizar” la elección con una
Cristina “vivita y coleando”, con indiferencia a todas las causas judiciales
abiertas en su contra que, con una “justicia” sorprendentemente lenta, al menos
permitió que la ex presidente pudiera presentarse como candidata.
Ni
que hablar de Carlos Menem que, con condena firme de inhabilitación por 14 años
para ejercer cargos públicos, confirmada por Casación, igual podrá ser
candidato y, posiblemente, reelecto senador de la Nación.
Y a
mí, que me gusta usar los dichos populares: “la culpa no es del chancho sino
del que le da de comer”.
Por
el otro lado, y a la vez, está la economía, con un arranque débil y tardío, la
caída de las ventas en muchos rubros del sector comercial, la inflación que,
inexorable, orada el poder adquisitivo de los salarios, el aumento brutal de
las tarifas y las inversiones que no se producen, para generar el empleo que
tanto hace falta.
Y no
me olvido de una presión tributaria asfixiante que impone una urgente
transformación que revolucione la forma de cobrar impuestos en la Argentina. Y
no digo una reforma tibia con tímidas correcciones, hablo de una reforma
revolucionaria que, por empezar, elimine todos los impuestos regresivos
(ingresos brutos, impuesto a los débitos y créditos bancarios, etc.) que son
absolutamente lo contrario a la equidad tributaria.
Hace falta una reforma tributaria revolucionaria que elimine
todos los impuestos regresivos.
Interesante
y lúcido es el análisis que hace Jorge Fontevecchia, CEO de Editorial Perfil,
en su nota “¿No vendrán inversiones por culpa de Cristina?”, donde pronostica que
por esta estrategia (dice que fundamentalmente alentada por el gobierno) se
retrasarán las inversiones “desensillando hasta que aclare”, al menos hasta
después de las elecciones y, posiblemente (según sus resultados) hasta después
del 2019. Según el autor, esperando para ver si el país tiene chances de volver
al “populismo” o no.
Sólo
por razones semánticas yo cambiaría el verbo “vendrán” por “habrá”, porque el
“vendrán” sólo induce a pensar que se trata de la llegada de la inversión
extranjera, dejando afuera a la inversión de argentinos (los más miedosos y
reticentes entre los que tienen la capacidad de invertir).
Y esto está directamente
relacionado con mi nota de octubre del año pasado “Para crecer hay que poner mucha plata. La “cantidad” bien entendida empieza por casa”,
donde hablando de la competitividad de nuestro país a la hora de atraer
inversiones, hacía las siguientes preguntas “¿están
los argentinos interesados en invertir en Argentina? ¿son iniciadores a riesgo
del proceso de inversión o se quedan esperando garantías?”.
Allí también analicé, en detalle, las enormes posibilidades
que ofrece la Argentina en cada uno de los grandes sectores de la economía
(sector público en infraestructura y obra pública, petróleo y gas, minería,
industria, agricultura, construcción, alimentos y bebidas).
Y, desde esos números,
remataba con otras tres preguntas: “¿cuánto
invertirán los argentinos en su propio país?, ¿lo
harán algunos, blanqueo o no mediante, con parte de las gigantescas sumas que
mantienen en el exterior? ¿o se quedarán de nuevo “sentados” a esperar que
vengan primero los extranjeros a marcar el rumbo?”.
El capital es miedoso y sólo piensa en sí mismo
A ese
miedo podemos sumarle la cobardía. Esto no es ni bueno ni malo, simplemente es
así. Y no es cuestión de “rasgarse las vestiduras” imputándole que carece de
sentido solidario. El capital es impersonal (aunque detrás de su manejo haya
personas) y sólo piensa en su propia rentabilidad, su seguridad jurídica y el
mejor ambiente favorable del que pueda disfrutar. Cualquier otra demanda que se
le haga al capital (extranjero o criollo) es pura utopía.
El gobierno tiene la obligación de crear,
orientar y establecer las condiciones para la inversión, que sean seguras
jurídicamente y duraderas, pero el capital privado es el que tiene que
“jugarse” desde el principio. Y no permanecer “agazapado” viendo cómo le va al
otro primero y después reaccionar.
Soy reiterativo, pero los argumentos están
recontra vigentes. La gente mira lo que le pasa a la gente. Los datos del
crecimiento, los porcentajes del PBI y otros datos de la macroeconomía son
importantes porque son las grandes formas de medir lo que pasa, pero para el
común de los argentinos es información poco entendible y con números que
sobrepasan a la comprensión práctica personal.
