lunes, 21 de noviembre de 2016

No es oro todo lo que reluce

Los Tratados de Libre Comercio (TLC)

Un mecanismo promisorio o peligroso según se lo maneje

Los que me vienen leyendo con habitualidad saben que soy bastante adicto a titular mis notas con dichos populares que creo se “adaptan como anillo al dedo” a algunos temas que elijo tratar o proponer a los seguidores del blog.

En este caso digo que “no es oro todo lo que reluce” porque, en esta vida, y en muchos asuntos, hay que tener mucho cuidado con las apariencias. Las cosas no siempre son lo que parecen, sino que hay que investigar un poco para llegar a averiguar cómo son realmente.

Esta expresión española quiere decir que, aunque a primera vista algo parece ser bueno, a lo mejor o a lo peor no lo es. Al menos hay que mirarlo bien de cerca, investigarlo, para ver si realmente sus ventajas superan a las que no lo son.

Definiciones y Objetivos

Un Tratado de Libre Comercio (TLC) es un acuerdo comercial vinculante, que suscriben dos o más países, para acordar la concesión de preferencias arancelarias mutuas y la reducción de barreras no arancelarias al comercio de bienes y servicios.

Es un acuerdo regional o bilateral para ampliar el mercado de bienes y servicios entre los países participantes de los diferentes continentes o básicamente en todo el mundo. Eso consiste en la eliminación o rebaja sustancial de los aranceles para los bienes entre las partes, y acuerdos en materia de servicios. Este acuerdo se rige por las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) o por mutuo acuerdo entre los países.

Un TLC no necesariamente lleva una integración económica, social y política regional, como es el caso de la Unión Europea, la Comunidad Andina, el Mercosur y la Comunidad Sudamericana de Naciones. Si bien estos se crearon para fomentar el intercambio comercial, también incluyeron cláusulas de política fiscal y presupuestaria, así como del movimiento de personas y organismos políticos comunes. Estos elementos suelen estar ausentes en un TLC.

Históricamente el primer TLC fue el Tratado franco-británico de libre comercio (o Tratado de Cobden-Chevalier) firmado en 1860 y que introduce también la cláusula de nación más favorecida.
Los principales objetivos de un TLC son:
  • Eliminar barreras que afecten o mermen el comercio entre las zonas que firman el tratado.
  • Promover las condiciones para una competencia justa.
  • Incrementar las oportunidades de inversión.
  • Proporcionar una protección adecuada a los derechos de propiedad intelectual.
  • Establecer procesos efectivos para la estimulación de la producción nacional y la sana competencia.
  • Fomentar la cooperación entre países miembros.
  • Ofrecer una solución a controversias.

Los tratados de libre comercio son importantes para acabar con el proteccionismo económico (que protege la producción nacional), pues se constituyen en un medio eficaz para garantizar el acceso de productos a los mercados externos, de una forma más fácil y sin barreras.

Formalmente, el TLC se propone la ampliación de mercado de los participantes mediante la eliminación de los derechos arancelarios y cargas que afecten las exportaciones e importaciones. En igual sentido busca la eliminación de las barreras no arancelarias, la liberalización en materia comercial y de subsidios a las exportaciones agrícolas, la reestructuración de las reglas y procedimientos aduaneros para agilizar el paso de las mercancías y unificar las normas fitosanitarias y de otra índole.

La globalización jaqueada y llevada a juicio

Los TLC han sido una de las herramientas sustanciales del proceso llamado “globalización”. Hace unos cuantos años que han proliferado en todo el mundo y han provocado fuertes corrimientos de las localizaciones industriales, desplazamientos tremendos de la mano de obra de los países y generado una nueva lógica en el comercio internacional.


Han producido buenos desarrollos en los flujos comerciales internacionales, generando divisas para los países usuarios de estos tratados, pero también ha  producido un enorme costo en materia laboral y social.

En América Latina, tal vez los países más emblemáticos en la aplicación de TLC son México y Chile.

