Los Tratados de Libre Comercio (TLC)
Un mecanismo promisorio o peligroso según se lo
maneje
Los que me vienen leyendo
con habitualidad saben que soy bastante adicto a titular mis notas con dichos
populares que creo se “adaptan como anillo al dedo” a algunos temas que elijo
tratar o proponer a los seguidores del blog.
En este caso digo que “no es
oro todo lo que reluce” porque, en esta vida, y en muchos asuntos, hay que
tener mucho cuidado con las apariencias. Las cosas no siempre son lo que
parecen, sino que hay que investigar un poco para llegar a averiguar cómo son
realmente.
Esta expresión española
quiere decir que, aunque a primera vista algo parece ser bueno, a lo mejor
o a lo peor no lo es. Al menos hay que mirarlo bien de cerca, investigarlo,
para ver si realmente sus ventajas superan a las que no lo son.
Definiciones y Objetivos
Un Tratado de Libre Comercio (TLC) es un acuerdo comercial
vinculante, que suscriben dos o más países, para acordar la concesión de
preferencias arancelarias mutuas y la reducción de barreras no arancelarias al comercio de bienes y servicios.
Es un
acuerdo regional o bilateral para ampliar el mercado de bienes y servicios
entre los países participantes de los diferentes continentes o básicamente en
todo el mundo. Eso consiste en la eliminación o rebaja sustancial de los aranceles para
los bienes entre las partes, y acuerdos en materia de servicios. Este acuerdo
se rige por las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC)
o por mutuo acuerdo entre los países.
Un TLC no necesariamente lleva una integración
económica, social y política regional, como es el caso de la Unión
Europea, la Comunidad Andina, el Mercosur y la Comunidad
Sudamericana de Naciones. Si bien estos se crearon para fomentar el intercambio
comercial, también incluyeron cláusulas de política fiscal y presupuestaria,
así como del movimiento de personas y organismos políticos comunes. Estos elementos
suelen estar ausentes en un TLC.
Históricamente
el primer TLC fue el Tratado franco-británico de libre comercio (o
Tratado de Cobden-Chevalier) firmado en 1860 y que introduce también
la cláusula de nación más favorecida.
Los principales objetivos de un TLC
son:
- Eliminar barreras que afecten o
mermen el comercio entre las zonas que firman el tratado.
- Promover las condiciones para una
competencia justa.
- Incrementar las oportunidades de
inversión.
- Proporcionar una protección adecuada
a los derechos de propiedad intelectual.
- Establecer procesos efectivos para la
estimulación de la producción nacional y la sana competencia.
- Fomentar la cooperación entre países
miembros.
- Ofrecer una solución a controversias.
Los tratados de libre comercio son importantes para acabar con el proteccionismo económico (que protege la producción
nacional), pues se constituyen en un medio eficaz para garantizar el acceso de
productos a los mercados externos, de una forma más fácil y sin barreras.
Formalmente, el TLC se propone la ampliación de mercado de los participantes
mediante la eliminación de los derechos arancelarios y cargas que afecten las
exportaciones e importaciones. En igual sentido busca la eliminación de las
barreras no arancelarias, la liberalización en materia comercial y de subsidios
a las exportaciones agrícolas, la reestructuración de las reglas y
procedimientos aduaneros para agilizar el paso de las mercancías y unificar las
normas fitosanitarias y de otra índole.
La globalización jaqueada y llevada a juicio
Los TLC han sido una de
las herramientas sustanciales del proceso llamado “globalización”. Hace unos
cuantos años que han proliferado en todo el mundo y han provocado fuertes
corrimientos de las localizaciones industriales, desplazamientos tremendos de
la mano de obra de los países y generado una nueva lógica en el comercio
internacional.
Han producido buenos
desarrollos en los flujos comerciales internacionales, generando divisas para
los países usuarios de estos tratados, pero también ha producido un enorme costo en materia laboral
y social.
En América Latina, tal
vez los países más emblemáticos en la aplicación de TLC son México y Chile.
En estos últimos
tiempos, hay un crecimiento de la oleada antiglobalización. Trataré de analizar
algunos casos que muestran esta tendencia, como son los del Brexit, las
manifestaciones en los países de la Unión Europea, el giro de Australia, y las
perspectivas ante la llegada de Donald Trump al gobierno estadounidense. En
particular, veremos el caso de Argentina.
