Actualización
de “El vaso medio vacío o medio lleno”
Por
favor, vean con cuidado los resultados de esta nota, que es la actualización de
otra anterior, porque este tema viene siendo “vapuleado” en casi todos los
medios de comunicación, con análisis, entrevistas, diagnósticos y pronósticos.
Está
concebida como una nota sobre economía en la vida cotidiana, que es la que
mejor entendemos todos.
En
casi todos los espacios en los que se trata nuestro actual proceso inflacionario se
preguntan por qué los precios siguen subiendo, pero además, se plantea una
pregunta que se contesta poco: ¿por qué
muchos productos de consumo habitual (alimentos, ropa) son más caros que en el
resto del mundo? Por supuesto, medidos en moneda dura.
En
mi nota de agosto de 2016 “El vaso medio vacío o medio lleno - ¿El déficit fiscal subió o bajó?”, y
analizando el impacto de la inflación en la vida cotidiana, referencié un
análisis publicado en setiembre de 2015 por Infobae, que resumía los resultados de la inflación de los últimos 12 años entre 2003 y 2015, para un listado de
productos de consumo comunes y sus precios en supermercados conocidos (por
simplificación, a los efectos de este análisis, me ubico en el final de 2015).
Al pie del cuadro dije que dejaba para otra
oportunidad hacer una nueva comparación contra precios actuales de los mismos
productos y en los mismos supermercados.
También
definí en mi nota “Más fácil decirlo que hacerlo”, y como una
verdad de Perogrullo, que
“la inflación se detendrá cuando los precios dejen de subir”, que “la inflación
es la hija descarriada del déficit fiscal” y que “las tasas de interés son las
hijas obedientes de la inflación”.
Como
está claro, son fenómenos “enganchados” y el dólar, como cualquier otra
“mercadería”, tarde o temprano sigue la misma tendencia. Yo no me preocuparía
por el valor del dólar como un dato aislado en sí mismo, sino por las causas
que provocan su valor respecto de nuestro peso.
Los últimos
27 meses
Estos
son los resultados para Marzo de 2018,
donde se puede ver la evolución de los mismos precios en los últimos 2 años y
tres meses (haga click en el enlace):
Como
se ve, para los 12 años entre 2003 y
2015, la inflación para estos productos estuvo entre el 20 y el 30% anual
acumulativo, sin solución de continuidad.
Para los siguientes 27
meses, hasta la
actualidad, el impacto inflacionario
no sólo no ha quedado a la saga de 2015, sino que ha sido superior, en términos de porcentaje anualizado, en la
mayoría de los casos, salvo muy pocas excepciones (por caso, el aceite de
girasol).
Además,
nótese la gran dispersión de la evolución inflacionaria sobre los distintos
productos. Incluso medidos en dólares,
la mayoría de los productos ha aumentado su valor en esa moneda, en
porcentajes asombrosos.
Esto
indica, muy a priori, que los formadores de precios actúan de manera bastante
disímil en las distintas categorías de productos, pero lo que queda muy claro
es que NUNCA
SE QUEDAN ATRÁS.
Contestando
la pregunta del principio (precios más altos que en el resto del mundo) algunos
analistas han respondido que el fenómeno es producto de una “cultura” crónica
desarrollada, al menos, en los últimos 50 años. Esta cultura, en los que forman
o ponen precios, los impulsa a la conducta del “me cubro por las dudas”.
Cuando,
en nuestro país, se dice que tal o cual cosa (en general, negativa) es producto
de una “cultura”, se tiende a minimizar el concepto porque parece un argumento
genérico que dice poco. Pero, profundizándolo, es mucho más fuerte de lo que
parece.
Muy
superficialmente significa que, cuando nos acostumbramos a actuar de
determinada manera y, sobre todo, cuando nos “afecta el bolsillo”, la razón se
nos nubla y prevalece el “sálvese quien pueda”. Y para los que ponen
precios, ni siquiera los cambios en el consumo y la falta de ventas les hace
“poner la marcha atrás”.