En estos últimos tiempos, hay un crecimiento de la oleada antiglobalización. Trataré de analizar algunos casos que muestran esta tendencia, como son los del Brexit, las manifestaciones en los países de la Unión Europea, el giro de Australia, y las perspectivas ante la llegada de Donald Trump al gobierno estadounidense. En particular, veremos el caso de Argentina.

Hace unos pocos días, la Revista Mercado y otros medios daban cuenta que más de 100.000 personas se manifestarían en 7 grandes ciudades alemanas. No es contra los refugiados esta vez. Es en abierto rechazo a más globalización y más tratados de libre comercio como el que Europa negocia con EEUU y Canadá.

El eje de la protesta pone en la mira a pactos que son aplicados por autoridades supranacionales (como Bruselas en el caso europeo), que permiten cuestionar las actividades regulatorias de los gobiernos nacionales que tratan de poner en caja el enorme poder de las empresas multinacionales.

Es parte de un creciente sentimiento anti globalización que hace disminuir el porcentaje de los que están a favor de acuerdos de libre comercio en Alemania y el viejo continente. Antes de estas protestas, el ministro de Economía alemán, Sigmar Gabriel, había dicho que el proyecto de acuerdo estaba muerto gracias al desinterés estadounidense. En términos similares se pronunció el ministro de Comercio Exterior de Francia, Matthias Fekl.

Del otro lado del Atlántico está la negación total de estos acuerdos por parte de Donald Trump. Hasta la misma Hillary Clinton, siendo todavía candidata y tras ver la contundencia de los sondeos, dijo que no propiciaría (cambió de idea) el tratado Transpacífico (TPP) que impulsa Barack Obama.

Inmediatamente después del voto negativo británico a seguir integrando la Unión europea (bautizado Brexit), esta explicación se puso de moda: “el resultado hay que verlo como lo que pasa en viejos países industrializados donde disminuyen los asalariados, crece el impacto de la tecnología y aumenta el porcentaje de personas mayores sin buenos ingresos”. Esta comprobación debería impulsar un plan de reformas al capitalismo que logre una economía que crezca de modo sostenible.

Mientras tanto el incesante avance tecnológico ha continuado desplazando y transformando empleos.

La globalización trasladó las industrias del centro a la periferia, buscando menores costos; y debilitó los mecanismos estatales para gestionar las consecuencias sociales de los nuevos procesos económicos.

No sólo hubo una enorme transferencia de industrias buscando trabajadores baratos, desde los países ricos a los más pobres. También ocurrió lo mismo en el interior de cada país rico. Y esta es una buena explicación para entender la reacción de los votantes británicos a la hora de seguir o no en la Unión Europea.

En esta interpretación, las organizaciones supranacionales debilitaron la noción del Estado Nación, pero también lo hicieron las fuerzas internas con movimientos autonómicos, como Escocia en Gran Bretaña o Cataluña en España.

Lo que ahora se advierte con claridad es que mucha gente no está de acuerdo con la globalización porque no percibe su utilidad o conveniencia en su vida cotidiana.

Están asustados por lo que advierten como un cúmulo de amenazas, y sobre todo, están enojados. Lo que se nota a la hora de votar, con resultados que pueden resultar razonables o no para algunos analistas.

Argentina y los TLC

Cuando nosotros nos queremos abrir, los demás se quieren cerrar. El gobierno anterior, durante más de una década, renegó de los TLC, y buscó apoyarse sólo en los compromisos derivados del Mercosur e, inclusive, avanzó en otra organización denominada Unasur. No pasó nada, salvo el comercio interdependiente con Brasil.

Pero ni tuvimos la oportunidad de probar. Es como que siempre llegamos tarde a tomar el tren que va para adónde va el mundo. ¿Visionarios o casualidad? ¿Se acuerdan cuando importábamos la reforma educativa española al tiempo que España estaba a punto de abandonarla porque había fracasado?