Hace unos pocos días, la Revista Mercado y otros
medios daban cuenta que más de 100.000 personas se manifestarían en 7 grandes
ciudades alemanas. No es contra los refugiados esta vez. Es en abierto rechazo a más globalización y más
tratados de libre comercio como el que Europa negocia con EEUU y Canadá.
El
eje de la protesta pone en la mira a pactos que son aplicados por autoridades
supranacionales (como Bruselas en el caso europeo), que permiten cuestionar las
actividades regulatorias de los gobiernos nacionales que tratan de poner en caja el enorme poder de las empresas multinacionales.
Es
parte de un creciente sentimiento anti globalización que hace disminuir el
porcentaje de los que están a favor de acuerdos de libre comercio en Alemania y
el viejo continente. Antes de estas protestas, el ministro de Economía alemán,
Sigmar Gabriel, había dicho que el proyecto de acuerdo estaba muerto gracias al
desinterés estadounidense. En términos similares se pronunció el ministro de
Comercio Exterior de Francia, Matthias Fekl.
Del
otro lado del Atlántico está la negación total de estos acuerdos por parte de
Donald Trump. Hasta la misma Hillary Clinton, siendo todavía candidata y tras
ver la contundencia de los sondeos, dijo que no propiciaría (cambió de idea) el
tratado Transpacífico (TPP) que impulsa Barack Obama.
Inmediatamente
después del voto negativo británico a seguir integrando la Unión europea
(bautizado Brexit), esta explicación se puso de moda: “el resultado hay que
verlo como lo que pasa en viejos países industrializados donde disminuyen los asalariados, crece el impacto de la tecnología y
aumenta el porcentaje de personas mayores sin buenos ingresos”. Esta comprobación
debería impulsar un plan de reformas al capitalismo que logre una economía que
crezca de modo sostenible.
Mientras
tanto el incesante avance tecnológico ha continuado desplazando y transformando
empleos.
La globalización
trasladó las industrias del centro a la periferia, buscando menores costos; y debilitó
los mecanismos estatales para gestionar las consecuencias sociales de los
nuevos procesos económicos.
No
sólo hubo una enorme transferencia de industrias buscando trabajadores baratos,
desde los países ricos a los más pobres. También ocurrió lo mismo en el interior de cada país rico. Y esta es una
buena explicación para entender la reacción de los votantes británicos a la
hora de seguir o no en la Unión Europea.
En
esta interpretación, las organizaciones supranacionales debilitaron la noción
del Estado Nación, pero también lo hicieron las fuerzas internas con
movimientos autonómicos, como Escocia en Gran Bretaña o Cataluña en España.
Lo que ahora se
advierte con claridad es que mucha gente no está de acuerdo con la
globalización porque no percibe su utilidad o conveniencia en su vida
cotidiana.
Están
asustados por lo que advierten como un cúmulo de amenazas, y sobre todo, están enojados. Lo que se nota a la
hora de votar, con resultados que pueden resultar razonables o no para algunos
analistas.
Argentina y los TLC
Cuando nosotros nos
queremos abrir, los demás se quieren cerrar. El gobierno anterior, durante más
de una década, renegó de los TLC, y buscó apoyarse sólo en los compromisos
derivados del Mercosur e, inclusive, avanzó en otra organización denominada
Unasur. No pasó nada, salvo el comercio interdependiente con Brasil.
Pero ni tuvimos la
oportunidad de probar. Es como que siempre llegamos tarde a tomar el tren que
va para adónde va el mundo. ¿Visionarios o casualidad? ¿Se acuerdan cuando importábamos la
reforma educativa española al tiempo que España estaba a punto de abandonarla
porque había fracasado?
El especialista
Leandro Morgenfeld escribió, recientemente para BAE Negocios, lo siguiente:
“Desde que asumió,
Macri planteó un giro en la política exterior y en la inserción económica
internacional de la Argentina, cuyos objetivos explícitos son la atracción de
capitales, la toma de préstamos y la apertura de nuevos mercados para los
exportadores.
Desde su concepción liberal, la vía para dar seguridad
jurídica a los inversores externos es firmar Tratados de Libre Comercio (TLC).