La “trampa”
de las promociones
Una
demostración de este hecho la he notado desde hace tiempo y tiene que ver con las clásicas promociones de los
supermercados, en particular, y de muchos comercios, en general:
Cuando ponen
precios siguiendo esta cultura del “me cubro por las dudas”, en general se
pasan de largo.
Entonces,
atraen al público con “ofertas” de, por ejemplo, 50% de descuento en la 2da.
unidad. Y van rotando de un producto a otro y de un fabricante a otro.
Esto
demuestra que se pasaron de largo con el precio. Aunque el precio promocional
ofrecido contenga una pequeña proporción de descuento real, el grueso de la
“baja” es producto de un precio exagerado. Y de paso, venden 2 o más unidades.
Por
ejemplo, en esta búsqueda actual de precios encontré muchos casos. Voy con uno:
un supermercado ofrece un producto a $ 30,85 y “promociona” un 40% de descuento
en la 2da. unidad. Y entonces publica: “llevando 2 $ 24,68 c/u.”
Estoy
convencido que ese producto tendría que valer alrededor de $ 25.-, pero en la
cadena de formadores de precios, se “pasaron de largo”. La manera de lograr el
precio correcto es “disfrazarlo” de promoción y, de paso, es un buen marketing.
El problema es que, cuando la promoción se corta para cambiarla por otra,
vuelve a aparecer el precio lleno que está sobrevaluado. Y el diferencial de
rentabilidad va a parar desde nuestros bolsillos a la cadena comercial.
Esta
cuestión, cultural como le gusta decir a algunos, es una de las explicaciones
de por qué muchos productos son más caros que en otros lugares del mundo
medidos, por ejemplo, en dólares.
Como
dije al principio, elegí actualizar el mismo cuadro de productos publicado en
mi nota de agosto de 2016, tal lo comprometido, pero podría analizarse del
mismo modo cualquier canasta de productos que usted prefiera.
Los
números pueden verificarse en las páginas web de los supermercados citados:
El costo
argentino
No
obstante esta cultura de nunca olvidarse de remarcar, con motivo o por las
dudas, la comparación con los precios internacionales para el mismo producto
tiene, para muchos, el fundamento del “alto costo argentino”. Y no les falta
razón.
La
altísima presión tributaria, las altas cargas laborales, la falta de crédito a
tasas razonables, y los altos costos logísticos, en particular, el transporte,
agregan unos componentes a los precios que dan algo de justificación legítima a los que
los forman.
Por
ejemplo, para eliminar el perverso y
regresivo Impuesto a los Ingresos Brutos que cobran las provincias, el gobierno
se tomará cinco años. Mientras tanto, y aprovechando que el Pacto Fiscal se los
permite, algunas provincias no sólo lo mantienen sino que aumentaron las
alícuotas.
Parece
mentira que, mientras la gente no puede más con los aumentos de todo, y aún con
un dólar subiendo, los sueldos en la Argentina son más altos (en dólares) que
en Brasil u otros países de la región e, incluso, mayores que en algunos países
de Europa.
Como
si todo esto fuera poco, y para agregar tensión a las cuentas nacionales que
por sus desequilibrios producen inflación, seguimos sin poder dar vuelta una
balanza comercial deficitaria en la que importamos mucho más que lo que podemos
venderle al exterior.
¿Qué hacer?
Algún
lector me dirá que esto es simple diagnóstico y descripción de la realidad, pero
nada dice sobre cómo salir del problema. Primero digo que nos es mi
responsabilidad hacerlo o, en todo caso, nadie me invitó a aportar algo. Pero
algo diré, aunque la cuestión es extremadamente compleja para resumirla en
pocas frases.