El especialista Leandro Morgenfeld escribió, recientemente para BAE Negocios, lo siguiente:

“Desde que asumió, Macri planteó un giro en la política exterior y en la inserción económica internacional de la Argentina, cuyos objetivos explícitos son la atracción de capitales, la toma de préstamos y la apertura de nuevos mercados para los exportadores.
Desde su concepción liberal, la vía para dar seguridad jurídica a los inversores externos es firmar Tratados de Libre Comercio (TLC). Así, en la primera semana del segundo semestre, viajó a Chile a participar por primera vez de la cumbre presidencial de la Alianza del Pacífico, donde insistió en que el Mercosur estaba congelado y debía sellar un tratado comercial con ese bloque; luego voló a Francia, Bélgica y Alemania, para relanzar las negociaciones de un “acuerdo de asociación” con la Unión Europea; y culminó su periplo en Estados Unidos, para reunirse con los CEOs de empresas de telecomunicaciones y servicios. “Argentina volvió al mundo”, declaró el miércoles en Berlín, eufórico ante empresarios teutones.

El gobierno decidió impulsar las negociaciones comerciales en tres direcciones: intentar sellar un acuerdo Mercosur-Unión Europea, que debe sortear varios obstáculos, como la resistencia de Francia y Alemania a eliminar subsidios agrícolas; procurar un tratado de libre comercio con Estados Unidos (en ocasión de la visita de Obama en marzo se firmaron algunos acuerdos, pero todavía no se eliminaron siquiera las barreras sanitarias que hace años limitan la entrada de carnes y limones al mercado estadounidense); y avanzar en una convergencia con la Alianza del Pacífico, como primer paso para sumarse en un futuro al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica conocido como TPP.

Hace poco más de una década, en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata y en el marco de una masiva movilización popular, se rechazó el proyecto hegemónico estadounidense del ALCA. Desde ese momento, Washington optó entonces por firmar TLC bilaterales con algunos países, para sostener los intereses de sus grandes empresas e intentar contener el avance económico chino.

Hoy en día, Estados Unidos avanza con tres iniciativas: además del mencionado TPP, impulsa el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) y otro sobre servicios (TISA), cuyos borradores se conocieron gracias a las filtraciones de Wikileaks.

El TPP, el TTIP y el TISA

El TPP, firmado en febrero por 12 países, tiene como uno de sus objetivos geoestratégicos limitar la creciente presencia del gigante asiático en la región. Macri propone un realineamiento con Estados Unidos y apuesta a la apertura económica vía firma de TLC, siguiendo el modelo chileno.

No casualmente la canciller Susana Malcorra declaró que el ALCA no era más una mala palabra para la Argentina. La diferencia es que Chile es un país con un nivel de industrialización muy bajo, a diferencia de Brasil o Argentina, en los que la apertura comercial indiscriminada redundaría en una caída de la producción manufacturera.

Dada la amenaza que implican los TLC, en distintos países del continente, como ocurrió hace más de una década con el ALCA, se están organizando iniciativas contra el TPP.

En Argentina, en mayo, se reunió por primera vez la Asamblea “Argentina Mejor sin TLC”, que reúne a organizaciones sindicales, sociales, políticas y de derechos humanos, en cuya declaración se explica por qué este tipo de acuerdos son perjudiciales: “Después de veinte años de firma masiva de TLC en la región, sabemos que estos tratados no son meros acuerdos sobre aranceles, ya que incluyen además temáticas sensibles como la propiedad intelectual (patentes de medicamentos, semillas, software, etc.), los servicios (donde quedan incluidos salud y educación), las compras públicas, las telecomunicaciones, la agricultura, las inversiones y también las cláusulas que otorgan la posibilidad a los inversores extranjeros de demandar al país en centros arbitrales internacionales como el CIADI”.

Los TLC le otorgan enormes beneficios a los capitales más concentrados, en detrimento de los derechos de los trabajadores. Limitan, además, la facultad de los Estados de establecer regulaciones medioambientales. Refuerzan la capacidad de las multinacionales de los países centrales para cobrar marcas y patentes, en detrimento de la producción de medicamentos genéricos por parte del sector público. La firma de este tipo de acuerdos tiene efectos nocivos en el mediano y largo plazo, muy difíciles de revertir una vez que entraron en vigencia.

El TTIP es la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI), conocido en lengua inglesa como Transatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP) o Transatlantic Free Trade Area (TAFTA) o Área de Libre Comercio Trasatlántico.