Así, en la primera semana del segundo semestre, viajó a Chile a participar por
primera vez de la cumbre presidencial de la Alianza del Pacífico, donde
insistió en que el Mercosur estaba congelado y debía sellar un tratado
comercial con ese bloque; luego voló a Francia, Bélgica y Alemania, para
relanzar las negociaciones de un “acuerdo de asociación” con la Unión Europea;
y culminó su periplo en Estados Unidos, para reunirse con los CEOs de empresas
de telecomunicaciones y servicios. “Argentina
volvió al mundo”, declaró el miércoles en Berlín, eufórico ante empresarios
teutones.
El gobierno decidió impulsar las negociaciones
comerciales en tres direcciones: intentar
sellar un acuerdo Mercosur-Unión Europea, que debe sortear varios
obstáculos, como la resistencia de Francia y Alemania a eliminar subsidios
agrícolas; procurar un tratado de libre
comercio con Estados Unidos (en ocasión de la visita de Obama en marzo se
firmaron algunos acuerdos, pero todavía no se eliminaron siquiera las barreras
sanitarias que hace años limitan la entrada de carnes y limones al mercado
estadounidense); y avanzar en una
convergencia con la Alianza del Pacífico, como primer paso para sumarse en
un futuro al Acuerdo Transpacífico de
Cooperación Económica conocido como TPP.
Hace poco más de una década, en la Cumbre de las Américas
de Mar del Plata y en el marco de una masiva movilización popular, se rechazó
el proyecto hegemónico estadounidense del ALCA. Desde ese momento, Washington
optó entonces por firmar TLC bilaterales con algunos países, para sostener los
intereses de sus grandes empresas e intentar
contener el avance económico chino.
Hoy en día, Estados Unidos avanza con tres iniciativas:
además del mencionado TPP, impulsa el Acuerdo Transatlántico de Comercio e
Inversiones (TTIP) y otro sobre servicios (TISA), cuyos borradores se
conocieron gracias a las filtraciones de Wikileaks.
El TPP, el TTIP y el TISA
El TPP,
firmado en febrero por 12 países,
tiene como uno de sus objetivos geoestratégicos limitar la creciente presencia
del gigante asiático en la región. Macri propone un realineamiento con Estados
Unidos y apuesta a la apertura económica vía firma de TLC, siguiendo el modelo
chileno.
No casualmente la canciller Susana Malcorra declaró que
el ALCA no era más una mala palabra para la Argentina. La diferencia es que
Chile es un país con un nivel de industrialización muy bajo, a diferencia de
Brasil o Argentina, en los que la
apertura comercial indiscriminada redundaría en una caída de la producción
manufacturera.
Dada la amenaza que implican los TLC, en distintos países
del continente, como ocurrió hace más de una década con el ALCA, se están
organizando iniciativas contra el TPP.
En Argentina, en mayo, se reunió por primera vez la
Asamblea “Argentina Mejor sin TLC”,
que reúne a organizaciones sindicales, sociales, políticas y de derechos
humanos, en cuya declaración se explica por qué este tipo de acuerdos son
perjudiciales: “Después de veinte años de firma masiva de TLC en la región,
sabemos que estos tratados no son meros acuerdos sobre aranceles, ya que
incluyen además temáticas sensibles como la propiedad intelectual (patentes de
medicamentos, semillas, software, etc.), los servicios (donde quedan incluidos
salud y educación), las compras públicas, las telecomunicaciones, la
agricultura, las inversiones y también las cláusulas que otorgan la posibilidad
a los inversores extranjeros de demandar al país en centros arbitrales
internacionales como el CIADI”.
Los TLC le otorgan enormes beneficios a los capitales más
concentrados, en detrimento de los derechos de los trabajadores. Limitan,
además, la facultad de los Estados de establecer regulaciones medioambientales.
Refuerzan la capacidad de las multinacionales de los países centrales para
cobrar marcas y patentes, en detrimento de la producción de medicamentos
genéricos por parte del sector público. La firma de este tipo de acuerdos tiene
efectos nocivos en el mediano y largo plazo, muy difíciles de revertir una vez
que entraron en vigencia.
El TTIP es la Asociación
Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI), conocido
en lengua inglesa como Transatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP)
o Transatlantic Free Trade Area (TAFTA) o Área
de Libre Comercio Trasatlántico.
