jueves, 28 de julio de 2016

Más fácil decirlo que hacerlo

La inflación se detendrá cuando los precios dejen de subir

La frase que antecede no es una verdad de Perogrullo ni una obviedad. La economía argentina (y sus precios) están buscando la nueva “meseta” en la que buscará asentarse. Y los precios, después de la tremenda escalada del primer semestre, no han terminado de subir.

Llevamos casi 40% en lo que va del año y todavía nos esperan algunos meses del 3% mensual. Falta el real impacto del aumento de las tarifas, el de recientes paritarias y de otros servicios que siguen subiendo porque tienen aumentos autorizados. Llegar al 1,5% mensual en diciembre todavía parece una tarea titánica.

No es imposible. Por el contrario, es bastante posible, pero los argentinos volveremos a la experiencia muchas veces repetida de intentar estacionar los precios de la economía (y seguramente de los salarios) en una meseta a muchos metros más de altura que la anterior.

Y toda esta tensión y pelea entre vendedores y consumidores, entre formadores de precios y el gobierno, estará inevitablemente conducida por la más ortodoxa de las herramientas no deseables de cualquier economía: la recesión. La Real Academia Española define a recesión como “la depresión de las actividades económicas en general, que tiende a ser pasajera”. Dicho en criollo: cuando los vendedores vean que no venden porque los consumidores no están dispuestos a convalidar los precios que piden, y no compren, entonces detendrán los aumentos o incluso a algunos los bajarán.

Penosa receta, pero así ha quedado demostrado que funcionan estos fenómenos, acá o en cualquier parte del mundo.

Ahora bien, la inflación es la hija descarriada del déficit fiscal. El Estado gasta más de lo que recauda reciclando la misma masa de dinero que circula en la economía y, para financiar la diferencia, o emite más dinero o toma deuda. No es casual que cualquier miembro del gobierno o cualquier economista sensato diga que de esta situación se sale con desarrollo y mayor producción.

Y las tasas de interés son las hijas obedientes de la inflación. Los depositantes recibirán siempre una tasa de interés menor a la inflación (tasas negativas), pero nunca demasiado lejos de ésta. Es decir que los que depositan ganarán intereses, pero perderán plata, o sea, el poder adquisitivo de ese depósito. Nadie pondría plata al 10% anual con una inflación del 40%. Pero aceptan el 25% porque no tienen más remedio u otra alternativa mejor para su dinero. Un ahorrista con 100 o 200 mil pesos en el banco no tiene demasiado margen para emprender otra cosa. Y de estos hay miles.

Esto de las Lebac (letras con las que el Banco Central emite deuda mediante una licitación realizada cada martes y a diferentes plazos) al 30%, que a su vez generan tasas en los bancos del 25%, son consecuencia directa de la tasa de inflación. Y no hay “tu tía”.

Ahora, la contrapartida de las tasas negativas a los depositantes son las tasas positivas que los bancos le cobran a los tomadores de préstamos. Y estas tasas están totalmente alejadas (por lo altas) de las máximas toleradas para las necesidades de crecimiento. No hay mayor producción ni desarrollo si no hay crédito. Los manuales dicen que una combinación adecuada de capital propio y de terceros (dinero prestado) es la mejor alternativa para un emprendedor. Muy pocos tienen la totalidad del capital necesario para financiar su industria o comercio. O simplemente el crédito es el instrumento que permite neutralizar las diferencias entre los plazos de venta y de pago.

Y así dice Carlos Burgueño en Ámbito:Hay algo en lo que este ala (se refiere a Federico Sturzenegger desde el Banco Central) coincide con la visión del Ministerio de Hacienda de Alfonso Prat Gay y la cartera de Producción de Francisco Cabrera: tasas de interés en los actuales niveles hacen prohibitivo pensar en una recuperación de la economía. Los datos que maneja hoy la economía real son de préstamos para privados destinados a la inversión no menores al 40% y con niveles que pueden llegar al 70% de piso para las pymes. Se habla además de tasas de interés para créditos personales de no menos de 48%, y para clientes con buena performance en el sistema financiero. Hilando más fino, se menciona que para descubiertos y cambio de cheque (mecanismos habituales en las pequeñas y medianas empresas y comercios), los intereses superan hoy el 80%”. 

La interna ministerial, que el Presidente Macri prohíbe y de la que no quiere escuchar hablar, y muchos menos que trascienda a la población, no es producto de enconos personales o “rabietas” histéricas sino de los objetivos que persigue cada protagonista y de las herramientas que pretende utilizar para conseguirlos. Instrumentos “desarrollistas” versus “monetaristas”, el huevo o la gallina primero, bajamos la tasa de interés para bajar la inflación o bajamos la inflación para bajar la tasa de interés. Ud. ya sabe cómo funciona.

Y en este contexto, aparece el pensamiento “keynesiano”. En su tiempo, para salir de la crisis norteamericana, Keynes dijo que “aunque sea, hay que hacer pozos para después taparlos”, con tal de generar salarios y capacidad de consumo, como un círculo virtuoso para impulsar la economía. Hoy en la Argentina no hace falta hacer pozos para taparlos, sino un serio programa de obra pública, que tanto le hace falta al país. Y parece que el gobierno en eso está.

Nota de esperanza. Por supuesto. “Siempre que llovió, paró”, dice el viejo dicho. Podemos llegar a niveles del 1,5% mensual de inflación en diciembre, y proyectar un 2017 más tranquilo y una economía en crecimiento? Claro que podemos.

Pero estaremos asentados (o “amesetados”) en una economía con números más altos y la gente tendrá que tener más pesos para afrontarlos. Menos mal que tendremos billetes de 200 y 500 pesos, porque el de 100 casi no vale nada.

Optimismo moderado, pero optimismo al fin.





Nota en Ámbito por Carlos Burgueño

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