Es una propuesta de tratado de libre comercio (TLC) entre la Unión Europea y Estados Unidos. Actualmente se encuentra en negociaciones. Sus defensores argumentan que el acuerdo sería beneficioso para el crecimiento económico de las naciones que lo integrarían, aumentaría sobremanera la libertad económica y fomentaría la creación de empleo. Sin embargo, sus críticos argumentan que éstas se producirían a costa del aumento del poder de las grandes empresas y desregularía los mercados, rebajando los niveles de protección social y medioambiental de forma drástica. 

El TISA es un  Acuerdo en comercio de servicios (en inglés Trade in Services AgreementTISA). Es un tratado internacional en el que entran 23 países, incluyendo los que pertenecen a la Unión Europea y EE.UU.

El acuerdo promueve la liberalización a escala global del comercio de servicios como la banca o el transporte. Han emergido críticas sobre el secreto de este acuerdo tras la información clasificada sacada a la luz por Wikileaks en junio de 2014 sobre un borrador del mes de abril del mismo año

Son 15 países de nivel de ingresos medios altos (la UE es tratada como un solo país): Australia, Canadá, Chile, Taipei, Unión Europea, Hong Kong, Islandia, Israel, Japón, Liechtenstein, Nueva Zelanda, Noruega, Corea del Sur, Suiza, Estados Unidos.
Se suman 6 países de nivel de ingresos medio: Colombia, Costa Rica, México, Panamá, Perú, Turquía.
Y dos países de nivel de ingresos bajo: Pakistán, Paraguay.

La llegada de Donald Trump al poder, quien se manifestó claramente en contra del TPP, el NAFTA y otros acuerdos, puede romper estos proyectos y es allí donde está concentrada la atención.





Los tratados de libre comercio quiebran la soberanía de los Estados

Juan Hernández Zubizarreta
Esta es la opinión del especialista en derecho internacional Juan Hernández Zubizarreta y la expresó en una entrevista que le realizó la CLATE, que es la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadores Estatales.

Explicó que los nuevos tratados de libre comercio (TLC) llevan a una “privatización de la justicia y del poder legislativo” y señaló que los sindicatos deben defender la primacía de los derechos humanos y de los convenios de la OIT sobre las normas de comercio e inversión.

En su análisis, previo a las elecciones norteamericanas, puede estar parte de la explicación de sus resultados y el triunfo de Trump.

Preguntado sobre si se puede considerar a los TLC como una amenaza para los trabajadores, contestó que sí. “Esto ya se ha hecho realidad en el caso del tratado del NAFTA entre EE.UU., México y Canadá. Allí los resultados y los impactos han sido demoledores para el pueblo de México, pero también para muchos sectores de la clase trabajadora en el área de la manufactura tanto en EE.UU. como en Canadá. La lógica de estos tratados es la acumulación a favor de las grandes corporaciones trasnacionales con complicidades de los gobiernos. Esto lo que provoca son daños muy fuertes en lo que hace a derechos sociales, ambientales y culturales de los pueblos”.

Se le preguntó si se está creando una arquitectura jurídica internacional al servicio de las transnacionales, y contestó:

“Yo lo suelo denominar “la arquitectura jurídica de la impunidad”. Con esto me refiero a una gran cadena de dominación que posee distintos eslabones. Uno de ellos lo constituyen los tratados de comercio e inversiones. Otro eslabón hace referencia a las políticas del Fondo Monetario, del Banco Mundial y de los bancos regionales. Y otro eslabón está en la propia lógica privatizadora de la Organización Mundial del Comercio y de los tribunales arbitrales. Es decir, las normas de comercio e inversión son de obligado cumplimiento y quien no las cumple sufre el impacto del carácter ejecutivo de la norma: bloqueos, embargos, sanciones. Un ejemplo es lo que sucedió con la renegociación de la deuda argentina, donde un fondo buitre que no aceptó la negociación demandó al país en un tribunal de EE.UU., cuyo juez le dio la razón. Esto subraya el carácter imperativo de los tratados de comercio e inversión.