Es una propuesta
de tratado de libre comercio (TLC) entre la Unión Europea y Estados Unidos. Actualmente se encuentra
en negociaciones. Sus defensores argumentan que el acuerdo sería beneficioso
para el crecimiento económico de las naciones que lo integrarían, aumentaría
sobremanera la libertad económica y fomentaría la creación de empleo. Sin
embargo, sus críticos argumentan que éstas se producirían a costa del aumento
del poder de las grandes empresas y desregularía los mercados, rebajando los niveles de protección social
y medioambiental de forma drástica.
El TISA es un Acuerdo en comercio
de servicios (en inglés Trade in Services Agreement, TISA).
Es un tratado internacional en el que entran 23 países, incluyendo los que pertenecen a la Unión Europea y
EE.UU.
El
acuerdo promueve la liberalización a escala global del comercio de
servicios como la banca o el transporte. Han emergido críticas sobre el secreto
de este acuerdo tras la información clasificada sacada a la luz por Wikileaks en
junio de 2014 sobre un borrador del mes de abril del mismo año
Son 15 países de nivel de ingresos medios altos (la UE es
tratada como un solo país): Australia, Canadá, Chile, Taipei, Unión Europea,
Hong Kong, Islandia, Israel, Japón, Liechtenstein, Nueva Zelanda, Noruega,
Corea del Sur, Suiza, Estados Unidos.
Se suman 6 países de nivel de ingresos medio: Colombia,
Costa Rica, México, Panamá, Perú, Turquía.
Y dos países de nivel de ingresos bajo: Pakistán, Paraguay.
La
llegada de Donald Trump al poder, quien se manifestó claramente en contra del
TPP, el NAFTA y otros acuerdos, puede romper estos proyectos y es allí donde
está concentrada la atención.
Los tratados de libre comercio quiebran la soberanía de
los Estados
|
Juan Hernández Zubizarreta |
Esta es la opinión
del especialista en derecho internacional Juan Hernández Zubizarreta y la
expresó en una entrevista que le realizó la CLATE, que es la Confederación
Latinoamericana y del Caribe de Trabajadores Estatales.
Explicó que los nuevos tratados de libre comercio (TLC) llevan a una
“privatización de la justicia y del poder legislativo” y señaló que los
sindicatos deben defender la primacía de los derechos humanos y de los
convenios de la OIT sobre las normas de comercio e inversión.
En su análisis, previo a las elecciones norteamericanas, puede estar
parte de la explicación de sus resultados y el triunfo de Trump.
Preguntado sobre si se puede
considerar a los TLC como una amenaza para los trabajadores, contestó que
sí. “Esto ya se ha hecho realidad en el caso del tratado del NAFTA entre
EE.UU., México y Canadá. Allí los resultados y los impactos han sido
demoledores para el pueblo de México, pero también para muchos sectores de la clase trabajadora en el área de la manufactura
tanto en EE.UU. como en Canadá. La lógica de estos tratados es la
acumulación a favor de las grandes corporaciones trasnacionales con
complicidades de los gobiernos. Esto lo que provoca son daños muy fuertes en lo
que hace a derechos sociales, ambientales y culturales de los pueblos”.
Se le preguntó si se está creando
una arquitectura jurídica internacional al servicio de las transnacionales,
y contestó:
“Yo lo suelo denominar “la arquitectura jurídica de la impunidad”. Con
esto me refiero a una gran cadena de dominación que posee distintos eslabones. Uno
de ellos lo constituyen los tratados de comercio e inversiones. Otro eslabón
hace referencia a las políticas del Fondo Monetario, del Banco Mundial y de los
bancos regionales. Y otro eslabón está en la propia lógica privatizadora de la
Organización Mundial del Comercio y de los tribunales arbitrales. Es decir, las normas de comercio e inversión son de
obligado cumplimiento y quien no las cumple sufre el impacto del carácter
ejecutivo de la norma: bloqueos, embargos, sanciones. Un ejemplo es lo que
sucedió con la renegociación de la deuda argentina, donde un fondo buitre que
no aceptó la negociación demandó al país en un tribunal de EE.UU., cuyo juez le
dio la razón. Esto subraya el carácter imperativo de los tratados de comercio e
inversión.