La gente mira si tiene empleo, si la familia o sus
hijos consiguen empleo, si se puede vivir un poco mejor, si la plata alcanza,
si la educación vale la pena, si se tiene mejor calidad de vida.
La riqueza que se
genera en un país tiene que servir para que circule más riqueza para su gente.
Y esta es la gran lucha para vencer a la pobreza.
Tanto nos ha castigado el mal ejemplo, desde arriba
y desde abajo, que somos “sospecheros” para todo (vulgarismo para el que
sospecha de lo que venga). Como dice el dicho: “el que las tiene hechas, tiene
las sospechas”.
Si
alguien gana bien nos preguntamos en qué “curro” andará; si alguien es exitoso,
con quién se habrá acomodado; si se cierra una concesión o una adjudicación, a
quién habrá sobornado. Estas cosas las vemos nosotros, a veces acertando
y a veces equivocándonos, pero también se ven desde afuera.
Y esto vale
fundamentalmente para los más jóvenes que se están preparando para el futuro.
Tendrá que venir una generación de exitosos honestos que ganen mucha plata a
fuerza de talento, ingenio y capacidad (sin otro recurso escondido).
La economía y el voto
Los grandes datos de la economía macro, aunque sean
alicientes, no “mueven el amperímetro” de la gente si los efectos no los puede
sentir en su vida cotidiana. La gente lo mira en el día a día en su economía
“de bolsillo”. Y por eso vota con el bolsillo.
Y entonces se dan estas cosas, completamente incomprensibles
desde la lógica de los valores, que indican que mucha gente puede “hacer la
vista gorda” o ser indiferentes ante las evidencias de corrupción, con tal que
el “modelo” económico que lo afecta le mejore el bolsillo y pueda vivir un poco
mejor.
Inclusive la gente parece indiferente (o no le
interesa) a calcular cuál es el impacto de una política populista y
distribucionista (de recursos que no existen) en las generaciones futuras, aun
cuando dentro de ellas estén sus propios hijos o nietos.
Lamentablemente, hemos alimentado a una sociedad
enferma, por el mal ejemplo o por propia degradación, haciendo crecer la
decadencia de su propia moralidad. Hemos cultivado una cultura transgresora,
desde la simpleza de “colarse” en una fila hasta una actitud distante ante
flagrantes hechos de corrupción de todo tipo, como si se pensara que eso no nos
afecta directamente.
“Pero
en el Gobierno igual hay preocupación: saben que la mejora aún no es percibida
por una amplia mayoría.
La causa es básicamente que el consumo no termina de repuntar. Mientras que la mayoría
de los indicadores ya muestra variaciones positivas en relación al año pasado,
el consumo sigue sin hacer pie. La inflación del año pasado y la acumulada este
año todavía supera el aumento de los salarios. Los ajustes de tarifas y en alimentos
resultan una carga demasiado pesada para la mayoría de las familias, a
las que les resulta cada vez más difícil llegar a fin de mes.
En julio se espera un repunte preocupante, porque
todo indica que la inflación volvería al 2% (combustibles 7% arriba y dólar
acercándose o superando los $ 17).
Pero
al final del día aparece el déficit fiscal
como el gran responsable. Reducir ese rojo fiscal será el gran desafío del
Gobierno de cara al 2018 y el gran dato que estarán mirando los inversores para
renovar su apuesta por el país”.
Así
lo anticipaba en agosto y setiembre del año pasado en el blog en las notas “El vaso medio vacío o medio lleno” y en “Dos más dos son cuatro (y la matemática no es una opinión)”.
Y aquí el gobierno, responsable del manejo de la
economía, enfrenta una disyuntiva tremenda convertida en un círculo vicioso
compuesto por necesidades que tiran en sentido contrario.
Si ataca frontalmente el déficit fiscal, reduciendo
drásticamente el gasto público (básicamente subsidios), y tomando menos deuda
externa o emitiendo menos, dejaría más gente afuera en un país en el que hoy
tenemos demasiada gente afuera. Continuaría deprimido el consumo por falta de
suficientes recursos y la inflación, tal vez, descendería un poco, pero por la
peor de las razones: la baja del consumo o caída de la demanda.
Si sigue así, sosteniendo un gasto público
creciente, con aumento del déficit fiscal, para paliar apenas un poco la
situación social, la inflación no se detendrá, el salario real seguirá cayendo
y las mejoras deseadas en el mediano y largo plazo seguirán sin ser percibidas
por la población.