También le preguntaron ¿por qué se habla de “tratados de nueva generación”?

“Los tratados como el TPP, el TTIP, el TISA, el CETA quiebran la soberanía de los Estados en dos terrenos. Uno es muy conocido en América Latina, que es el de los tribunales arbitrales. En los hechos se trata de una privatización de la justicia, que quiebra uno de los eslabones centrales de los Estados de derecho, como es la autonomía y el control del poder judicial.

El otro elemento, que es relativamente novedoso en los nuevos tratados, es lo que podríamos llamar la “privatización del poder legislativo”. Esto es un tema dramático, nunca antes vivido, que va unido a la idea de convergencia reguladora. Es decir, los intentos de equilibrar a la baja las legislaciones de los países que participan de los tratados, impactando en los derechos de la ciudadanía y de las mayorías sociales y favoreciendo a los poderes corporativos.

En el TPP se habla del denominado “principio de transparencia”. En concreto, esto significa que cualquier estado, antes de ejercer su derecho soberano de legislar sobre cuestiones de comercio e inversiones, debe consultarlo con los otros estados parte del tratado. Lo que se busca es que la legislación pase por un filtro de “expertos” en comercio e inversiones que lo que hacen es condicionar el desarrollo de políticas públicas, sociales y medioambientales. Estos expertos no son neutrales, sino que con frecuencia están vinculados a los lobbies de las grandes corporaciones”.

Se le pidió aclaración acerca de ¿por qué señala el carácter coercitivo e imperativo de los tratados de libre comercio?

“Lo que sucede es que hay una interpretación unilateral del principio de seguridad jurídica, principio que los juristas defendemos. Nos parece lógico que si una empresa realiza un acto de comercio o un acto de inversión se le garantice una cierta seguridad jurídica. Pero hay que tener en cuenta que la seguridad jurídica no solamente puede ser un principio de defensa del capital y de las inversiones. Hay otra seguridad jurídica que es la que emana de los tratados internacionales de derechos humanos. Lo que puede ocurrir es que a veces existen choques entre la seguridad jurídica de las inversiones y de los derechos humanos, sociales, medioambientales y culturales. Si se produce esta confrontación y este choque, a mi parecer, son los tribunales nacionales los que deben dirimir los conflictos, en pura aplicación del derecho internacional y que normalmente las constituciones contemplan.

 Vale la pena mirar el ejemplo de México
¿De qué le sirve ser el país con más libre comercio del mundo?

México es el país con más tratados de libre comercio en el mundo, pero muchos mexicanos se preguntan para qué han servido tantos acuerdos económicos, especialmente con naciones con las que el intercambio económico es mínimo.

De acuerdo con la Secretaría de Economía, México tiene 12 tratados de libre comercio, 28 acuerdos para la promoción recíproca de inversiones y nueve acuerdos de complementación económica. En total son 49 acuerdos diversos que se han firmado con 44 países distintos.

Algunos especialistas sostienen que esta apertura económica, que inició en 1986, ha sido fundamental para superar las distintas crisis financieras. Pero los críticos de los acuerdos afirman que muchos beneficios anunciados con esos tratados no existen, e incluso aumentó la dependencia de la economía mexicana a la estadounidense, lo que se pretendía evitar con la diversificación de relaciones comerciales.

Arnulfo Gómez, investigador de la Universidad Anáhuac, le explicó a BBC Mundo que el país no aprovechó sus ventajas competitivas: ser vecino de Estados Unidos, conseguir un acceso preferencial a ese mercado, contar con reformas estructurales en su economía interna y mantener un tipo de cambio devaluado.

Firmar tantos acuerdos comerciales sirvió, entonces, de muy poco, asegura el académico.
"Debido a la falta de programas, proyectos y la falta de competitividad empezamos a importar de todos los demás países para exportar a Estados Unidos, y lo que sucedió fue que el valor agregado de México en el proceso de exportación se redujo".

Antes de 1986 la economía mexicana se basaba en el modelo de sustitución de importaciones, con un esquema de protección gubernamental a la industria y agricultura del país. Pero ese año, en medio de una de las crisis financieras más severas de su historia, el gobierno decidió incorporarse al Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) con lo cual el país se abrió al libre mercado internacional.