También le preguntaron ¿por qué
se habla de “tratados de nueva generación”?
“Los tratados como el TPP, el TTIP, el TISA, el CETA quiebran la
soberanía de los Estados en dos terrenos. Uno es muy conocido en América
Latina, que es el de los tribunales arbitrales. En los hechos se trata de una privatización de la justicia, que
quiebra uno de los eslabones centrales de los Estados de derecho, como es la
autonomía y el control del poder judicial.
El otro elemento, que es relativamente novedoso en los nuevos tratados,
es lo que podríamos llamar la “privatización
del poder legislativo”. Esto es un tema dramático, nunca antes vivido, que
va unido a la idea de convergencia reguladora. Es decir, los intentos de
equilibrar a la baja las legislaciones de los países que participan de los
tratados, impactando en los derechos de la ciudadanía y de las mayorías
sociales y favoreciendo a los poderes corporativos.
En el TPP se habla del denominado “principio de transparencia”. En
concreto, esto significa que cualquier estado, antes de ejercer su derecho
soberano de legislar sobre cuestiones de comercio e inversiones, debe
consultarlo con los otros estados parte del tratado. Lo que se busca es que la
legislación pase por un filtro de “expertos” en comercio e inversiones que lo
que hacen es condicionar el desarrollo de políticas públicas, sociales y
medioambientales. Estos expertos no son neutrales, sino que con frecuencia
están vinculados a los lobbies de las grandes corporaciones”.
Se le pidió aclaración acerca de ¿por
qué señala el carácter coercitivo e imperativo de los
tratados de libre comercio?
“Lo que sucede es que hay una interpretación unilateral del principio de
seguridad jurídica, principio que los juristas defendemos. Nos parece lógico
que si una empresa realiza un acto de comercio o un acto de inversión se le
garantice una cierta seguridad jurídica. Pero hay que tener en cuenta que la seguridad jurídica no solamente puede
ser un principio de defensa del capital y de las inversiones. Hay otra
seguridad jurídica que es la que emana de los tratados internacionales de
derechos humanos. Lo que puede ocurrir es que a veces existen choques entre la seguridad jurídica de las inversiones
y de los derechos humanos, sociales, medioambientales y culturales. Si se
produce esta confrontación y este choque, a mi parecer, son los tribunales
nacionales los que deben dirimir los conflictos, en pura aplicación del derecho
internacional y que normalmente las constituciones contemplan.
Vale la pena
mirar el ejemplo de México
¿De qué le
sirve ser el país con más libre comercio del mundo?
México es el país con más tratados de libre comercio en el mundo, pero
muchos mexicanos se preguntan para qué han servido tantos acuerdos económicos,
especialmente con naciones con las que el intercambio económico es mínimo.
De acuerdo con la Secretaría de Economía, México tiene 12 tratados de
libre comercio, 28 acuerdos para la promoción recíproca de inversiones y nueve
acuerdos de complementación económica. En total son 49 acuerdos diversos que se
han firmado con 44 países distintos.
Algunos especialistas sostienen que esta apertura económica, que inició
en 1986, ha sido fundamental para superar las distintas crisis financieras. Pero
los críticos de los acuerdos afirman que muchos beneficios anunciados con esos
tratados no existen, e incluso aumentó la dependencia de la economía mexicana a
la estadounidense, lo que se pretendía evitar con la diversificación de
relaciones comerciales.
Arnulfo Gómez, investigador de la Universidad Anáhuac, le explicó a BBC
Mundo que el país no aprovechó sus ventajas competitivas: ser vecino de Estados
Unidos, conseguir un acceso preferencial a ese mercado, contar con reformas
estructurales en su economía interna y mantener un tipo de cambio devaluado.
Firmar tantos acuerdos comerciales sirvió, entonces, de muy poco,
asegura el académico.
"Debido a la falta de programas, proyectos y la falta de
competitividad empezamos a importar de todos los demás países para exportar a
Estados Unidos, y lo que sucedió fue que el
valor agregado de México en el proceso de exportación se redujo".
Antes de 1986 la economía mexicana se basaba en el modelo de sustitución
de importaciones, con un esquema de protección gubernamental a la industria y
agricultura del país. Pero ese año, en medio de una de las crisis financieras
más severas de su historia, el gobierno decidió incorporarse al Acuerdo General
de Aranceles y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) con lo cual el país se
abrió al libre mercado internacional.