Claro que de esto se sale con inversión que genere
mayor producción y empleo, pero esto es más fácil decirlo que hacerlo. Por eso
el gobierno apela, más allá de las mejoras institucionales y transparencia, al
“estamos en el buen camino”, pero llevará algún tiempo.
También creo que a la población le gustaría ver que
los más beneficiados en este proceso contribuyan un poco más a mejorar la
situación general. Hay sectores, como el campo, las automotrices y la banca, a
los que les ha ido muy bien en estos últimos tiempos, pero tampoco se percibe
si hay “derrame” de esa mejor renta.
Antes, en ciudades como Bahía Blanca y durante
mucho tiempo, se decía que “cuando al campo le iba bien, nos iba bien a todos”
porque el productor agropecuario invertía o gastaba en la ciudad. Ahora, no se
nota que esta sentencia se cumpla, o se nota mucho menos.
El problema es que los ganadores no juegan a la
perinola (1) asumiendo que, al
girarla, les puede tocar “Pon 1”, “Pon 2” o “Todos ponen”. Salvo que todas las
caras digan “Toma todo”. Creo en la iniciativa privada y en el respeto al
capital de riesgo, pero también creo en un estado mediador que corrija las
inequidades y sea un buen árbitro en la distribución de la renta.
Conclusiones
El capital internacional con sus “brotes verdes”
tardará en venir porque es cobarde y desconfiado, aunque nos reciba, nos visite
y nos traten con la mejor cordialidad protocolar, nos regale la mejor sonrisa y
nos felicite por lo que estamos haciendo. Igual se tomarán su tiempo para
analizar los resultados.
Los inversores argentinos, más miedosos todavía
(“el que se quemó con leche ve una vaca y llora”), se los ve últimos en la fila
a la hora de sacar turno para invertir y dar empleo.
Si las inversiones no se concretan, o se retrasan,
por la presencia o no de una señora candidata (por más influyente que sea o
haya sido), ¿por qué nos jactamos de ser un país con mucha gente inteligente y
de tener la mayor proporción de talentos de América Latina?
Vivimos demasiado pendientes de elecciones y los
que trabajan de candidatos “trabajan” demasiado tiempo pensando en sus
candidaturas o sus reelecciones. Y dedican poco tiempo a trabajar en la tarea
por la que le pagan, o a estudiar y aprender lo que no saben o saben poco.
Y, como en los últimos setenta años al menos, los dilemas electorales
nos retardan el progreso.
El dilema electoral es aquí y ahora. Si los
ciudadanos votan “con el bolsillo”, lo único que puede favorecer al gobierno es
un acto de fe. Aunque no tengan ninguna evidencia que los otros competidores
sepan cómo hacerlo mejor.
Porque, aunque se instale crudamente que el gran
problema es la “herencia recibida”, el que vota con el bolsillo sólo sopesará
si estaba mejor antes o ahora.
Lamentable forma de pensar que reniega del futuro
(el nuestro o el de los que nos seguirán), pero inevitable. Somos así.
Quisiera concluir, de un modo optimista, que todo
esto se puede corregir, que vendrá una nueva generación que no repetirá estos
defectos, que abandonaremos nuestra conducta pendular y cortoplacista, que
todos, pero todos, podemos ser mejores personas y mejores ciudadanos, que
cundirá el ejemplo desde arriba para que lo imitemos los de abajo. En
definitiva, que tendremos un mejor país, con gente que viva mejor.
Entre otras cosas, un pedido: gobierno, dirigentes
y justicia “pongan un poco más de huevos” (sic).
Dicen que Albert Einstein decía (al menos la frase
se le atribuye): “No se pueden obtener resultados diferentes haciendo siempre
lo mismo”. Pues pareciera que los argentinos (por no saber o no poder) disfrutáramos
de hacer siempre lo mismo.
Por eso, para que esto ocurra, para obtener
resultados diferentes, tenemos que dejar de ser así, para ser y hacer
diferente.
Al menos, pensando en las próximas generaciones.
(1)
Pirinola, también llamado pirindola o perinola,
es un trompo de material duro que tiene en sus contornos
distintas escrituras, que al hacerla girar y al detenerse deja una cara con la
inscripción de la suerte por lo que se utiliza para jugar y
hacer apuestas. Un mito indica que la perinola tiene origen judío, sin
embargo, en documentos y figuras romanas, se distinguen algunas perinolas entre
los miembros del ejército romano de la antigua Roma.
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