Ocho años más tarde, en 1994, México firmó con Estados Unidos y Canadá el Tratado de Libre Comercio de América de Norte (TLCAN), o también conocido como North American Free Trade Agreement (NAFTA), que pretendía crear una de las economías regionales más importantes del mundo.

Pero al año siguiente también estableció acuerdos similares con Costa Rica y Colombia, y después con Nicaragua, Chile, Israel o Liechtenstein, naciones con las que el intercambio comercial era reducido.

Según la Organización Mundial de Comercio entre 1993 y 2001 México pasó de ocupar el lugar 17 en el rango de países exportadores a la posición 12. Pero luego descendió en la escala y el año pasado se colocó en el sitio número 16.

¿Para qué le sirven a México 49 acuerdos comerciales con 44 países?
Su Secretaría de Economía afirma que, con los tratados, México tiene acceso a un mercado potencial de unos 1.000 millones de consumidores, que representan el 60% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial.
Pero esto ha sido sólo una posibilidad. Datos de dicha Secretaría de Economía indican que el 78% del comercio mexicano se realiza con Estados Unidos.

La mayor parte de las mercancías que se exportan son petróleo, televisores y pantallas; vehículos, computadoras, teléfonos móviles, equipo eléctrico, aparatos médicos, tractores, oro y plata. Hasta ahora el modelo de competencia de la economía mexicana se basa en dos temas: el bajo costo de la mano de obra y la exportación de materias primas.

Un analista experto señaló: "Para nosotros tener 49, 50 u 80 tratados de libre comercio es lo mismo, porque no hay un proyecto nacional de desarrollo basado en el mercado interno, la articulación de las cadenas productivas o elevar el salario para mejorar el nivel de vida".

Por lo pronto México mantiene negociaciones para unirse al Acuerdo de Asociación Transpacífico, donde participarían China y Estados Unidos, y que podría convertirse en el tratado comercial más grande de la historia.

Veremos qué dice Donald Trump como Mr. President.






También la UE se inclina hacia el proteccionismo

Los gobiernos europeos temen el efecto no previsto de la amplia globalización y de los grandes acuerdos comerciales. Es que, en los electorados de la Unión Europea, predomina el mismo sentimiento que encumbró a Donald Trump en Estados Unidos.

Por eso, casi insensiblemente se venían deslizando hacia posiciones proteccionistas en un amplio abanico de acciones y decisiones políticas. Ahora, con lo ocurrido en los comicios estadounidenses, la presión es más grande para avanzar por ese camino. Aunque la mayoría de los gobiernos están en contra de esta política, pero la nueva realidad y la animosidad de los votantes, los empuja en esa dirección.

El caso concreto es el acero proveniente de China, muy subsidiado según los europeos. Se estudian medidas inmediatas para bloquear compras subsidiadas o reducir importaciones elevando aranceles de importación de emergencia.

Esta medida se corresponde con el clima social y político en que viven hoy estas naciones, pero que borra un historial de abogar por el libre comercio y a la postre no parece la medida más inteligente.

Es cierto que el exceso de producción de acero chino muy subsidiado (por las acerías estatales) está reduciendo el precio internacional del producto, pero al colocar barreras en este caso, pone en desventaja en muchos otros a las industrias europeas.
Este cambio europeo en la política comercial para no conceder y bloquear el estatus de economía de mercado a China, apunta a que, cuando ello ocurra, será más difícil aplicarle medidas antidumping, que por ahora es un trámite más sencillo.
La UE podría imitar a Estados Unidos e imponer aranceles antidumping del orden de 100%, y naturalmente lograr un aumento en el precio de la producción local de acero. Claro que en estas condiciones sería más difícil abordar un plan de expansión de infraestructura. Para ello haría falta el acero más barato posible. Todo tiene su pro y su contra.

El caso del acero es un ejemplo importante, pero también marca cómo la economía mundial y la preocupación de los países “baila” al ritmo del avance del gigante asiático.