Ocho años más tarde, en 1994, México firmó con Estados Unidos y Canadá
el Tratado de Libre Comercio de América de Norte (TLCAN), o también conocido
como North
American Free Trade Agreement (NAFTA), que
pretendía crear una de las economías regionales más importantes del mundo.
Pero al año siguiente también estableció acuerdos similares con Costa
Rica y Colombia, y después con Nicaragua, Chile, Israel o Liechtenstein,
naciones con las que el intercambio comercial era reducido.
Según la Organización Mundial de Comercio entre 1993 y 2001 México pasó
de ocupar el lugar 17 en el rango de países exportadores a la posición 12. Pero
luego descendió en la escala y el año pasado se colocó en el sitio número 16.
¿Para qué le sirven a México 49 acuerdos comerciales con 44 países?
Su Secretaría de Economía afirma que, con los tratados, México tiene
acceso a un mercado potencial de unos 1.000 millones de consumidores, que
representan el 60% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial.
Pero esto ha sido sólo una posibilidad. Datos de dicha Secretaría de
Economía indican que el 78% del comercio
mexicano se realiza con Estados Unidos.
La mayor
parte de las mercancías que se exportan son petróleo, televisores y pantallas;
vehículos, computadoras, teléfonos móviles, equipo eléctrico, aparatos médicos,
tractores, oro y plata. Hasta ahora el modelo de competencia de la economía
mexicana se basa en dos temas: el bajo costo de la mano de obra y la
exportación de materias primas.
Un analista experto señaló: "Para nosotros tener 49, 50 u 80 tratados
de libre comercio es lo mismo, porque no hay un proyecto nacional de desarrollo
basado en el mercado interno, la articulación de las cadenas productivas o
elevar el salario para mejorar el nivel de vida".
Por lo pronto México mantiene negociaciones para unirse al Acuerdo de
Asociación Transpacífico, donde participarían China y Estados Unidos, y que
podría convertirse en el tratado comercial más grande de la historia.
Veremos qué dice Donald Trump como Mr. President.
También la UE se inclina hacia el proteccionismo
Los gobiernos europeos temen el efecto no
previsto de la amplia globalización y de los grandes acuerdos comerciales. Es
que, en los electorados de la Unión Europea, predomina el mismo sentimiento que encumbró a Donald Trump en Estados Unidos.
Por
eso, casi insensiblemente se venían deslizando hacia posiciones proteccionistas
en un amplio abanico de acciones y decisiones políticas. Ahora, con lo ocurrido
en los comicios estadounidenses, la presión es más grande para avanzar por ese camino.
Aunque la mayoría de los gobiernos están en contra de esta política, pero la
nueva realidad y la animosidad de los votantes, los empuja en esa dirección.
El
caso concreto es el acero proveniente de China, muy subsidiado según los
europeos. Se estudian medidas inmediatas para bloquear compras subsidiadas o
reducir importaciones elevando aranceles de importación de emergencia.
Esta
medida se corresponde con el clima social y político en que viven hoy estas
naciones, pero que borra un historial de abogar por el libre comercio y a la
postre no parece la medida más inteligente.
Es
cierto que el exceso de producción de acero chino muy subsidiado (por las
acerías estatales) está reduciendo el precio internacional del producto, pero
al colocar barreras en este caso, pone en desventaja en muchos otros a las
industrias europeas.
Este
cambio europeo en la política comercial para no conceder y bloquear el estatus
de economía de mercado a China, apunta a que, cuando ello ocurra, será más
difícil aplicarle medidas antidumping, que por ahora es un trámite
más sencillo.
La
UE podría imitar a Estados Unidos e imponer aranceles antidumping del orden de
100%, y naturalmente lograr un aumento en el precio de la producción local de
acero. Claro que en estas condiciones sería más difícil abordar un plan de
expansión de infraestructura. Para ello haría falta el acero más barato
posible. Todo tiene su pro y su contra.
El
caso del acero es un ejemplo importante, pero también marca cómo la economía
mundial y la preocupación de los países “baila”
al ritmo del avance del gigante asiático.