Tres
conductas que creo imprescindibles:
El Gobierno: cortar lo más rápidamente posible con
el déficit fiscal y, dentro de él, achicar o erradicar el creciente déficit
comercial; dedicar el transitorio (espero que sea transitorio) endeudamiento
externo a eliminar impuestos distorsivos y no a financiar gasto corriente;
contribuir al achicamiento de los componentes del “costo argentino”, entre
ellos las cargas laborales, el transporte y las tasas de interés para préstamos
al sector productivo.
Los formadores de precios
(fabricantes y supermercados):
racionalizar sus costos de producción hasta el último centavo dejando de “cubrirse
por las dudas”. Parece voluntarismo, pero no hablo de control de precios, sino
de rendir cuentas (por ejemplo, ante la Secretaría de Comercio) de los grandes
componentes del costo que terminan formando el precio.
Por
ejemplo, el litro leche de La Serenísima (y otros de sus productos) vale $ 30
cuando otras marcas alternativas valen $ 20. Más allá de discusiones sobre la
calidad, todos sabemos que el precio tiene un componente publicitario enorme.
Creo en la libertad, pero a veces hay que ponerle ciertos límites cuando afecta
a tanta gente.
Otro
ejemplo: cuando Carrefour inició su campaña de “precios corajudos” para los
productos de marca propia, manteniéndolos fijos durante 6 meses, todos sus clientes
se dieron cuenta que, en el principio, esos precios eran bastante superiores a
los de marcas alternativas. Cubrieron de antemano el “congelamiento”. Claro,
con el tiempo las diferencias se fueron licuando hasta convertirse en "buenas ofertas", pero ¿y las diferencias iniciales?. No hay magia.
Los consumidores: estar muy atentos y no resignarse a
absorber los precios que les ponen por delante. Si no les gusta, no compren y
busquen una alternativa. La soberanía del consumidor es imbatible, es una
conducta colectiva que tiene un poder inigualable.
Conclusiones
La
inflación sigue muy presente en la Argentina con todas las explicaciones que se
pueden dar sobre los factores macroeconómicos harto analizados (déficit fiscal,
endeudamiento externo, emisión monetaria, tasas de interés, expectativas,
confianza, etc. etc.), pero también tiene un componente “cultural” propiamente
argentino por el que los actores económicos que forman precios nunca “aflojan”
ni ceden nada. Y no hay pedido ni clamor desde las altas esferas de quienes
gobiernan que les haga mella.
El
proceso de cambio llevará mucho tiempo, si es que alguna vez cambia.
Entretanto, los consumidores debiéramos ser más selectivos y, desde nuestro
pequeño pero importante papel (porque somos los que ponemos la plata), darles
una lección y, si notamos alguna “avivada”, dejar de comprar.
Como corolario, y como lamentable ironía sobre el valor de
nuestro peso, también dije en aquella nota: “Aunque, como el billete actual de
100 pesos no alcanza para nada, por lo menos tuvimos que admitir que hizo falta
uno de 200 y otro de 500, para empezar”. Bueno, pues ya tenemos el de 1.000
también. Y su valor aún sigue siendo menor a 50 dólares.
Los títulos de las dos notas anteriores que motivaron esta
actualización, “El vaso medio vacío o medio lleno” y “Más fácil decirlo que hacerlo”,
lamentablemente mantienen toda su vigencia.
Más vale que el vaso empiece a llenarse y que todo lo que se
dice con el optimismo del “vamos bien” se convierta en hechos. Más temprano que
tarde. Porque en realidad parece que, por ahora, “no le encuentran el mango a
la bocha”.
Menos violento y cruel
que el monstruo de la guerra, pero no menos maligno, el monstruo de la
inflación también es un “monstruo grande que pisa fuerte”.
Nos hemos acostumbrado tanto a vivir con inflación alta, con una
batalla constante entre precios y salarios, que la tenemos incorporada “culturalmente”
y nos hace creer que “la vamos llevando”. Pero pareciera que no tenemos idea
del daño brutal que provoca, en el presente y en el futuro.
No debería ser así. Depende de todos, pero de algunos más que
de otros.