Actitudes diferentes. El caso Chile

La apertura al exterior iniciada por Chile hace más de tres décadas le ha conducido a ser uno de los países con más acuerdos de libre comercio del mundo, por lo cual las autoridades creen que ahora ha llegado el momento de profundizar en las ventajas que este régimen ofrece.

"Aunque lo estamos haciendo bien en cuanto a las inversiones, todavía nos queda profundizar más en nuestro comercio", afirmaba en una entrevista con Efe el director de Relaciones Económicas Internacionales de la Cancillería chilena durante la presidencia de Sebastián Piñera, Álvaro Jana.

Chile lleva más de 30 años implementando una política de apertura comercial al mundo y más de 20 años negociando Tratados de Libre Comercio (TLC), "y esto ha posibilitado que entre 1990 y 2012 las exportaciones se hayan multiplicado por nueve", subrayó Jana.

En efecto, nuestro vecino país mantiene 22 acuerdos comerciales vigentes con un total de 60 países que representan el 85,7% del Producto Interior Bruto (PIB) mundial y además actualmente está negociando el denominado Transpacific Partnership (TPP) que, como ya he dicho, involucra a un total de 12 economías del Asía Pacífico.

El socio más antiguo de Chile en materia de comercio exterior es Bolivia, con quién suscribió un acuerdo de complementación económica que entró en vigor el 6 de abril de 1993, año en que también firmó un tratado con Venezuela. Y así sucesivamente fueron cerrándose acuerdos con Ecuador (1995), el Mercosur (1996) y el primer Tratado de Libre Comercio, con Canadá (1997), hasta que en 2004 se cerró el TLC con Estados Unidos.

El más reciente fue el que Chile suscribió con Tailandia, que permitiría reforzar el intercambio bilateral entre ambos países y afianzar la penetración de productos chilenos en el Sudeste Asiático, donde viven unos 600 millones de personas. "La firma de este TLC permitirá el acceso preferencial inmediato de más del 90% de los productos chilenos a ese país, lo que significa que los exportadores chilenos accederán en condiciones preferentes a un mercado de más de 70 millones de habitantes".

Pero la iniciativa de mayor alcance es, sin duda, la Alianza de Pacifico, el grupo que integran cuatro economías de América Latina: Chile, Perú, Colombia y México. En conjunto, estos países representan un PIB de US$ 2,01 billones  con una población de 209 millones de personas y un mercado potencial de U$S 542.000 millones.
En 2012, las exportaciones chilenas a los países de la Alianza del Pacífico, sin considerar el cobre, principal producto de exportación, ni la celulosa, totalizaron unos U$S 3.767 millones.

Por eso, Jana insistía en que “uno de los desafíos para el próximo gobierno (el actual de Michelle Bachelet) será seguir profundizando en los vínculos con Latinoamérica, además de empezar a trabajar con África".

Por ahora, Chile no ha cambiado este rumbo.

El golpe de timón de Australia

Mercado analiza este fenómeno reciente bajo el título “Fin de la estrategia de Obama en el Pacífico” y comenta que “nadie lo hubiera imaginado”. Australia, uno de los países más relevantes de la región –y buen aliado de EEUU- rompió el cerco y anunció que integrará el pacto comercial regional que promueve China. Es probable que otras naciones del área la imiten.

Es el entierro informal del Tratado Transpacífico (TPP), la obsesión de Obama que mereció la tibieza evasiva de Hillary Clinton durante su campaña (que antes lo había apoyado con entusiasmo) y el total rechazo de Trump. Como el que ganó los comicios fue el empresario “sin experiencia en la política”, nadie duda de la inviabilidad de esta iniciativa. Por su parte, el tratado que persigue Beijing alcanza a 16 países, pero excluye a Estados Unidos. La torta se dio vuelta.

Australia muestra el camino a otros países vecinos. Reformular las políticas comerciales de largo plazo, y también, aunque no se diga expresamente, los pactos militares defensivos vigentes.