Actitudes diferentes. El caso Chile
La
apertura al exterior iniciada por Chile hace más de tres décadas le ha
conducido a ser uno de los países con más acuerdos de libre comercio del mundo,
por lo cual las autoridades creen que ahora ha llegado el momento de
profundizar en las ventajas que este régimen ofrece.
"Aunque
lo estamos haciendo bien en cuanto a las inversiones, todavía nos queda
profundizar más en nuestro comercio", afirmaba en una entrevista con Efe
el director de Relaciones Económicas Internacionales de la Cancillería chilena
durante la presidencia de Sebastián Piñera, Álvaro Jana.
Chile
lleva más de 30 años implementando una política de apertura comercial al mundo
y más de 20 años negociando Tratados de Libre Comercio (TLC), "y esto ha
posibilitado que entre 1990 y 2012 las exportaciones se hayan multiplicado por
nueve", subrayó Jana.
En
efecto, nuestro vecino país mantiene 22 acuerdos comerciales vigentes con un
total de 60 países que representan el 85,7% del Producto Interior Bruto (PIB)
mundial y además actualmente está negociando el denominado Transpacific
Partnership (TPP) que, como ya he dicho, involucra a un total de 12 economías
del Asía Pacífico.
El socio
más antiguo de Chile en materia de comercio exterior es Bolivia, con quién
suscribió un acuerdo de complementación económica que entró en vigor el 6 de
abril de 1993, año en que también firmó un tratado con Venezuela. Y así
sucesivamente fueron cerrándose acuerdos con Ecuador (1995), el Mercosur (1996)
y el primer Tratado de Libre Comercio, con Canadá (1997), hasta que en 2004 se
cerró el TLC con Estados Unidos.
El más
reciente fue el que Chile suscribió con Tailandia, que permitiría reforzar el
intercambio bilateral entre ambos países y afianzar la penetración de productos
chilenos en el Sudeste Asiático, donde viven unos 600 millones de personas. "La
firma de este TLC permitirá el acceso preferencial inmediato de más del 90% de
los productos chilenos a ese país, lo que significa que los exportadores
chilenos accederán en condiciones preferentes a un mercado de más de 70
millones de habitantes".
Pero la
iniciativa de mayor alcance es, sin duda, la Alianza de Pacifico, el grupo que
integran cuatro economías de América Latina: Chile, Perú, Colombia y México. En
conjunto, estos países representan un PIB de US$ 2,01 billones con una
población de 209 millones de personas y un mercado potencial de U$S 542.000
millones.
En 2012,
las exportaciones chilenas a los países de la Alianza del Pacífico, sin
considerar el cobre, principal producto de exportación, ni la celulosa, totalizaron
unos U$S 3.767 millones.
Por eso,
Jana insistía en que “uno de los desafíos para el próximo gobierno (el actual
de Michelle Bachelet) será seguir profundizando en los vínculos con
Latinoamérica, además de empezar a trabajar con África".
Por ahora,
Chile no ha cambiado este rumbo.
El golpe de timón de Australia
Mercado analiza este
fenómeno reciente bajo el título “Fin de
la estrategia de Obama en el Pacífico” y comenta que “nadie lo hubiera imaginado”.
Australia, uno de los países más relevantes de la región –y buen aliado de
EEUU- rompió el cerco y anunció que integrará el pacto comercial regional que
promueve China. Es probable que otras naciones del área la imiten.
Es
el entierro informal del Tratado Transpacífico (TPP), la obsesión de Obama que
mereció la tibieza evasiva de Hillary Clinton durante su campaña (que antes lo
había apoyado con entusiasmo) y el total rechazo de Trump. Como el que ganó los
comicios fue el empresario “sin experiencia en la política”, nadie duda de la
inviabilidad de esta iniciativa. Por su parte, el tratado que persigue Beijing
alcanza a 16 países, pero excluye a Estados Unidos. La torta se dio vuelta.
Australia
muestra el camino a otros países vecinos. Reformular las políticas comerciales
de largo plazo, y también, aunque no se diga expresamente, los pactos militares
defensivos vigentes.
“Fue
apenas un año atrás, aun cuando la memoria haga trampa y parezca que ha pasado
un lustro. El acuerdo se había logrado en Atlanta a fin de octubre de 2015.