“Fue apenas un año atrás, aun cuando la memoria haga trampa y parezca que ha pasado un lustro. El acuerdo se había logrado en Atlanta a fin de octubre de 2015. Luego, en Nueva Zelanda se firmó el Tratado Transpacífico, que armaba un bloque de naciones que representan 40% del producto bruto interno global (Estados Unidos, Canadá, México, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Chile, Perú, Malasia, Singapur, Vietnam y Brunei)”.

Fue la coronación de un largo esfuerzo del Presidente Barack Obama (pero precedido por el de dos mandatarios de las filas republicanas). Era la piedra de toque de toda la arquitectura geopolítica estadounidense para este siglo.

El reconocimiento de que el poder se ha desplazado al Pacífico y es necesario re balancear la política asiática para impedir la hegemonía de Beijing.

Este era el objetivo central del TPP (Tratado Transpacífico). La joya de la construcción geopolítica para las décadas venideras, como se suponía. Es que hace tiempo que Washington decidió a qué teoría geopolítica adhería. Existía la certeza de que había llegado la era del Pacífico y que para seguir siendo la superpotencia hegemónica que se pretende, debía tener control total de ese océano y garantizar a sus aliados (en especial, Japón, Australia, y los que han firmado el Tratado Transpacífico) que no deben temer a China.

Pero Beijing tiene otras ideas. Además de construir una flota naval muy importante, ha "inventado" islas acumulando arena traída en barcos sobre varios puntos estratégicos. Eso significa –y lo advierte- que el mar que las rodea es espacio marítimo exclusivamente chino.

En el otro plano, China tampoco se quedó atrás y lanzó su propia iniciativa comercial, un acuerdo integral con todos los vecinos del sudeste asiático y de los mares circundantes.

Ahora con la ayuda de Donald Trump, que amenaza olvidarse totalmente del Acuerdo Transpacífico, logra cambiar el juego.



Y hablando de entrar en juego, todavía no vimos ¿qué pasará con Rusia?




Trump se define a través de Twitter



Conclusiones

Los TLC tienen seguidores y detractores y han sido el exponente más emblemático de la globalización. La globalización está siendo discutida, y resistida, en buena parte del mundo por sus consecuencia sobre los empleos y las industrias nacionales.

Si nosotros, recién ahora, vamos a entrar en este juego, será mejor que no inventemos nada, ni nos basemos solamente en expectativas de carácter voluntarista y entusiasmos más emocionales que racionales. Mejor miremos con mucha atención el ejemplo de todos los que ya han experimentado estas políticas y saquemos conclusiones que beneficien a nuestra gente y no generen arrepentimientos posteriores.

Probablemente, los caminos a seguir no sean ni un sí ni un no rotundo, sino una vía en el medio que mida con mucho cuidado cada cosa que se vaya a firmar, país por país, industria por industria, producto por producto.

Después de todo, y políticamente hablando, Estados Unidos, uno de los países más poderosos del mundo, ya tiene  más que demócratas y republicanos, una cada vez mayor proporción de “demócratas conservadores” y “republicanos liberales”.

Como dije en la nota “Un grupo para cada interés parece demasiado”, no se trata de integrar grandes organizaciones, muchas de ellas superpuestas y repetidas, con grandes reuniones y deliberaciones, sino de tener una clara estrategia para nuestro comercio exterior, mejorar el valor agregado de nuestras exportaciones y defender nuestra industria nacional, que también tiene que demostrar que está dispuesta al esfuerzo.

Convenir la compra y venta de productos con otros países es inevitable. No podemos pretender vender si no estamos dispuestos también a comprar. Pero también, en esos acuerdos, tenemos el derecho de pretender (o exigir) que se nos compren productos industriales (por ejemplo, China quiere nuestro poroto de soja, pero no nos compra el aceite; o se nos demandan los limones, pero no el jugo concentrado; o si van a explotar nuestros recursos minerales no renovables, que paguen bien por eso).

La apertura y la integración al mundo es una gran oportunidad. Aprovechémosla con cuidado e inteligencia y no pisemos la misma piedra del error que otros ya pisaron.

Tenemos cabezas y talentos para conseguirlo, pero necesitamos menos extremismos.

El ¡Vamos Argentina! vale como consigna si se da el ¡Vamos argentinos!








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