Luego, en Nueva Zelanda se firmó el Tratado Transpacífico, que armaba un bloque
de naciones que representan 40% del producto bruto interno global (Estados
Unidos, Canadá, México, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Chile, Perú, Malasia,
Singapur, Vietnam y Brunei)”.
Fue
la coronación de un largo esfuerzo del Presidente Barack Obama (pero precedido
por el de dos mandatarios de las filas republicanas). Era la piedra de toque de
toda la arquitectura geopolítica estadounidense para este siglo.
El reconocimiento
de que el poder se ha desplazado al Pacífico y es necesario re balancear la
política asiática para impedir la hegemonía de Beijing.
Este
era el objetivo central del TPP (Tratado Transpacífico). La joya de la
construcción geopolítica para las décadas venideras, como se suponía. Es que
hace tiempo que Washington decidió a qué teoría geopolítica adhería. Existía la
certeza de que había llegado la era del Pacífico y que para seguir siendo la
superpotencia hegemónica que se pretende, debía
tener control total de ese océano y garantizar a sus aliados (en especial,
Japón, Australia, y los que han firmado el Tratado Transpacífico) que no deben
temer a China.
Pero
Beijing tiene otras ideas. Además de construir una flota naval muy importante,
ha "inventado" islas acumulando arena traída en barcos sobre varios
puntos estratégicos. Eso significa –y lo advierte- que el mar que las rodea es
espacio marítimo exclusivamente chino.
En
el otro plano, China tampoco se quedó
atrás y lanzó su propia iniciativa comercial, un acuerdo integral con todos
los vecinos del sudeste asiático y de los mares circundantes.
Ahora
con la ayuda de Donald Trump, que amenaza olvidarse totalmente del Acuerdo
Transpacífico, logra cambiar el juego.
Y
hablando de entrar en juego, todavía no vimos ¿qué pasará con Rusia?
|
Trump se define a través de Twitter |
Conclusiones
Los
TLC tienen seguidores y detractores y han sido el exponente más emblemático de
la globalización. La globalización está siendo discutida, y resistida, en buena
parte del mundo por sus consecuencia sobre los empleos y las industrias nacionales.
Si
nosotros, recién ahora, vamos a entrar en este juego, será mejor que no
inventemos nada, ni nos basemos solamente en expectativas de carácter
voluntarista y entusiasmos más emocionales que racionales. Mejor miremos con
mucha atención el ejemplo de todos los que ya han experimentado estas políticas
y saquemos conclusiones que beneficien a nuestra gente y no generen
arrepentimientos posteriores.
Probablemente,
los caminos a seguir no sean ni un sí ni un no rotundo, sino una vía en el
medio que mida con mucho cuidado cada cosa que se vaya a firmar, país por país,
industria por industria, producto por producto.
Después
de todo, y políticamente hablando, Estados Unidos, uno de los países más
poderosos del mundo, ya tiene más que
demócratas y republicanos, una cada vez mayor proporción de “demócratas
conservadores” y “republicanos liberales”.
Como
dije en la nota “Un grupo para cada interés parece demasiado”, no se trata de integrar grandes organizaciones,
muchas de ellas superpuestas y repetidas, con grandes reuniones y
deliberaciones, sino de tener una clara estrategia para nuestro comercio
exterior, mejorar el valor agregado de nuestras exportaciones y defender
nuestra industria nacional, que también tiene que demostrar que está dispuesta
al esfuerzo.
Convenir
la compra y venta de productos con otros países es inevitable. No podemos
pretender vender si no estamos dispuestos también a comprar. Pero también, en
esos acuerdos, tenemos el derecho de pretender (o exigir) que se nos compren
productos industriales (por ejemplo, China quiere nuestro poroto de soja, pero
no nos compra el aceite; o se nos demandan los limones, pero no el jugo
concentrado; o si van a explotar nuestros recursos minerales no renovables, que
paguen bien por eso).
La
apertura y la integración al mundo es una gran oportunidad. Aprovechémosla con cuidado
e inteligencia y no pisemos la misma piedra del error que otros ya pisaron.
Tenemos
cabezas y talentos para conseguirlo, pero necesitamos menos extremismos.
El
¡Vamos Argentina! vale como consigna si se da el ¡Vamos argentinos!